Muchas de
las grandes revoluciones de la era moderna continúan celebrándose. Así es, por
ejemplo, con las revoluciones Americana y Francesa, que tienen sus días
nacionales (respectivamente, el 4 y 14 de julio); el Levantamiento de Pascua en
Irlanda, cuyo centenario fue profusa (e hipócritamente) commemorado el año
pasado; o la Revolución China de 1949, en la que el Partido Comunista en el
poder basa su legitimidad.1 Pero la Revolución Rusa de Octubre 1917 es
huérfana. Su centenario está transcurriendo con poco que se asemeje a una
celebración. Esto contrasta con el 50 aniversario en 1967, que soy
suficientemente viejo para recorder. Incluso en Occidente se reconocía, a
regañadientes, que la revolución era un acontecimiento histórico de importancia
mundial.
El
aniversario de 1967 tuvo lugar durante la Guerra Fría. La relevancia de Octubre
de 1917 era obvia ya que uno de los dos rivales en aquel conflicto, la Unión
Soviética, basaba su legitimidad en esta revolución. Pero 25 años más tarde ya
no había URSS. Es sabido que Vladimir Putin, quien ha controlado el estado que
la sucedió, la Federación Rusa, dijo a la Duma en 2005: “El colapso de la Unión
Soviética fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo”.2 Pero esto no
quiere decir que sea un entusiasta de su supuesta fundación. Según Owen
Matthews:
“[Putin]
reverencia la Unión Soviética, a la que sirvió como miembro del Partido
Comunista y oficial de la KGB, pero aborrece el alzamiento popular que la creó.
En años recientes el Kremlin ha utilizado retazos de la historia rusa para
fortalecer la legitimidad de Putin, levantando estatuas al Príncipe Vladimir de
Kiev e Iván el Terrible y reescribiendo libros de historia para mostrar a
Stalin como un líder heroico en lugar de un asesino de masas. Sin embargo, el
partido no tiene ninguna línea moderna sobre la revolución – no hay versión
‘oficial’ o ‘patriótica’. El Primer Ministro anterior a la revolución, el
conservador Pyotr Stolypin -famoso por ahorcar revolucionarios con las
‘corbatas Stolypin’- es probablemente lo más parecido a un héroe oficial de ese
período. Stolypin fue elegido ‘rusa más grande de la historia’ en un programa
de TV en 2008 (se descubrió que la encuesta estaba trucada: Stalin recibió más
votos).
Como
Stolypin, Putin es ante todo un imperialista ruso, y un creyente en extirpar
toda oposición de raíz. Putin ha dicho claramente que considera a los
Bolcheviques que derrotaron al estado peligrosos traidores. Lenin y sus
revolucionarios profesionales ‘traicionaron los intereses nacionales de Rusia’,
dijo a una conferencia anual de jóvenes activistas organizada por el Kremlin en
2015. Los Bolcheviques ‘anhelaban ver su patria derrotada mientras heroicos
soldados y oficiales rusos derramaban sangre en el frente de la Primera Guerra
Mundial’. La revolución, para Putin, hizo que ‘Rusia colapsase como estado y se
diese por vencida’…
Sin duda, la
Rusia de Putin se asemeje en muchas maneras al tipo de país que la Guardia
Blanca habría construido si ellos, y no los Rojos, hubiesen ganado la guerra
civil rusa. El conservadorismo social de Putin, su utilización de la iglesia
para ganar legitimidad y su intolerancia a la disconformidad son una versión
actualizada de la fórmula de la época zarista de ‘autocracia, Ortodoxia y
voluntad popular’. Quizá fuese Boris Yeltsin quien revirtió la revolución al
deponer al Partido Comunista, pero es Putin quien ha llevado el círculo del
siglo de vuelta al principio. Putin ha restaurado la Santa Rusia: una sociedad
donde dirigente e iglesia están unidos, donde oposición es traición y donde la
policía secreta está en guardia a la espera del menor atisbo de descontento”.3
En
Occidente, miedo y paranoia hacia Rusia siguen vivos, como la histeria
provocada por los tratos de Donald Trump con Moscú ha demostrado. Richard
Painter, principal abogado ético de George Bush (una tarea que debe haberle
dejado tiempo de sobra para sus estudios históricos), rastreó el origen de
estos sentimientos hasta 1917: “sabemos lo que los rusos han estado haciendo,
llevan haciéndolo desde la Revolución Rusa de 1917, cuando los comunistas
empezaron a querer desestabilizar las democracias occidentales… Y ha continuado
hasta 2017”.4 Pero estas reminiscencias de la Guerra Fría no han despertado
mucho interés en Octubre de 1917.
En el mundo
académico, los esfuerzos desencadenados por la radicalización de los 60 y 70
por desarrollar una interpretación social de la revolución han sido reprimidos.
El consenso académico retrata Octubre de 1917 como un golpe retrógrado que
condenó a Rusia al caos y el totalitarismo, ya sea expresado en lo que pretende
ser “historia social”, como es el caso del execrable A People’s Tragedy de
Orlando Figes, o tomando la forma de la narrativa política más convencional
encontrada en las obras del veterano anti-Lenin Richard Pipes.5
Una reciente
colección titulada Historically Inevitable? Turning
Points of the Russian Revolutio (¿Históricamente
inevitable? Puntos de
inflexión de la Revolución Rusa)6, ejemplifica este consenso. Editado por Tony
Brenton, quien fuera embajador británico en Moscú, la postura del libro está
clara desde el principio: el epígrafe es una cita del gran poeta Aleksandr
Pushkin: “Revuelta rusa, sin cabeza y sin piedad”. El punto más bajo por una
vez no viene de la mano de Pipes, sino que se encuentra en un ensayo de Edvard
Radzinsky que lamenta el martirio del zar Nicolás II y su familia. Figes
dedica el suyo en su totalidad a expresar tristeza y decepción ante el
hecho de que una patrulla de policía en Petrogrado el 24 de octubre de 1917 tomó
a Lenin, que iba disfrazado de camino al soviet en el instituto Smolny, por un
“borracho inofensivo”; si le hubiesen identificado, “la historia habría
progresado de una forma muy distinta”7. Revisando la colección, Sheila
Fitzpatrick, una sobresaliente historiadora de la era soviética, se quejó
levemente de que la propia contribución de Brenton olía a “un triunfalismo de
mercado libre que, como ‘el fin de la historia’ de Fukuyama, no resiste el paso
del tiempo”, a lo que Brenton respondió que esto era como ser acusado de
“triunfalismo porque la tierra es redonda”.8 Tal es la vanidad del centro
neoliberal extremo incluso cuando se aproxima su merecido.
Pero el
silencio en torno a Octubre 1917 también afecta a la izquierda. David Harvey es
indudablemente uno de los más destacados intelectuales marxistas vivos, cuyos
textos y charlas online han desempeñado un papel importante atrayendo interés
en la obra de Marx. Pero si consultamos una reciente y popular exposición de la
crítica de Marx que no sólo se preocupa por lo que Harvey llama “las 17
contradicciones del capitalismo” sino de explorar cómo una alternativa política
podría desarrollarse, no hallaremos mención de Lenin y 1917. Harvey brevemente
menciona el escenario donde, mientras las desigualdades aumentan, “un
movimiento anticapitalista y revolucionario, organizado y consciente de sí
mismo (dirigido, para los Leninistas, por un partido) se alzará”, sólo para
desdeñarlo como “demasiado simple, si no fundamentalmente deficiente”.9
Harvey
siempre ha mantenido sus distancias con el Leninismo, pero otros intelectuales
marxistas relacionados con tradiciones que tomaron Octubre de 1917 como su
punto de referencia han sugerido que el colapso de la Unión Soviética y sus
satélites en 1989-91 dibujó una línea que separa a la izquierda contemporánea
de la experiencia de la Revolución Rusa. El gran historiador Eric Hobsbawm,
fiel al Partido Comunista de Gran Bretaña hasta su desaparición al final de los
80, escribió un libro titulado El corto siglo XX 1914-1991. El
mensaje implícito fue que la época abierta por la Revolución Rusa había
terminado. De hecho, Hobsbawm argumentó que: “El mundo que se fragmentó a fines
de la década de 1980 fue el mundo modelado por la Revolución Rusa de 1917”, y
describió el presente como “el mundo que sobrevivió al final de la Revolución
de Octubre”. Pero el verdadero tema de Hobsbawm demuestra ser el capitalismo
global, sus grandes crisis en los comienzos y finales del siglo XX, y la
dilatada expansión entre ellos, en comparación con la cual “la historia del
enfrentamiento entre el “capitalismo” y el “socialismo” probablemente parecerá
de interés histórico más limitado -comparable, a largo plazo, a las guerras de
religión de los siglos XVI y XVII o las Cruzadas”.10
Esta
equivocación probablemente está relacionada con la problemática relación de
Hobsbawm con su propio pasado comunista -reflejada en su evaluación final de la
experiencia rusa: “La tragedia de la Revolución de Octubre fue precisamente que
sólo pudo producir su tipo de despiadado, brutal socialismo dirigido”.11 Al
contrario, negar que el Stalinismo fue el resultado inevitable de la Revolución
de Octubre es una de las características definitorias de la tradición
trotskista. Daniel Bensaïd fue, hasta su muerto en 2009, uno de los principales
exponentes de esta tradición, por lo que es interesante ver que hizo propio el
planteamiento de Hobsbawm del “corto siglo XX”:
“Estaba
claro que la unificación de Alemania, la desintegración de la Unión Soviética,
el final de la Guerra Fría, etc., marcaron el final de un gran ciclo que empezó
con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Si uno acepta la noción
aproximada de “el corto siglo XX”, se trataba entonces de un punto de inflexión
histórico que necesariamente se traduciría más o menos rápidamente en una
reorganización del paquete geopolítico, sino también en redefiniciones y
recomposiciones entre las corrientes en el movimiento de los trabajadores.12”
¿Qué queda de Octubre?
