El análisis de la cuestión nacional andaluza
debe ser realizado, no desde un punto de vista romántico, sino desde un punto
de vista materialista.
La reivindicación de
la cuestión nacional andaluza históricamente, y pese a su condición de
comunidad histórica reconocida por su acceso a la autonomía, tiene un
seguimiento considerablemente inferior al nacionalismo catalán, vasco y gallego.
La clase dominante en Andalucía durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX,
los grandes terratenientes, nunca tuvieron intereses contrarios a los de la
oligárquica centralista. Al contrario de lo que sucedió con las burguesías
catalana y vasca, quienes tras la restauración de 1868 no se vieron favorecidos
y desarrollaron intereses contrapuestos al régimen centralista del Estado
español. Esta es la principal razón por las que parte de las burguesías
catalana y vasca buscaron diferenciarse, más aún cuando había tenido
instituciones y lengua propias. Además, parte de la cultura vasca y catalana
caracterizaba a gran parte de la sociedad, convirtiéndose en una reivindicación
compartida entre clases sociales. Aún así, las clases dominantes catalana y
vasca se aliaron con el centralismo para mantener su dominio sobre la clase
trabajadora. Sin
El origen del
subdesarrollo en Andalucía
A principios del siglo XIX, en 1802, el PIB
per cápita de Andalucía era muy superior (un 155%) al del Estado español. Con
el desarrollo del sistema de producción capitalista moderno Andalucía fue
asumiendo un papel subalterno. En 1849, el PIB per cápita andaluz representaba el 108% del Estado y en 1980 el
PIB tan sólo el 74%.
El subdesarrollo
económico no es la antesala al desarrollo, sino un producto de éste. Con la
instauración del capitalismo, las clases dominantes le asignaron a Andalucía el
papel de perdedora. Un plan estratégico para maximizar los beneficios de las
clases dominantes en el Estado, incluyendo a la burguesía terrateniente
andaluza.
Andalucía antes del
desarrollo del capitalismo disponía de una situación de ventaja respecto al
resto del Estado. La invasión cristina de Al-Ándalus conllevó la formación de
grandes latifundios en manos de la nobleza castellana y órdenes religiosas y
militares. Con la llegada de Colón a las Américas y la instauración del monopolio de comercio en los puertos de
Sevilla y Cádiz se favoreció el desarrollo del campo andaluz. El sistema
latifundista moderno acaba instaurándose en el siglo XIX, favorecido por la
desamortización eclesiástica y, sobre todo, por la civil. Estas
desamortizaciones expropiaron grandes
extensiones de tierras comunales, dejando a mucha gente jornalera sin tierras, y
a disposición de terratenientes y multinacionales mineras.
La división regional capitalista
del trabajo le otorgó a Andalucía el
papel de productora de mano de obra barata y suministradora de materias primas,
facilitando el desarrollo industrial de otras zonas y siendo mercado para
productos manufacturados.
La concentración de
tierras dio lugar a que la burguesía terrateniente se convirtiese en clase
política y económica hegemónica. Aún así, sufrió retrocesos tras la revolución
de 1868 o la Primera República. Hasta la instauración de la Segunda República,
Andalucía se caracterizó por la presencia de dos clases sociales antagónicas:
el terrateniente y el jornalero, con una presencia testimonial de trabajadores
industriales y, en determinadas zonas, la presencia de mineros con alta
conciencia social.
La gran beneficiada
del subdesarrollo andaluz fue la burguesía terrateniente que lo favoreció, El
subdesarrollo al que tenía sometido al pueblo andaluz le era necesario para
mantener su poder y su alianza con el resto de las burguesías del Estado.
Los regionalistas históricos
En el primer tercio del siglo XX surgió un
movimiento regionalista en una pequeña burguesía progresista liderada por Blas
Infante. El gran mérito de Blas Infante fue intentar crear consciencia sobre la
capacidad del pueblo andaluz para salir del subdesarrollo con una idea central:
“la tierra para quien la trabaja”. Blas Infante era partidario, no de la
colectivización de las tierras, sino de un impuesto sobre el valor de la
tierra. Esta teoría conocida como
Georgismo estaba ampliamente superada en esa época por el anarquismo y el
socialismo.
