No es ninguna sorpresa que Doñana, el mayor símbolo de
conservación de la naturaleza en el Estado español y Andalucía, se queme y pierda
calidad ecológica a marchas forzadas. De hecho, este espacio protegido está
acosado desde el subsuelo, a nivel de la superficie terrestre, desde el agua y
desde el aire. El subsuelo está siendo explotado por Gas Natural (con el apoyo
del ex-presidente del gobierno Felipe González y los gobiernos central y
autonómico) para almacenar gas. Así, esta multinacional energética ahorra en la
construcción de almacenes de gas al tiempo que especula con él hasta que suba
su precio para vendérnoslo más caro; un proyecto con riesgos sísmicos (véase el
proyecto Castor en la costa catalana) y de contaminación de los acuíferos con
metano. Al mismo tiempo que se planea almacenar gas en el subsuelo de Doñana,
el acuífero que hay en él está siendo sobreexplotado por miles de pozos
ilegales, mientras el gobierno andaluz mira para otro lado; una extracción
masiva de agua que sufren algunas especies de flora y fauna y ecosistemas como
lagunas y marismas. A nivel de la superficie terrestre, Doñana está siendo
estrangulada por una red creciente de carreteras (donde mueren atropellados
muchos animales, incluyendo linces), urbanizaciones y cultivos super-intensivos
que fragmentan el territorio, aislando poblaciones y convirtiendo el espacio
protegido en una isla/cárcel para muchas especies. Además, el estuario del río
Guadalquivir, frontera Este del corazón de Doñana, sufre problemas graves de
contaminación invasiones biológicas y pérdida de biodiversidad, al tiempo que
está amenazado por el, hasta ahora frustrado, dragado de profundidad. Por si
todo esto fuera poco, Doñana también
está siendo impactada por el cambio climático y sus derivadas relacionadas con
la subida del mar, la disminución de las precipitaciones y el ascenso de las
temperaturas.
El gran incendio de ha quemado recientemente miles de
hectáreas en el Parque Natural de Doñana y zonas limítrofes es un evento
catastrófico más que viene a sumarse a la espiral de degradación ambiental que
sufre esta zona. Afortunadamente, muchas de la especies de plantas y animales
de Andalucía están adaptadas al fuego y se recuperarán relativamente rápido, ya
sea mediante rebrote, germinación y/o inmigración. Sin embargo, otras especies
no adaptadas al fuego (como algunos reptiles) han podido sufrir un impacto
severo en sus poblaciones que requerirían mucho tiempo y/o grandes esfuerzos de
restauración para recuperarlas. Especialmente grave y alarmante ha sido el
desalojo apresurado y mal gestionado del centro de cría del lince ibérico de El
Acebuche, en el que ha muerto, al menos, una hembra adulta, acabando en una
tarde/noche con parte del trabajo y el reconocimiento de años. Además, el
incendio ha emitido ingentes cantidades de gases de efecto invernadero a la
atmósfera y ha destruido un gran sumidero de estos gases, construyendo cambio
climático por ambos impactos. Por otro lado, el fuego ha destruido
infraestructuras turísticas (pasarelas de madera en la zona costera, el
magnífico Camping Doñana, etc.) y ha degradado el paisaje de la zona, lo que
tendrá efectos negativos en el turismo.
Más allá de la causa del incendio (que parece ser provocado
por el ser humano, ya sea de forma intencionada o no), el que el incendio se
haya expandido tan rápido quemando tanta superficie tiene relación con las
condiciones atmosféricas (baja humedad y altas temperaturas; condiciones que
cada vez son más habituales con el cambio climático) y con una mala gestión
forestal de Doñana. La mayor parte de la zona quemada era un monocultivo de
pinares de repoblaciones de la segunda mitad del siglo XX con sotobosque
arbustivo y/o herbáceo mediterráneo. Es decir, un ecosistema propenso a arder
con enorme facilidad y rapidez. Antes de que Doñana se protegiese como Parque Nacional,
pequeños ganaderos y agricultores de la zona creaban un mosaico dinámico de
manchas con diferentes tipos de vegetación, mantenían a raya al matorral con
ganado, haciendo carbón vegetal, provocando pequeños incendios controlados,
etc. De esta manera los usos ganaderos y agrícolas se compatibilizaban de forma
sostenible con la conservación de la naturaleza, favoreciendo, incluso, el
aumento de la biodiversidad al diversificar los hábitats por aumentar la
heterogeneidad ambiental.
Cuando Doñana se “protegió” se prohibieron la mayoría
de estas prácticas agropecuarias sostenibles y se plantaron miles de hectáreas
de pinos piñoneros, un especie pirófita. Desde entonces hay pocos incendios en
la zona, pero los que hay son muy extensos e intensos.
Tras el incendio, son necesarias inversiones públicas para
la restauración de los ecosistemas y las infraestructuras quemadas. Es
necesario diversificar los hábitats y las especies (utilizando especies como la
camarina, la sabina y el enebro marítimo) pensando en conservar la
biodiversidad, fomentar los servicios ambientales y luchar contra el fuego.
Estas labores de restauración ecológica, junto con los usos sostenibles que
deben permitirse en la zona con objetivos comunes con la restauración, son una
oportunidad para crear empleo verde de calidad y hacer que gente trabajadora y
ecologista tome en sus propias manos la conservación de Doñana.
Todos estos impactos socio-ambientales que maltratan Doñana
son producto, en último término, de un sistema capitalista (en su fase
neoliberal) que prioriza los intereses económicos de unos pocos (ya sean los
directivos de Gas Natural, los de las grandes constructoras o unos pocos
agricultores ladrones del agua de todas) a los que la mayoría de la población y
su medio ambiente.
En este contexto, la lucha del movimiento ecologista está
poniendo freno a algunos de los impactos socio-ambientales que asolan Doñana,
pero netamente se está demostrando insuficiente. Si realmente queremos proteger
Doñana y más allá, nuestro entorno general, debemos poner pie en pared mediante
una ofensiva ecologista y anticapitalista que nos permita tomar en nuestras
propias manos, las de las clases populares, la gestión de los recursos naturales
y la biodiversidad. Doñana nos lo muestra claramente: cuando nuestro entorno
está gestionado por gobiernos al servicio de intereses privados, perdemos la
mayoría. Revolucionemos la gestión ambiental. Decidamos democráticamente desde
abajo, priorizando el bienestar social y ambiental de la mayoría, qué hacemos
con el agua, subsuelos y suelos, la atmósfera y la biodiversidad.
Jesús M. Castillo.
Profesor de ecología en Universidad de Sevilla.
Profesor de ecología en Universidad de Sevilla.
Hola Jesús, soy Pablo, de la asamblea CDi AD (tengo este nick de hace muchos años por un asunto universitario).
ResponderEliminarMe ha interesado mucho la entrada y en general coincido con lo que comentas. Aun más si después de varios días tras el incendio uno va escuchando a trabajadores de infoca quejándose de la falta de medios. Sin embargo, ¿no crees que la ausencia de de grandes incendios forestales en décadas en Doñana hace difícil criticar la gestión en cuanto al "monocultivo" de pinos, etc? Igualmente, me da la impresión de que con las presiones brutales que hay sobre Doñana por parte de diferentes capitales, permitir prácticas controladas como quemas abriría la puerta a que se aprovechasen para provocar nuevos incendios, quizá no sobre usos forestales, pero sí sobre otros usos para cambiar a cultivos de invernaderos que están colonizando el resto de la provincia de Huelva.
No sé, son reflexiones hechas quizá a la ligera, pero que me gustaría comentar contigo.
Pablo