¿Pero qué
significa exactamente hablar de “el final de la Revolución de Octubre”?
Claramente, como Bensaïd dice, 1989-91 desencadenó una transformación
geopolítica, el colapso del bloque rival al capitalismo occidental, que dejó
libre de obstáculos la hegemonía global de los Estados Unidos. A su vez, esto
hizo posible la generalización de los regímenes de economía neoliberal
impulsados por Margaret Thatcher y Ronald Reagan al comienzo de los 80. El
neoliberalismo fue exportado al tercer mundo gracias a la crisis de la deuda
precipitada por el brusco aumento en las tasas de interés y el dólar.
Bensaïd
también menciona “redefiniciones y recomposiciones entre las corrientes del
movimiento obrero”. La creación de la Internacional Comunista en 1919 fue el
fruto de los esfuerzos de los Bolcheviques para extender la Revolución de Octubre.
El fracaso de esta estrategia facilitó el ascenso al poder de Stalin y la
transformación de los partidos comunistas en instrumentos de la política
exterior de Moscú. Consecuentemente, el destino de una sección importante del
movimiento obrero -de la que formaron parte muchos de los mejores militantes
durante varias generaciones- estaba atado al del estado soviético. El decline
de este -y los conflictos entre Moscú y Beijing por el liderazgo del movimiento
comunista- contribuyeron a la descomposición del movimiento, si bien cada vez
más este se debió a la aceptación por parte de estos partidos de políticas
reformistas que en nada se diferenciaban de las de sus rivales
socialdemócratas. El colapso de la URSS aceleró este proceso, especialmente con
el suicidio del PC Italiano, el más importante en Occidente. Hoy en día quedan
un puñado de CPs que todavía cuentan -los ultra-stalinistas PC Griego y
Portugués, el Partido Comunista de la India (Marxista), que ha perdido sus
feudos electorales, y el PC de Sudáfrica, cuyo destino ha estado atado durante
50 años al del Congreso Nacional Africano, sumido en una crisis cada vez mayor.
Por lo
tanto, podemos decir que 1989-91 marcó un punto de inflexión en procesos de
largo recorrido -la reorganización neoliberal del capitalismo global bajo la
supervisión de los EU y la caída del movimiento comunista. ¿Significa esto que
Octubre 1917 no tiene nada que ofrecernos? ¿La implosión del bloque soviético
ha cegado la luz que un día irradió Octubre? Cómo respondemos esta pregunta, en
parte, dependerá de si estamos de acuerdo con Hobsbawm y equiparamos la
Revolución con el Stalinismo. Por supuesto, es el principio fundacional de esta
corriente rechazar esta equiparación. Para nosotros, la transformación
stalinista de la URSS al final de los 20 y al principio de los 30
-industrialización forzada y colectivización de la agricultura- no significó la
construcción del socialismo, sino la consolidación de una contrarrevolución.
Una nueva clase dominante, la burocracia central en el partido y el estado,
llegaron para dominar y explotar a una clase trabajadora atomizada a la que,
bajo la presión de competición militar con los poderes imperialistas
occidentales, sometió a la lógica de acumulación de capital. Los alzamientos de
1989-91, por tanto, no representaron una restauración del capitalismo, sino, en
palabras de Chris Harman, un movimiento lateral, deuna forma de capitalismo
(capitalismo de estado burocrático) a otra (el tipo de capitalismo de mercado
que prevalece en la era neoliberal).13
Este
análisis presupone que Octubre 1917 fue una auténtica revolución obrera, y que
por tanto el consenso de la élite que la retrata como un golpe es incorrecto.14
Pero entonces, ¿qué tipo de luz emana Octubre? ¿Ofrece simplemente inspiración
revolucionaria o tiene un significado estratégico más específico? Examinemos lo
que Trotsky escribió en 1924, en su pequeño libro Lecciones de Octubre:
“Es
indispensable que todo el partido, y especialmente para las generaciones más
jóvenes, estudien y asimilen paso a paso la experiencia de Octubre, que puso el
pasado a prueba de forma definitiva, incontestable e irrevocable y abrió de par
en par las puertas del futuro… Para el estudio de las leyes y métodos de la
revolución proletaria no existe, por ahora, una fuente más importante y honda
que nuestra experiencia de Octubre.”
Lecciones de Octubre tenía un propuesto polémico: el Partido Comunista Alemán había
fracasado al intentar tomar el poder en octubre de 1923 y Trotsky estaba
intentando responsabilizar por ello a sus rivales políticos entre los
Bolcheviques, particularmente Grigori Zinoviev, presidente de la Kominterm.
Pero los argumentos que desarrolla en el libro tienen mayor alcance, y es
innegable que la práctica política de Trotsky estuvo guiada por su visión de
Octubre 1917. Su Historia de la Revolución Rusa es una crónica
sin parangón de todo el proceso. El interés en los primeros años de la
Kominterm yace en los esfuerzos de los líderes de la Revolución Rusa, sobre
todo Lenin y Trotsky, en transmitir su experiencia y explicar sus lecciones a
los líderes de los nuevos partidos comunistas, especialmente en Alemania. La
pertinencia de esta experiencia. La pertinencia de esta experiencia, claro
está, no ha eludido a posteriores revolucionarios. El pensamiento y estrategia
de alguien como Bensaïd, a pesar de su aceptación del fin de un ciclo, han
estado marcados por los textos de Lenin.17
En los últimos años ha tenido lugar una recuperación
de la figura de Lenin, empezando con la exhaustiva operación de rescate de Lars
Lih de ¿Qué hacer?, y extendiéndose a un
interesante estudio de Alan Shandro, la mayor biografía intelectual de Tamás
Krausz (ganadora de los 2015 Isaac y Tamara Premio Deutscher Memorial), las
elegantes reflexiones de Tariq Ali y la presentación de un Lenin para hoy de
John Molyneux18. El libro de Molyneux está asentado firmemente en la tradición
de la corriente Socialismo Internacional. Pero el resto de este cuerpo de
escritura concentran sus esfuerzos principalmente en rescatar a
Lenin de las caricaturas a las que el consenso académico le ha sometido y
devolverle el lugar que le corresponde en la historia del marxismo, no para
explorar su relevancia en el presente. La principal excepción reciente a esto,
a parte del libro de Molyneux, viene de la mano de Slavoj Žižek,
pero el “leninismo” de Žižek es demasiado peculiar y
impregnado de sus tribulaciones filosóficas como para ofrecer
una política reconocible.19
Así pues,
¿mantiene la Revolución de Octubre un significado universal y sigue ofreciendo
lecciones para socialistas de todo el mundo, como Trotsky defendió? Hay una
razón fundamental por la que deberíamos responder: sí. Existe un debate aún más
antiguo en la izquierda, que se remonta a las controversias revisionistas de la
socialdemocracia alemana a finales del siglo 19, acerca de si el capitalismo
puede transformarse gradualmente o no: “¿Reforma o revolución?”, en las palabras
de Rosa Luxemburgo. En la actualidad estamos presenciando el auge de nuevas
formaciones reformistas de izquierdas. Los líderes del Partido Laborista en
Gran Bretaña, Jeremy Corbyn y John McDonnell, optan por la Reforma en el dilema
planteado por Luxemburgo20. Con honestidad y consistencia, mantienen que la
sociedad británica puede transformarse dentro del marco constitucional de la
democracia parlamentaria. Lo mismo hacen los líderes de las otras principales
corrientes de la izquierda en Europa – La France Insoumise de Jean-Luc
Mélenchon, Podemos y Syriza.