Este movimiento
regionalista difícilmente podía favorecer a la clase burguesa y tampoco caló en
el proletariado andaluz. Pese a ello muchos de estos regionalistas históricos
andaluces fueron asesinados tras el golpe de estado fascista de 1936.
La dictadura franquista
Durante la dictadura de Franco, la gran
burguesía terrateniente siguió manteniendo su poder. Pero la progresiva
industrialización del campo andaluz y la demanda de mano de obra por parte de
las regiones más industrializadas del Estado español y de Europa, dio lugar a
un nuevo fenómeno: la emigración. En la década de los 50 más de 600.000
andaluzas y andaluces emigraron y en la
década de los 60 más de 800.000.
Es con las medidas
proteccionistas franquistas cuando la burguesía terrateniente acumula gran
cantidad de capital que reinvierte en campos más rentables como la especulación
urbanística en las costas andaluzas. Además, los tecnócratas franquistas
apostaron por un modelo desarrollista en polos (Huelva, la Costa del Sol o el
Campo de Gibraltar) que conllevó despoblación del campo andaluz y degradación
ambiental.
La autonomía andaluza
En la lucha contra dictadura franquista empezó
a fraguarse una nueva conciencia autonomista en Andalucía que denunciaba el
subdesarrollo, la emigración masiva y el analfabetismo. Esta consciencia de
subdesarrollo hizo que el sentimiento regionalista calara en la sociedad
andaluza. Se extendió a una gran masa de trabajadores y trabajadoras del campo,
sobre todo de la Vega de Sevilla, su Comarca Sur o la Serranía Gaditana.
El movimiento
regionalista o autonomista desembocó en una manifestación histórica el día 4 de
diciembre de 1977 que dio paso a la reivindicación autonomista refrendada
mediante el referéndum del 28 de febrero de 1980. Andalucía adoptó un modelo de
regionalismo administrativo que el PSOE-A limitó al servicio del centralismo.
En los últimos 40
años, Andalucía ha desempeñando también un papel subalterno a nivel del Estado
español y Europa: suministrar mano de obra barata, materias primas (especialmente,
productos hortifrutícolas), y ser territorio turístico. Pese al supuesto
aumento en la producción per cápita, la construcción de infraestructuras
(principalmente con fondos de cohesión con objeto de hacer más fácil las
exportaciones y permitir la llegada del turismo masivo) y la erradicación del
analfabetismo, la gente trabajadora andaluza seguimos a la cola del Estado
español y Europa. Andalucía sigue siendo una tierra extremadamente desigual: 1
de cada 3 andaluces o andaluzas viven por debajo de umbral de la pobreza, el
55% de los hogares andaluces están en grave riesgo de exclusión, y la tasa de
desempleo ronda el 36%.
¿Para qué ha servido
la autonomía? El regionalismo administrativo ha ayudado transitar del
subdesarrollo a la subalternancia política y económica, al tiempo que ha favorecido
el auge de una casta de burócratas del Pso que, respetando a las burguesías
locales, ha instaurando un sistema caciquil en muchos pueblos y ciudades de
Andalucía.
La
alternativa para la gente trabajadora andaluza
La historia nos enseña que los
terratenientes, otros grandes empresarios y sus partidos, desde el PsoE al PP y
Cs, nos mantienen a la gente trabajadora andaluza en la precariedad.
Necesitamos
organizarnos desde abajo en barrios y centros de trabajo para impulsar la
colectivización de las tierras y las fábricas en Andalucía. Tenemos que tomar
nuestro futuro en nuestras propias manos exigiendo la gestión democrática de
nuestros recursos naturales y servicios sociales. Luchas como las de las mareas
que defienden los servicios públicos, la de la defensa de las pensiones, las
luchas feministas y las multitudes de movilizaciones y huelgas que se dan
continuamente en centros de trabajo nos muestran el camino. Establezcamos
puentes y coordinemos estas luchas para golpear juntas.
David Robles, militante de Colectivo Acción Anticapitalista.