Escribo tras saberse la condena a Artur Más por haber
permitido una votación simbólica sobre la independencia. Según El País: “El Tribunal Superior de
Justicia de Cataluña (TSJC) ha impuesto a Mas la pena de dos años de
inhabilitación para ejercer cargos públicos por organizar la consulta independentista
del 9 de noviembre de 2014 pese a que había sido prohibida por el Tribunal
Constitucional. El expresident ‘pervirtió los principios democráticos’ junto a
dos cargos de su Gobierno, también condenadas: la vicepresidenta Joana Ortega y
la consejera de Enseñanza Irene Rigau.”
Es la muestra más reciente de negación por parte del
Estado español hacia el derecho del pueblo de Catalunya a decidir su futuro. Y
no nos engañemos, el “Tribunal Superior de Justicia de Cataluña” forma parte
del Estado español; ni siquiera es capaz de dictar su sentencia en catalán.
Es una razón más (y ya había muchas) para que la
izquierda española se replantee su visión sobre la cuestión nacional catalana.
Entre la neutralidad y la hostilidad
Es bien sabido que el PSOE, como partido del establishment, defiende la “unidad de
España”. Pero incluso en Izquierda Unida (IU) y más allá no hay claridad acerca
de la cuestión nacional. En tiempos de ETA, IU se sumaba una vez tras otra a
manifestaciones donde se “condenaba la violencia” y se “defendían las vías
democráticas”… codo con codo con el PP de Aznar. En realidad, se sumaba al coro
de oposición al derecho a decidir del pueblo vasco.
El movimiento por la autodeterminación de Catalunya es
no violento y aun así la respuesta de la izquierda es tibia e incluso hostil.
Alberto Garzón dijo en 2015: “No estoy a favor de la independencia de Catalunya
porque tengo más en común con un trabajador catalán que con un especulador de
Marbella, mi tierra”. Cierto, pero una trabajadora de Madrid tiene más en común
con una trabajadora francesa o marroquí que con ningún empresario y no se ve
que Garzón abogue por eliminar las fronteras del Estado español.
En este tema, como en tantos otros, la dirección de
Podemos es bastante parecida a la de IU. A finales de 2014, leíamos que
“Iglesias ha ofrecido abrir un proceso constituyente ‘para discutir con todos
de todo’ aunque ha insistido en que él no quiere que Cataluña se independice.”
Añadía: “Eso sí, a mí no me veréis darme un abrazo ni con Rajoy ni con Mas”.
Fue una nada velada referencia a la salutación entre David Fernández y Artur
Mas al final del día en el que dos millones largos de personas en Catalunya
habían desafiado a los tribunales, participando en la votación del 9N. Incluso
Iglesias reconoció su error y pidió disculpas un mes después.
La pregunta de si se apoya o no el derecho de
Catalunya a la independencia es muy sencilla. Responder diciendo que “deberíamos
poder decidir sobre todo” es evadirla. Es como negarse a defender el derecho al
aborto porque “las mujeres deberían poder decidir sobre todo”.
Y las advertencias acerca del papel nefasto de la
burguesía catalana —a menudo dirigidas hacia la CUP , el espacio amplio de la izquierda
anticapitalista e independentista— son innecesarias. La izquierda radical y los
movimientos sociales de Catalunya llevamos años luchando contra la clase
dirigente catalana y no dejaremos de hacerlo ahora. La cuestión es otra: ¿qué
significa en este momento la lucha por la independencia? ¿A quién beneficia —o
mejor dicho, a quién le podría beneficiar—
la independencia de Catalunya?
La independencia como ruptura
Es bien sabido que la Convergència i Unió
de Jordi Pujol gobernó Catalunya durante más de dos décadas y no tuvo ningún
interés en promover la independencia, más allá de algún discurso acalorado en
las Diadas. Lo que cambió la situación fue el bloqueo por parte de las autoridades
españolas, y del PP y del PSOE, ante el intento de ampliar un poco el
autogobierno catalán mediante una reforma del estatuto autonómico; un intento impulsado,
paradójicamente, por el governtripartit del PSC, Iniciativa-EUiA y ERC.
Incluso la versión “cepillada” del estatuto que volvió de Madrid, que luego se
aprobó en referéndum fue, posteriormente, parcialmente suspendida por el
Tribunal Constitucional.