El problema
es que un repaso de las experiencias históricas no se salda con un solo ejemplo
de un gobierno reformista de izquierdas que haya tenido éxito. El gobierno
laborista más importante -la administración de Clement Attlee entre 1945 y
1951- implementó reformas de gran envergadura, pero tanto la consolidación del
estado del bienestar como la nacionalización de industrias básicas formaban
parte del consenso adoptado por la élite tras la Segunda Guerra Mundial. El
gobierno de Charles de Gaulle21, que tenía poco de radical, introdujo medidas
semejantes entre 1944 y 1946. El patrón de los gobiernos socialdemócratas es
que se vean obligados a abandonar las propuestas de reforma por las que fueron
elegidos, sucumbiendo a una combinación de presión de los mercados financieros
y sabotaje de la burocracia estatal y el mundo de los negocios. Si no pasan por
el aro, se les destroza. El paradigma moderno es el golpe militar chileno de
1973, que depuso a la Unidad Popular de Salvador Allende. Pero la derrota de
Syriza en julio de 2015 revela una nueva manera de someter a un gobierno de
izquierdas: cerrar su sistema bancario y forzarlo a colaborar con el
empobrecimiento de su población.
Y si la ruta
del reformismo está bloqueada, tenemos que tomarnos en serio la alternativa
revolucionaria. La Revolución Rusa de Octubre representa el primer intento
exitoso de derribar el capitalismo. De hecho, en la tradición de la Corriente
Socialismo Internacional defendemos que esta es la única revolución
socialista exitosa. Las otras grandes revoluciones del siglo XX -sobre todo,
China, Vietnam y Cuba- rompieron las cadenas de la dominación colonial, pero
dieron lugar a la instauración de regímenes burocráticos de capitalismo estatal
hechos a la imagen y semejanza de la Rusia stalinista22. Es por eso que es aún
más importante indagar qué podemos aprender de Octubre 1917.
Varios
factores alejan la experiencia de octubre de nuestros días. El más obvio es que
la Rusia de 1917 no tenía nada en común con el capitalismo globalizado de 2017.
Rusia era una sociedad donde predominaba la agricultura y cuya población eran
mayoritariamente campesinos oprimidos y explotados por la alianza de la
autocracia zarista con la nobleza y la aristocracia terrateniente. El atraso de
la Rusia imperialista de entonces es innegable, pero esto no significa que el
país fuese ajeno al proceso de desarrollo capitalista global. Lenin y Trotsky
entendieron esto. En palabras de Krausz,
“Incluso
antes de 1905, Lenin expuso este fenómeno particular, es decir, que Rusia
estaba involucrada en el sistema global a través de un proceso que hoy
podríamos denominar ‘integración semi-periférica’, mediante el cual formas
pre-capitalistas se conservan bajo el capitalismo para reforzar la
subordinación a los intereses a los intereses del capitalismo occidental.
Formas pre-capitalistas integradas en el capitalismo dentro del funcionamiento
de este.”23
“El
descubrimiento científico de esta aleación de una variedad de formas de producción
y de estructuras históricas divergentes es lo que fortaleció a Lenin en su
convicción de que Rusia era una región de “contradicciones sobredeterminadas”
(Althusser). Estas contradicciones sólo pueden resolverse mediante una
revolución. Lenin sólo se volvió consciente de la red de correspondencias en
las que las particularidades locales del capitalismo y del posible
derrocamiento de la monarquía zarista fueron conjuntadas en el transcurso de
más de una década de investigación científica y lucha política. Estas
investigaciones le llevaron al descubrimiento de algo sumamente importante, lo
cual él resumió en su tesis de Rusia como ‘eslabón débil en la cadena del
imperialismo’.”24
Trotsky
llegó a la misma conclusión por un camino distinto. En sus estudios de las
revoluciones de 1905 y 1917 concedió más importancia al rol del estado zarista.
Competición geopolítica con poderes europeos más avanzados al oeste forzó a la
autocracia, desde los tiempos de Pedro el Grande al comienzo del siglo 18, a
importar técnicas más avanzadas (así como el capital necesario para
financiarlas y a menudo el personal para operarlas) de los países rivales. Este
es el contexto en el que formula su teoría del desarrollo desigual y combinado:
“La
desigualdad, la ley general del proceso histórico, se revela más claramente y
en su forma más compleja en el destino de los países más atrasados. Azuzada por
la presión exterior, su cultura atrasada se ve obligada a dar saltos hacia
delante. Así, a partir de la ley universal de la desigualdad emerge otra, la
cual, a falta de otro nombre, llamaremos la ley de desarrollo combinado – con
la cual nos referimos a los diferentes pasos del viaje uniéndose, una
combinación de los distintos pasos, una amalgama de formas arcaicas que
coexisten con otras contemporáneas.”25
Este proceso
da lugar al surgimiento del “privilegio del atraso histórico”, que “permite, o
más bien fuerza, la adopción de lo que sea que está disponible, saltándose toda
una serie de pasos intermedios”26. Este “privilegio” permitió al estado
zarista, que pretendía mantener su posición con respecto a los otros grandes
poderes, promover la rápida industrialización del país, financiada por
préstamos de su aliado, Francia, en los siglos XIX y XX. Hacia 1913, Rusia era
la quinta economía industrial del planeta, con la fuerza de trabajo más
concentrada de Europa. Aparecieron islas de industria avanzada en las que
surgió una clase trabajadora militante que lideró las revoluciones de 1905 y
1917.27 Las contradicciones del desarrollo ruso al comienzo del siglo XX -la
dependencia de la burguesía local en el estado y el capital extranjero y la
militancia de la nueva clase trabajadora creada por la industrialización- eran
suficientemente profundas como para producir la explosión de 1905, si bien la
reacción más brutal, con matanzas de judíos que presagiaron al fascismo, al
final triunfó.
Esta
combinación contradictoria de avance y atraso no existía solamente en Rusia:
otras economías recientemente industrializadas de finales del siglo XIX -Italia
y Austria-Hungría, por ejemplo- compartían algunas de las mismas
características. El historiador conservador Norman Stone mantiene que los años
previos a 1914 fueron testigos de un aumento general de la lucha de clases a lo
largo de Europa que fue reflejo del impacto de la Gran Depresión de 1873-95, en
particular empobreciendo al campesinado y (en su fase de recuperación)
aumentando los precios.
“En la
medida que los precios ascendieron tras 1895 o, en la década anterior, que los
países agricultores pudieron permitirse cada vez menos, se impulsó fuertemente
la nueva industria. En Alemania o Gran Bretaña, se tuvo que reducir gastos; y
se potenció la maquinaria. En Italia o Rusia, la depresión agraria motivó la
industrialización… En los 1890, mediante inversiones extranjeras, se traspasó
nueva tecnología de los países avanzados a los más débiles, las economías de
los cuales, como resultado, sufrieron cambios dramáticos en muy pocos años.
Ejércitos de proletarios (y campesinos) aparecieron en las fábricas. En los
1880, en otros países, se habían encontrado con precios que descendían
lentamente, y salarios que crecían sustancialmente. A finales de los 1890, y de
nuevo tras 1906, se encontraron con precios rápidamente en aumento. El
resultado, en todas partes, fue un nivel de militancia obrera que llevó a
algunos observadores a concluir que la revolución estaba a la vuelta de la
esquina.”28
Incluso en
el poder imperialista más fuerte, Gran Bretaña, estos antagonismos tuvieron
como resultado el Gran Malestar de los años previos a 1914. Rusia, con sus
estructuras sociopolíticas desestabilizadas por la rápida industrialización,
era mucho más vulnerable, como destacó Lenin en sus “Cartas desde lejos”
después de la revolución de febrero de 1917. En particular, la política
exterior agresiva y expansionista conducida por la autocracia propició
conflictos en los Balcanes con el Imperio Austrohúngaro y, por lo tanto, con el
aliado de este último, el Segundo Reich alemán; la lucha a muerte de dos
decadentes regímenes imperiales desencadenó el conflicto interimperialista que
había estado desarrollándose durante años alrededor del antagonismo entre Gran
Bretaña y Alemania y arrastró a la mayoría de las potencias europeas y sus
colonias a la Primera Guerra Mundial. Stone sostiene que “después de 1909, casi
todos los países europeos entraron en un período de caos político”, del cual,
para la derecha, la guerra parecía una salida.29 De hecho, la Gran Guerra
barrió mucho de lo que quedaba del viejo régimen en Europa. En Rusia, el infierno
de la guerra aumentó sustancialmente el tamaño de la clase obrera industrial y
la sometió a nuevas privaciones, mientras que millones de campesinos fueron
arrastrados de sus parcelas dispersas y concentrados en un gran ejército cuyas
derrotas constituyen el juicio de la Historia a la autocracia.30
El nuevo
proceso revolucionario que se abrió en febrero de 1917 dio un protagonismo aún
mayor a la clase obrera que había desempeñado un papel principal en 1905. El
ejército predominantemente campesino, cuyos motines apuntalaron el último clavo
en el ataúd de los Romanov, proporcionó un puente entre las fábricas y las
aldeas. Pero la vanguardia de la revolución -los trabajadores cualificados del
metal de Petrogrado y Moscú- afrontaron problemas y desarrollaron formas de
organización fundamentalmente similares a las de los trabajadores en los
centros capitalistas más avanzados del oeste, en Berlín, Turín, Sheffield y
Glasgow. Políticamente, de hecho, los obreros rusos eran los más avanzados, ya
que en 1905 desarrollaban el soviet como una forma de autoorganización
proletaria que podía unir a toda la clase en las luchas económicas y políticas
y establecer así la base de una alternativa al existente estado capitalista.
Los militantes de la clase trabajadora en Europa central y occidental
encontraron en las luchas de los trabajadores rusos una solución a los
problemas a los que se enfrentaban. No es casualidad que muchos trabajadores
del metal se unieran a los partidos comunistas formados para extender la
revolución bolchevique hacia el oeste.31
Del mismo
modo, la forma adoptada por la Revolución de Octubre no representó un regreso
al autoritarismo tradicional ruso o los instintos populares primitivos, como
argumentan respectivamente Pipes y Figes. Por el contrario, en el crisol
urbano, vemos lo que Trotsky llama “la orientación activa de las masas mediante
un método de aproximaciones sucesivas”, es decir, la clase trabajadora moderna
y sus aliados en el ejército probando diferentes soluciones políticas,
moviéndose progresivamente hacia la izquierda al quedar en evidencia la
ineficacia o irrelevancia de las ideas de los partidos más moderados.32 El
objetivo bolchevique del poder soviético representaba el final de este proceso
de radicalización, tanto porque se ajustaba a las necesidades de la situación
como porque el partido era todo lo contrario a la secta hermética y totalitaria
retratada por las principales corrientes de la intelectualidad. En palabras de
Alexander Rabinowitch en su estudio imprescindible de la Revolución de Octubre
en Petrogrado, que demuele de forma irrefutable la idea de un golpe
bolchevique:
“El
fenomenal éxito bolchevique puede atribuirse en gran medida a la naturaleza del
partido en 1917. Aquí no tengo en mente ni el liderazgo audaz y decidido de Lenin,
cuya inmensa importancia histórica no puede negarse, ni la muy conocida, si
bien enormemente exagerada, unidad y disciplina organizacional de los
bolcheviques. Más bien, quisiera enfatizar la estructura y el método de
operación relativamente democrático, tolerante y descentralizado del partido,
así como su carácter esencialmente abierto y de masas, en marcado contraste con
el modelo leninista tradicional.”33
Las verdaderas peculiaridades de Rusia
¿Significa
esto que octubre de 1917 no había factores específicos? Por supuesto que no: la
revolución representó, como cada evento histórico, una peculiar mezcla de lo
universal y lo particular. Sobresalen dos aspectos distintivos. El primero es
común a todas las sociedades de la época: la Gran Guerra. El gobierno
provisional que intentó reemplazar al régimen zarista en febrero de 1917
insistió en permanecer leal a las potencias de la Entente occidental, Francia y
Gran Bretaña, y al nuevo y poderoso aliado representado por los Estados Unidos,
y en continuar la participación de Rusia en la guerra. Esta fue una de las
principales fuerzas impulsoras del proceso de radicalización de masas descrito
por Trotsky. Los trabajadores y los soldados se unieron a los bolcheviques
porque estos se convirtieron en el único partido que estaba decidido a poner
fin a la guerra y lo decía en serio, como lo demostró el Tratado de
Brest-Litovsk. La oposición de los bolcheviques a la guerra, junto con su apoyo
a la toma de las propiedades de la nobleza y la aristocracia por el campesinado,
fueron fundamentales para que la Revolución de Octubre pudiera sobrevivir en
una sociedad mayoritariamente rural. El propio análisis incisivo de Lenin sobre
las condiciones del éxito bolchevique subraya que la toma del poder gozó de
“(1) una abrumadora mayoría entre el proletariado; (2) casi la mitad de las
fuerzas armadas; (3) una abrumadora superioridad de fuerzas en el momento
decisivo en los lugares decisivos, a saber: en Petrogrado y Moscú y en los
frentes de guerra cerca del centro “, y que la posterior adopción por los
bolcheviques del programa de los social revolucionarios para el campesinado
basado en la toma de la tierra les permitió “neutralizar al campesinado”.34
Pero en un
contexto más amplio, el estallido de la Primera Guerra Mundial abrió una época
de guerra, revolución y contrarrevolución que sólo terminaría en agosto de
1945. El historiador conservador alemán Ernst Nolte resumió acertadamente esta
era como “la Guerra Civil Europea”35. La matanza industrializada en las
trincheras había ayudado a muchos trabajadores e intelectuales a perder sus
lealtades hacia las clases dominantes existentes. Fuera de Rusia, el ejemplo
más dramático lo proporcionó la Revolución alemana de 1918-23. Pero la
experiencia de la guerra también tuvo un efecto embrutecedor: muchos veteranos
de las tropas de choque de primera línea fueron reclutados por los movimientos
fascistas que surgieron como la expresión más oscura de la contrarrevolución
después de 1918. En Rusia, la ofensiva contrarrevolucionaria tomó la forma de
la terrible Guerra Civil que tuvo lugar entre 1918 y 1921. Esta no solo
contribuyó materialmente a la desintegración de la economía industrial rusa y
la dispersión de la clase obrera que había hecho la revolución, sino que la
eventual victoria bolchevique fue a costa de una militarización general de la
sociedad. El propio partido perdió gran parte de sus raíces entre la clase
trabajadora. Se convirtió en un partido militar, exigiendo el sacrificio
heroico de sus miembros e imponiendo disciplina de arriba hacia abajo como el
precio del éxito.36
El segundo
rasgo distintivo de octubre de 1917 -y uno que diferencia a Rusia de sus
homólogos occidentales- fue la ausencia de una fuerte tradición reformista. El
mismo Lenin se refiere a esto en el famoso pasaje de “Comunismo izquierdista”
donde escribe: “Fue fácil para Rusia, en la situación específica e
históricamente única de 1917, comenzar la revolución socialista, pero será más
difícil para Rusia que para los países europeos continuar la revolución y culminarla”.37
En otras palabras, la fuerza de la socialdemocracia depende del nivel de
desarrollo de la sociedad en cuestión: el poder atrincherado de la burocracia
sindical reformista y sus aliados parlamentarios representan un obstáculo
importante para cualquier lucha revolucionaria, pero la conquista del poder en
una sociedad avanzada se beneficiaría del nivel relativamente alto de
productividad y educación que heredaría del capitalismo.
Este punto
es indudablemente correcto. Como es conocido, Antonio Gramsci se refirió a las
instituciones mucho más desarrolladas de la sociedad civil en Europa occidental
como trincheras que actuaron contra la revolución.38 Pero la importancia de
esto puede exagerarse. Incluso en la época de Lenin, la socialdemocracia podía
coexistir con cierto nivel de atraso. El propio Gramsci tuvo que lidiar con una
forma específica de desarrollo desigual y combinado en Italia, donde un
capitalismo industrial relativamente desarrollado en el Norte ofreció a los
líderes del movimiento obrero concesiones económicas a cambio de abandonar al
campesinado sureño a su suerte a manos del los terratenientes y la iglesia.39
Además, todas las grandes experiencias revolucionarias comparten la aparición
muy rápida de las fuerzas reformistas después de la crisis del antiguo régimen.
El propio Lenin en el mismo texto señala esto en el caso de Rusia:
“En pocas
semanas, los mencheviques y los socialistas revolucionarios asimilaron por
completo todos los métodos y maneras, los argumentos y sofismas de los héroes
europeos de la Segunda Internacional, de los ministerialistas y otros
oportunistas. Todo lo que leemos ahora sobre los Scheidemanns y Noskes, sobre
Kautsky y Hilferding, Renner y Austerlitz, Otto Bauer y Fritz Adler, Turati y
Longuet, sobre los fabianos y los líderes del Partido Laborista Independiente
de Gran Bretaña, nos parece a todos nosotros (y de hecho es) una repetición
lúgubre, una reiteración de un estribillo antiguo y familiar. Ya hemos sido
testigos de todo esto en el caso de los mencheviques. Según la historia, los
oportunistas de un país atrasado se convirtieron en los precursores de los
oportunistas en una serie de países avanzados40.”