Ante el bloqueo de Madrid, la independencia pasó de ser la demanda de una pequeña minoría, como lo había sido durante años, a ser masiva (no sabemos si efectivamente es mayoritaria… porque no nos dejan hacer un referéndum). Fue este cambio en la calle lo que arrastró a la mayoría de Convergència a apostar por la independencia, lo que le costó una grave fractura interna y la ruptura con Unió. Esto —junto, no lo olvidemos, a los escándalos de corrupción— lo llevó a cambiar su nombre oficial a “PedeCat” (aunque todo el mundo sigue llamándolos “Convergència”).
La amplitud del movimiento supone que la independencia
significa cosas muy diferentes para diferentes sectores. La dirección de
“PedeCat” —tensionada entre sus bases pequeñoburguesas, sedientas de independencia,
y la gran burguesía que no quiere cambio alguno— opta por defender una
independencia que no cambie casi nada. De ahí las afirmaciones de Artur Mas de
que una Catalunya independiente sería leal a la OTAN , ignorando así una de las pocas veces que el
país pudo decidir y votó en contra de la misma en el referéndum de 1986.
Pero la gran mayoría de la población de Catalunya es
de clase trabajadora y cuando se le pregunta el país que quiere incluye mejores
servicios sociales, más democracia, más justicia social…
El reto para la izquierda es saber conectar el cambio
nacional con los cambios sociales que lo podrían, y deberían, acompañar. Es
decir, que la independencia no debería ser un simple cambio de bandera sobre un
sistema inmutable, sino un proceso constituyente en toda regla; una oportunidad
para construir un país realmente nuevo.
Romper con el régimen del 78
Hace bastantes años que se habla de una nueva
transición, o mejor, de un proceso constituyente, tanto en Catalunya como en el
resto el Estado español.
El problema es que está en vía
muerta. Hubo algunos intentos de IU de reinventarse como algo nuevo. Luego
irrumpió el movimiento 15M con mucha promesa, pero en general no se logró
convertir el entusiasmo en un motor de cambio real. (Es otro debate, pero se
podría decir brevemente que la clave del breve éxito de Tahrir en Egipto en
2011 —contagiar el espíritu de las plazas a la clase trabajadora, provocando
una ola de huelgas y la caída del dictador— casi ni se planteó en el movimiento
15M). Como sabemos, los y las impulsoras de Podemos se presentaron como
herederas del 15M, pero su
“asalto a los cielos” electoral tampoco da muestras de cambio real.
En contraste, con todas sus contradicciones,
el movimiento en Catalunya por el derecho a decidir, y en principio por la independencia,
tiene el potencial de romper el Estado español en lo que es ahora mismo su
eslabón más débil.
Para la izquierda radical en Catalunya,
esto exige mucha inteligencia política. Debe saber conectar con este deseo de
independencia sin dejarse chantajear por las exigencias de “lealtad” y “unidad”
por parte de la derecha neoliberal catalanista. A pesar de las críticas que se
le podrían hacer, en general la
CUP cumple esta función bastante bien. En cambio, el espacio
de los Comunes dice priorizar la cuestión social por encima de la nacional,
pero en la práctica aboga por obedecer las leyes y la Constitución
españolas. Y tengamos claro que si ambas prohíben el cambio nacional, lo harían
aún más ante un cambio social.
Por otro lado, la izquierda española
tiene una gran responsabilidad. Debe abandonar su neutralidad —u hostilidad— y
defender abiertamente el cambio.
Si Catalunya logra su independencia
y empieza a construir un nuevo país, con nuevas propuestas —hay, por ejemplo,
un consenso bastante amplio en Catalunya en contra de tener un ejército— abrirá
el camino para lo que quede del Estado español.
Por tanto, la izquierda española no
debe recibir las demandas de independencia con recelos o sospechas. Al
contrario, cada persona de izquierdas o de los movimientos sociales del
conjunto del Estado debe ser un activo a favor del derecho a decidir de
Catalunya, y contra todas las medidas represivas que ya están en marcha y que
irán en aumento.
Si nuestros enemigos logran ahogar
esta demanda democrática de Catalunya, tendrán más fuerzas para reprimir todas
las otras demandas democráticas y sociales que existen en cualquier territorio.
En cambio, la victoria de Catalunya, frente a todo lo rancio del Estado
español, sería una victoria para el progreso en Madrid, Sevilla, Zaragoza…
David Karvala,
militante de Marx21.net
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