Hay muchos
ejemplos más recientes de la rápida aparición del reformismo durante los
movimientos de masas en sociedades menos desarrolladas. Cuando surgieron
movimientos obreros independientes en las economías de reciente
industrialización durante la década de 1980, vemos a Solidarność en Polonia
abrazando rápidamente la idea de una “revolución autolimitada”, la insurrección
proletaria en Brasil cada vez más contenida por la incorporación del nuevo
Partido de los Trabajadores a la política electoral, y, durante los últimos
días del apartheid, el Partido Comunista de Sudáfrica se desarrolló con
sorprendente velocidad como un partido socialdemócrata de masas. Mucho más
recientemente, durante la Revolución Egipcia de 2011-13, la Hermandad Musulmana
asumió algunas de las funciones de un partido reformista que media entre el
estado y las masas, con consecuencias desastrosas tanto para la Hermandad como
para la revolución. Estos ejemplos reflejan la tendencia de las luchas de los
trabajadores a limitarse, consecuencia de la falta de confianza en sí mismos
por parte de trabajadorxs aún profundamente moldeados por la experiencia de
explotación y opresión bajo el capitalismo y por lo tanto dispuestxs a
encontrar compromisos con el orden existente. Lo que se requiere para superar
esta falta de confianza es, como lo demostró en 1917, la experiencia práctica
del fracaso de estos compromisos y de la capacidad de los trabajadores
autoorganizados para superarlos, y la presencia entre estos trabajadores de un
partido revolucionario de masas que ayuda a aprender las lecciones políticas
necesarias.
Incluso en
Europa occidental, estamos muy lejos de los partidos reformistas obreros,
relativamente estables y bien organizados, de la época de Lenin o del período
posterior a la Segunda Guerra Mundial. Lo que vemos son dos fenómenos
aparentemente contrapuestos, pero de hecho estrechamente relacionados. Por un
lado, otrora partidos poderosos y exitosos pueden suicidarse (el Partido
Comunista Italiano) o pueden verse marginados (Pasok en Grecia, el Parti
Socialiste en Francia o el Partido de los Trabajadores en Brasil). Por otro
lado, nuevas formaciones reformistas pueden emerger muy rápidamente: Syriza en
Grecia y Podemos en el estado español son los ejemplos clásicos recientes, pero
también existe el extraordinario caso limitado de los laboristas en Gran
Bretaña, uno de los partidos socialdemócratas más longevos cuyos líderes se
esfuerzan por reinventarlo como un partido anti-austeridad.
Ambos
fenómenos son consecuencia del declive a largo plazo de la socialdemocracia,
exacerbado por su transformación en liberalismo social en la época de Tony Blair
y Gerhard Schröder, y de la forma en que diez años de crisis y austeridad han
debilitado las estructuras políticas burguesas. Esto significa que incluso en
los centros del capitalismo avanzado los revolucionarios ya no se enfrentan a
las formaciones estables reformistas que para Lenin y Gramsci representaban un
obstáculo importante para la revolución socialista en Occidente. Por supuesto,
las razones de la inestabilidad relativa de la socialdemocracia contemporánea
son muy diferentes de aquellas (la represión de la autocracia zarista de todos
los desafíos democráticos) que impidieron el desarrollo de un reformismo
estable en la Rusia prerrevolucionaria. Sin embargo, como la trayectoria de
Syriza -que en cinco años ha pasado de la gran esperanza de la izquierda
internacional al gendarme de la Troika- indica que la política reformista
contemporánea tiene una fluidez e inestabilidad que puede crear oportunidades
para los revolucionarios, si son capaces de responder eficazmente.
En este
contexto, vale la pena considerar las dos innovaciones políticas reales
ofrecidas por la Revolución de Octubre. El primero de ellos -los soviets y la
lógica del poder dual, la coexistencia y el entrelazamiento de dos formas
políticas antagónicas, burguesas y proletarias, que su surgimiento generó
después de febrero de 1917- demostró ser universal.41 A lo largo del siglo XX,
las grandes luchas de masas de la clase trabajadora dieron luz a formas de
autoorganización democrática con tendencia a desarrollarse más allá de meros
instrumentos de lucha hasta ser la base de una nueva forma de poder político
desafiando la soberanía del estado capitalista. En diferentes formas y con
diferentes nombres -desde los consejos obreros en Alemania 1918 a los cordones en
Chile 1973, pasando por los shoras de los trabajadores en Irán 1978-9- estas
improvisaciones organizacionales han dejado entrever la sociedad autogestionada
que se desarrollaría a partir de revoluciones obreras exitosas. Los movimientos
masivos provocados por la crisis actual -sobre todo, las ocupaciones de las
plazas en 2011, desde Tahrir hasta la Puerta del Sol, Syntagma y Zuccotti Park-
mostraron una aspiración similar a formas más directas de democracia que las
ofrecidas dentro de un marco capitalista, aunque no fueron impulsados por la
dinámica de huelga de masas que dio lugar a los soviets originales y sus
contrapartes en otros lugares.
La segunda
gran innovación fue el propio partido bolchevique. Decir esto contradice el
inmenso esfuerzo que Lars Lih ha hecho para negar la distinción política del
bolchevismo, argumentando que Lenin era un fiel seguidor de Kautsky que intentó
aplicar la concepción de este último de un movimiento socialista a las
condiciones rusas.42 Sin entrar aquí en la extensa controversia que la
interpretación de Lih ha provocado, señalaría que se basa en una ingenua
comprensión premarxista de la historia en la que lo que sucede es la
realización de las intenciones de los actores. En otras palabras, concedamos
por un momento que Lenin se decidió, de ¿Qué hacer? (1903) en
adelante, a crear una versión de la socialdemocracia alemana en la Rusia
zarista. El problema era que este proyecto era simplemente irrealizable debido
a la ausencia de las condiciones -en particular, el desarrollo de un
capitalismo avanzado y en expansión capaz de ofrecer reformas y de un régimen
burgués cuasi parlamentario- que permitieron al SPD desarrollarse como un
partido de masas participando en las elecciones. La necesidad de la revolución
-inicialmente entendida por Lenin como una revolución burguesa para terminar
con la autocracia pero que, debido a la debilidad de la burguesía rusa, sería
impulsada desde abajo por movimientos masivos de trabajadores y campesinos-,
requería un tipo muy diferente de partido. Este fue el tipo de partido cuyo
surgimiento fue trazado por Tony Cliff en el primer volumen de su biografía de
Lenin.43 Lenin y sus camaradas crearon un partido en circunstancias que ellos
no eligieron y, sin intención de hacerlo, crearon algo nuevo.
Una forma de
explicar la diferencia es tomar prestada una formulación de Kautsky, quien
dijo:
“El partido
socialista es un partido revolucionario, pero no un partido que hace
revoluciones. Sabemos que nuestro objetivo solo puede lograrse a través de
una revolución. También sabemos que es tan poco lo que está en nuestras manos
para crear esta revolución como lo está en las de nuestros oponentes para
prevenirla. No es parte de nuestro trabajo instigar una revolución o preparar
el camino para ella. Y como la revolución no puede ser creada arbitrariamente
por nosotros, no podemos decir nada sobre cuándo, bajo qué condiciones o de qué
formas vendrá. Sabemos que la lucha de clases entre la burguesía y el
proletariado no puede terminar hasta que este último esté en plena posesión de
los poderes políticos y los haya utilizado para introducir a la sociedad
socialista. Sabemos que esta lucha de clases debe crecer de manera extensa e
intensa. Sabemos que el proletariado debe seguir creciendo en número y ganar en
fuerza moral y económica, y que, por lo tanto, su victoria y el derrocamiento
del capitalismo es inevitable. Pero podemos tener solo las conjeturas más vagas
sobre cuándo y cómo se producirán los últimos golpes decisivos en la guerra
social.”44 [énfasis añadido]
En la
versión de Kautsky, un partido revolucionario es uno que surfea las profundas
mareas de la historia, un producto orgánico del desarrollo del capitalismo y de
la lucha de clases que representa la fusión progresiva de la ideología
socialista y el movimiento obrero. Como dice Shandro, el marxismo de la Segunda
Internacional asumió “que el crecimiento de las fuerzas productivas determina
la dirección de la historia, que las condiciones materiales e intelectuales del
socialismo se desarrollan en paralelo, y que la teoría marxista y el movimiento
de la clase obrera se fusionan armoniosamente” .45 La práctica del bolchevismo
implica precisamente una ruptura con esta suposición de “fusión armoniosa”:
como Lenin lo retrata retrospectivamente en “Comunismo izquierdista”, el éxito
de los auténticos revolucionarios depende de la lucha implacable de las
diferentes tendencias políticas que Kautsky evadió en el SPD -incluyendo, como
Trotsky enfatiza en Lecciones de Octubre, el tipo de intensos debates que
tuvieron lugar entre los activistas bolcheviques y dentro del liderazgo del
partido durante y después de la revolución.
Pero, más
que eso, los bolcheviques fueron un partido revolucionario en el sentido de que
intervinieron activamente en la lucha de clases para ayudar a configurar y
dirigir el proceso revolucionario. Podemos ver esto más claramente cuando
organizaron insurrecciones -primero el levantamiento de Moscú en diciembre de
1905 y luego, por supuesto, la toma del poder en octubre de 1917. Los escritos
de Lenin en el otoño de 1917 no muestran ninguna garantía de que “el
derrocamiento del capitalismo sea inevitable”. Por el contrario, están llenos
de un sentido de urgencia y de la insistencia en que, si los bolcheviques no
aprovechan el momento, ellos y la clase trabajadora se verán abrumados por la
catástrofe contrarrevolucionaria.46 Pero en muchos aspectos fue más importante
el proceso entre abril y octubre, cuando los bolcheviques se dispusieron
sistemáticamente a ganar la mayoría de la clase obrera. Lenin lo explicó en sus
Tesis de abril:
“Hay que
hacer ver a las masas que los Soviets de Diputados Obreros son la única forma
posible de gobierno revolucionario, y que, por lo tanto, nuestra tarea es,
mientras este gobierno ceda a la influencia de la burguesía,
presentar una explicación paciente, sistemática y persistente de los errores de
sus tácticas, una explicaciónespecialmente adaptada a las
necesidades prácticas de las masas.47”
Ganarse a la
mayoría también implicó el uso de lo que luego se llamaría el frente único. Por
ejemplo, en agosto de 1917 los bolcheviques se unieron a los mencheviques y
Socialistas Revolucionarios, que anteriormente habían estado persiguiendo a los
bolcheviques como agentes alemanes, para detener el intento de golpe militar
del general Kornilov. La vida democrática y abierta del Partido Bolchevique le
permitió reflejar la creciente radicalización de los trabajadores y los
soldados y encauzarla en la dirección de la toma del poder. Pero esto no
significa que estos debates estuvieran abiertos a cualquier objeción. El tema
central en juego en el otoño de 1917 era si organizarse para tomar el poder o
no. Los argumentos de Lenin y Trotsky para la insurrección (su enfoque se
diferenció en cuanto a la táctica, y el juicio de Trotsky en general resultó
mejor) fueron opuestos públicamente por un grupo dirigido por Zinoviev y Lev
Kamenev. Eventualmente, su oposición fue superada por un ultimátum de la
mayoría del Comité Central amenazándolos con medidas disciplinarias. Un partido
que hace revoluciones no puede funcionar si los debates no se
resuelven, al menos provisionalmente, y si la minoría no respeta las decisiones
de la mayoría.48
La base
intelectual para la estrategia seguida por los bolcheviques fue la teoría del
imperialismo que Lenin había desarrollado durante los años de la guerra. Por lo
tanto, escribió en un texto clave en abril de 1917: “Estamos decididos a poner
fin a la guerra imperialista mundial en la que se han congregado cientos de
millones de personas y en la que están involucrados los intereses de miles de
millones de millones de capital, una guerra que no puede terminar en una paz
verdaderamente democrática sin la mayor revolución proletaria en la historia de
la humanidad “.49 Como señala Krausz, este análisis reubicó las contradicciones
de la sociedad rusa dentro de las transformaciones sufridas por el capitalismo
a nivel global: el surgimiento de bloques capitalistas monopólicos y su
competencia, que generó rivalidades interimperialistas susceptibles de producir
guerras mundiales a las que la revolución socialista fue la única respuesta.
Esto justificó el impulso del poder soviético en Rusia como el comienzo de un
proceso revolucionario global en el que una nueva Internacional Comunista
buscaría unir la insurgencia de los trabajadores y las revueltas nacionalistas
en las colonias. Perseguir este objetivo requirió la generalización del modelo
bolchevique de un partido que hace revoluciones.50
El problema
es que esta innovación resultó mucho más difícil de exportar que los soviets,
que los trabajadores han redescubierto una y otra vez de forma espontánea
siguiendo la lógica de sus luchas de masas. En sus comienzos, la Comintern
representó un intento heroico de hacer exactamente eso, a gran velocidad. Pero
como Cliff también muestra en su biografía de Lenin, resultó extremadamente
difícil injertar lo que era genuinamente nuevo sobre la estrategia y
organización bolchevique en las especificidades nacionales de las diferentes
tradiciones socialistas. No fue fácil sustituir el largo y duro proceso
mediante el cual los bolcheviques se formaron a través de períodos de lucha de
masas y de reacción, en medio de la represión y el exilio, creando tradiciones
de acción común, un debate sólido y confianza mutua que demostraron su valía en
1917. El poder y el prestigio de los bolcheviques después de la revolución
demostraron ser un obstáculo crucial para una verdadera internacionalización,
ya que alentaban una tendencia de las direcciones nacionales a ceder ante Moscú
en lugar de decidir por ellos mismos la estrategia y táctica apropiada a su
situación, tratando los consejos de los bolcheviques con respeto pero no como
instrucciones. La tendencia se institucionalizó a través de la
“bolcheviquización” del Komintern bajo Zinoviev a mediados de la década de 1920
y luego se transformó en la subordinación sistemática de los partidos
comunistas nacionales a las necesidades de política exterior del estado
soviético bajo Stalin.
El fracaso
de la revolución para extenderse hacia el oeste permitió que el proceso de
desarrollo desigual y combinado -que había creado las condiciones para la
revolución en 1905 y 1917- ahora se revirtiese y favoreciera la
contrarrevolución. La lógica de la competencia interestatal en el corazón del
análisis de Trotsky de las peculiaridades del desarrollo ruso siguió exigiendo
una industrialización rápida. La reimposición de este imperativo requirió la
destrucción de los logros de la Revolución de Octubre. Esto tomó una forma muy
específica, una que desorientó a la izquierda durante dos generaciones, no el
derrocamiento visible del estado soviético, sino la transformación del régimen
bolchevique, que a principios de la década de 1920 era una dictadura partidaria
cuyos líderes estaban atrapados entre un compromiso subjetivo con el poder de la
clase trabajadora y su ubicación objetiva como gerentes de un estado enfrentado
a las grandes potencias imperialistas más avanzadas más al oeste. Como Marx
hubiera predicho, el ser social triunfó sobre la conciencia: la
industrialización forzada de Rusia a fines de la década de 1920 y principios de
1930 sometió a los trabajadores y campesinos a las prioridades de acumulación
de capital y transformó a la URSS en una potencia imperialista por derecho
propio, atrapada en el proceso global de competencia económica y geopolítica
bajo la bandera de “la construcción del socialismo”.
En su
juiciosa y erudita historia reciente de la era revolucionaria rusa, Steve Smith
sugiere que este resultado indica que el proyecto bolchevique fue
malinterpretado. Con aprobación, cita las advertencias del líder socialista
francés Jean Jaurès y Kautsky en contra de la posibilidad de que la revolución
socialista pueda surgir de la guerra, y agrega:
“Los
bolcheviques nunca dudaron de que un sistema capitalista decadente colapsaría más
temprano que tarde … Cien años después … está claro que la Revolución Rusa no
llegó a existir debido a la crisis terminal del capitalismo … Durante el siglo
XX, el capitalismo mostró un inmenso dinamismo e innovación … aun cuando
concentraba una inmensa riqueza en unas pocas manos y creaba nuevas formas de
alienación.”51
Este
argumento parece basarse en otra idea de Kautsky, a saber, que la Primera
Guerra Mundial no fue en sí misma una consecuencia del desarrollo del
capitalismo, que podría evolucionar pacíficamente hacia un “ultraimperialismo”
globalmente integrado.52 Esto ignora el hecho de que años después de la
Revolución de Octubre, el capitalismo experimentó lo que todavía es la peor
crisis en su historia: la Gran Depresión de 1929-39. Escribiendo en 1934, el
economista liberal Lionel Robbins tenía perfectamente claro que 1914 y 1929
estaban estrechamente conectados: “Vivimos, no en el 4º, sino en el 19º año de
la crisis mundial”.53 Y el capitalismo salió de esta crisis a través de otra
guerra mundial imperialista aún más destructiva, con el Holocausto marcando el
punto más bajo de la humanidad. La apuesta de Lenin, de que la revolución
socialista en Rusia podía derrocar a todo el coloso imperialista, de haber
tenido éxito, hubiera evitado esta orgía de barbarie. Le gustaba citar el dicho
alemán: “Mejor un final horrible que un horror sin fin [Besser ein Ende mit
Schmerzen als Schmerzen ohne Ende]”.
El propio
Smith está dispuesto a tomar en serio esas historias alternativas. La siguiente
crítica a Lenin tiene un giro interesante:
“Crucialmente,
legó una estructura de poder que favorecía a un solo líder, y esto hizo que las
ideas y capacidades del líder fueran mucho más importantes que en un sistema
político democrático. Lo que esto lógicamente implica -aunque a menudo lo pasan
por alto quienes ven que el estalinismo surge del leninismo- es que si Bujarin
o Trotsky se hubieran convertido en secretario general, los horrores del
estalinismo no se habrían cumplido, aunque el atraso económico y el aislamiento
internacional todavía habrían limitado críticamente su espacio para la
maniobra.54”
Pero un “y
si…” aún más grande es qué habría pasado si la revolución hubiera podido romper
su confinamiento dentro de las fronteras del Imperio ruso. Sobre todo, ¿y si la
Revolución Alemana se hubiera desarrollado más allá de los límites de derrocar
al Kaiser e instituir una república democrática? El período 1918-23 en Alemania
vio una serie de pasos hacia delante y hacia atrás de las fuerzas que luchaban
por un Octubre alemán, que terminó en una derrota definitiva. Pero si nos
negamos a aceptar una visión determinista de la historia y estamos dispuestos a
imaginar escenarios alternativos para el régimen bolchevique, lógicamente no
hay razón para descartar la posibilidad de un avance revolucionario fuera de
Rusia. Y si eso hubiera sucedido, entonces la historia del siglo 20 habría sido
muy diferente.55 Perder las delicias del capitalismo de consumo habría sido un
pequeño precio a pagar para evitar Auschwitz e Hiroshima y comenzar a construir
una sociedad genuinamente comunista.
Conclusión
Pero, por
desgracia, la revolución fue derrotada. Esto nos lleva a donde empezamos, con
el “final de un gran ciclo” de Bensaïd. La Unión Soviética finalmente fue
víctima de la misma lógica de la competencia económica y geopolítica que la
formó en primer lugar. Pero, en parte debido a la inversión ideológica de gran
parte de la izquierda -incluso muchos de los críticos del estalinismo- en la
URSS como una alternativa, aunque deformada y distorsionada, al capitalismo,
las revoluciones de 1989-91 amplificaron en gran medida la ofensiva neoliberal.
Pero ahora el capitalismo neoliberal en sí mismo está en una crisis profunda,
no solo por el colapso de 2007-8 y sus secuelas, sino también por las revueltas
contra los partidos de la clase dominante. Esto proporciona un contexto
favorable para reafirmar que la Revolución de Octubre continúa teniendo un
significado en el presente.
No
simplemente porque representa el mayor golpe político jamás golpeado al sistema
del capitalismo. Más específicamente, toda la experiencia del bolchevismo debe
seguir siendo un punto de referencia fundamental para quienes buscan continuar
la tradición marxista revolucionaria. Esto no implica el tipo de imitación
mecánica que el propio Lenin denunció, especialmente en el Cuarto Congreso de
la Internacional Comunista en 1922. Trotsky, paladín de las “Lecciones de
octubre”, siempre insistió en que seguir una tradición implica un proceso de
selección de lo que aún se puede usar del pasado. Las grandes experiencias
revolucionarias al final de la Primera Guerra Mundial -no solo Rusia 1917 sino
Alemania 1918-23 e Italia 1918-20- requieren un atento estudio crítico, no como
un ejercicio de anticuario, sino para establecer las verdaderas causas de los
triunfos y fracasos de esa época y de ese modo aprender a ser mejores
revolucionarios en el presente.
En el caso
ruso, el funcionamiento del desarrollo desigual y combinado en el contexto de
la guerra mundial imperialista hizo posible una fusión de lo universal y lo
particular -sobre todo, de una tendencia universal a las luchas de los
trabajadores de masas para crear situaciones de doble poder y la existencia
particular de un partido revolucionario capaz de aprovechar esa situación. ¿Se
puede repetir una convergencia tan singular? La apuesta de la política marxista
revolucionaria es que sí se puede. La unión de la autoorganización popular y un
partido revolucionario de masas ciertamente tendrá lugar en condiciones muy
diferentes y bajo formas muy diferentes a las que prevalecieron en Rusia en
1917. Pero, por grandes que sean las victorias que estas nuevas experiencias
puedan producir, no atenuarán la luz que irradia desde el 25 de octubre de
1917, cuando la clase obrera rusa demostró que se puede derrotar al capital, y
cómo.
Alex Callinicos es profesor de Estudios Europeos en King’s College London y
editor de la revista cuatrimestral International Socialism.
Notas
1 Sobre la
realidad del levantamiento de Pascua y las hipocresías que lo rodean, véase
Allen, 2016. La Revolución Inglesa de 1640 es, como octubre de 1917,
ampliamente rechazada por la elite política y, gracias a la victoria del
“revisionismo” entre los historiadores académicos, tergiversada como una
disputa religiosa y constitucional. La represión historiográfica más amplia de
las grandes revoluciones es criticada en Haynes y Wolfreys (eds), 2007. Muchas
gracias a Joseph Choonara, Kevin Corr, James Eaden, John Rose y Camilla Royle
por sus comentarios sobre este artículo en borrador.
2 Osborn, 2005.
3 Matthews, 2017.
5 Figes,
1996, y especialmente Pipes (ed), 1996. La escolaridad de Pipes es destrozada
en Lih, 2001.
6 Brenton
(ed), 2016.
7 Figes,
2016, p141. La excepción en esta muy pobre colección es una evaluación
característicamente incisiva del contexto geopolítico por Dominic
Lieven-Lieven, 2016.
8 Fitzpatrick, 2017 y Brenton,
2017.
9 Harvey, 2014, p91.
10 Hobsbawm, 1994, pp4 y 9.
11 Hobsbawm, 1994, p498. Las ambivalencias históricas,
políticas y personales de Hobsbawm son escrutadas en detalle forense por Perry
Anderson en revisiones vinculadas de Age of Extremes y la autobiografía de
Hobsbawm 2002 Interesting Times-Anderson, 2002a y 2002b.
12 Bensaïd,
2003a. Este texto se originó en los debates entre la Ligue Communiste
Révolutionnaire (Francia) y el Partido Socialista de los Trabajadores (Gran
Bretaña) en el apogeo del movimiento anticapitalista a principios de la década
de 2000. Daniel lo escribió en diciembre de 2002 como una carta dirigida a mí y
firmada conjuntamente por otros líderes de LCR (Léon Crémieux, François Duval y
François Sabado); mi traducción al inglés fue publicada en el International
Socialist Tendency Discussion Bulletin n. ° 2, enero de 2003.
13 Cliff,
2003, Harman, 1990, y Callinicos, 1991.
14 Ver el
admirable relato de la revolución en Sherry, 2017.
15 Trotsky,
1975, pp202 y 203.
16 Ver
especialmente Broué, 2004, Harman, 1983 y Riddell (ed), 2015.
17 Por
ejemplo, Bensaïd, 2002, y Bensaïd, 2003b. Vea mi discusión del pensamiento
político de Bensaïd, que enfatiza la importancia de Lenin para él, en
Callinicos, 2012.
18 Lih,
2006, Shandro, 2014, Krausz, 2015, Ali, 2017 y Molyneux, 2017. Podría decirse
que este “renacimiento de Lenin” comenzó con la conferencia sobre Lenin
organizada en Essen en 2001 por Slavoj Žižek: los documentos (incluidas las contribuciones
de Bensaïd y yo) se recogen en Budgen, Kouvelakis y Žižek (eds), 2007.
19 Žižek
(ed), 2002, ofrece probablemente su discusión más completa de Lenin, junto con
una útil selección de los textos de este último de 1917. Para algunas críticas
a la apropiación de Lenin por Žižek, ver Callinicos, 2001, pp391-397, y
Callinicos, 2007 .
20
Luxemburgo, 1908.
21 Addison,
1977, Fenby, 2011, capítulo 16.
22 Cliff,
1963
23 Krausz,
2015, p363.
24 Krausz,
2015, p89. El desarrollo del pensamiento de Lenin antes de 1917 y
particularmente su comprensión evolutiva de la cuestión agraria se exploran en
detalle en Shandro, 2014.
25 Trotsky,
2017, p5. Véase también Trotsky, 1973. Marshall Poe ofrece una perspectiva
histórica algo similar, argumentando que, desde el siglo XVI en adelante, el
estado ruso pudo defenderse de la dominación europea explotando su lejanía
geográfica e imponiendo automáticamente reformas modernizadoras basadas en su
modelo occidental más avanzado. rivales-Poe, 2003.
26 Trotsky,
2017, p4.
27 Para
estos y muchos más datos sobre la economía política de la Rusia imperial
tardía, ver Smith, 2017, capítulo 1.
28 Stone,
1983, pp86-87. Ver más en general los dos brillantes capítulos iniciales de
este libro.
29 Stone,
1983, p144.
30 Tres
importantes estudios históricos recientes, Clark, 2013, Tooze, 2014 y Lieven,
2015, subrayan el importante papel desempeñado por Rusia en el estallido y el
curso de la Primera Guerra Mundial. El libro de Tooze es inusual en la seriedad
de la teoría y estrategia bolchevique. Stone, 2008, es un relato clásico de la
guerra de Rusia.
31 Smith,
1983, y Murphy, 2005, ofrecen dos estudios fundamentales de los trabajadores
metalúrgicos rusos; para Occidente, ver Broué, 2004, Hinton, 1973, y
Gluckstein, 1985.
32 Trotsky,
2017, pxvi.
33
Rabinowitch, 2017, p311. Cabe destacar que Rabinowitch no es de ninguna manera
un apologista de los bolcheviques, ya que es muy crítico con la oposición de
Lenin y Trotsky a formar un gobierno de coalición de todos los partidos en el
soviet, aunque esto habría asegurado la victoria del contraataque. -revolución
sobre un régimen soviético paralizado por sus divisiones internas.
34 Lenin,
1964c, pp262 y 263.
35 Nolte,
1987.
36 Para una
imagen bastante justa de la Guerra Civil, ver Smith, 2017, capítulo 4. Ver
también, para reflexiones más amplias sobre el poder formativo de la violencia
contrarrevolucionaria en el desarrollo del terror revolucionario, Mayer, 2000,
y, para una defensa de los bolcheviques, Rees, 1991. Pirani, 2008, es un
estudio reciente de la creciente alienación de los bolcheviques de la clase
trabajadora a principios de los años veinte.
37 Lenin, 1964d, p64.
38 Gramsci, 1975, II,
pp865-867.
39
Especialmente Gramsci, 1978.
40 Lenin,
1964d, p30.
41 Véase
Callinicos, 1977, y Gluckstein, 1985.
42 Véase la
extensa bibliografía y crítica de la interpretación de Lih sobre Lenin en Corr
y Jenkins, 2014.
43 Cliff, 1975-8
44 Kautsky, 1909, p50.
45 Shandro, 2014, p99.
46 Esto se
ve muy claramente en los textos recogidos en Žižek (ed), 2002.
47 Lenin,
1964a, p23. Ver Corr, 2017, para una crítica del intento de Lih de disminuir la
importancia de las Tesis de abril.
48 Este
proceso se describe en detalle en Rabinowitch, 2017 (ver p.310-11 para el
ultimátum).
49 Lenin,
1964b, p88.
50
Callinicos, de próxima aparición.
51 Smith, 2017, pp391-392.
52 Kautsky, 2011.
53 Robbins, 1934, p1.
54 Smith, 2017, p388.
55 Harman, 1983.
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LA REVOLUCIÓN HUÉRFANA – ¿QUÉ QUEDA DE OCTUBRE
1917?
Alex Callinicos (publicado originalmente en International
Socialism journal el 13 de octubre de 2017 http://isj.org.uk/the-orphaned-revolution/)
Muchas de
las grandes revoluciones de la era moderna continúan celebrándose. Así es, por
ejemplo, con las revoluciones Americana y Francesa, que tienen sus días
nacionales (respectivamente, el 4 y 14 de julio); el Levantamiento de Pascua en
Irlanda, cuyo centenario fue profusa (e hipócritamente) commemorado el año
pasado; o la Revolución China de 1949, en la que el Partido Comunista en el
poder basa su legitimidad.1 Pero la Revolución Rusa de Octubre 1917 es
huérfana. Su centenario está transcurriendo con poco que se asemeje a una
celebración. Esto contrasta con el 50 aniversario en 1967, que soy
suficientemente viejo para recorder. Incluso en Occidente se reconocía, a
regañadientes, que la revolución era un acontecimiento histórico de importancia
mundial.
El
aniversario de 1967 tuvo lugar durante la Guerra Fría. La relevancia de Octubre
de 1917 era obvia ya que uno de los dos rivales en aquel conflicto, la Unión
Soviética, basaba su legitimidad en esta revolución. Pero 25 años más tarde ya
no había URSS. Es sabido que Vladimir Putin, quien ha controlado el estado que
la sucedió, la Federación Rusa, dijo a la Duma en 2005: “El colapso de la Unión
Soviética fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo”.2 Pero esto no
quiere decir que sea un entusiasta de su supuesta fundación. Según Owen
Matthews:
“[Putin]
reverencia la Unión Soviética, a la que sirvió como miembro del Partido
Comunista y oficial de la KGB, pero aborrece el alzamiento popular que la creó.
En años recientes el Kremlin ha utilizado retazos de la historia rusa para
fortalecer la legitimidad de Putin, levantando estatuas al Príncipe Vladimir de
Kiev e Iván el Terrible y reescribiendo libros de historia para mostrar a
Stalin como un líder heroico en lugar de un asesino de masas. Sin embargo, el
partido no tiene ninguna línea moderna sobre la revolución – no hay versión
‘oficial’ o ‘patriótica’. El Primer Ministro anterior a la revolución, el
conservador Pyotr Stolypin -famoso por ahorcar revolucionarios con las
‘corbatas Stolypin’- es probablemente lo más parecido a un héroe oficial de ese
período. Stolypin fue elegido ‘rusa más grande de la historia’ en un programa
de TV en 2008 (se descubrió que la encuesta estaba trucada: Stalin recibió más
votos).
Como
Stolypin, Putin es ante todo un imperialista ruso, y un creyente en extirpar
toda oposición de raíz. Putin ha dicho claramente que considera a los
Bolcheviques que derrotaron al estado peligrosos traidores. Lenin y sus
revolucionarios profesionales ‘traicionaron los intereses nacionales de Rusia’,
dijo a una conferencia anual de jóvenes activistas organizada por el Kremlin en
2015. Los Bolcheviques ‘anhelaban ver su patria derrotada mientras heroicos
soldados y oficiales rusos derramaban sangre en el frente de la Primera Guerra
Mundial’. La revolución, para Putin, hizo que ‘Rusia colapsase como estado y se
diese por vencida’…
Sin duda, la
Rusia de Putin se asemeje en muchas maneras al tipo de país que la Guardia
Blanca habría construido si ellos, y no los Rojos, hubiesen ganado la guerra
civil rusa. El conservadorismo social de Putin, su utilización de la iglesia
para ganar legitimidad y su intolerancia a la disconformidad son una versión
actualizada de la fórmula de la época zarista de ‘autocracia, Ortodoxia y
voluntad popular’. Quizá fuese Boris Yeltsin quien revirtió la revolución al
deponer al Partido Comunista, pero es Putin quien ha llevado el círculo del
siglo de vuelta al principio. Putin ha restaurado la Santa Rusia: una sociedad
donde dirigente e iglesia están unidos, donde oposición es traición y donde la
policía secreta está en guardia a la espera del menor atisbo de descontento”.3
En
Occidente, miedo y paranoia hacia Rusia siguen vivos, como la histeria
provocada por los tratos de Donald Trump con Moscú ha demostrado. Richard
Painter, principal abogado ético de George Bush (una tarea que debe haberle
dejado tiempo de sobra para sus estudios históricos), rastreó el origen de
estos sentimientos hasta 1917: “sabemos lo que los rusos han estado haciendo,
llevan haciéndolo desde la Revolución Rusa de 1917, cuando los comunistas
empezaron a querer desestabilizar las democracias occidentales… Y ha continuado
hasta 2017”.4 Pero estas reminiscencias de la Guerra Fría no han despertado
mucho interés en Octubre de 1917.
En el mundo
académico, los esfuerzos desencadenados por la radicalización de los 60 y 70
por desarrollar una interpretación social de la revolución han sido reprimidos.
El consenso académico retrata Octubre de 1917 como un golpe retrógrado que
condenó a Rusia al caos y el totalitarismo, ya sea expresado en lo que pretende
ser “historia social”, como es el caso del execrable A People’s Tragedy de
Orlando Figes, o tomando la forma de la narrativa política más convencional
encontrada en las obras del veterano anti-Lenin Richard Pipes.5
Una reciente
colección titulada Historically Inevitable? Turning
Points of the Russian Revolutio (¿Históricamente
inevitable? Puntos de
inflexión de la Revolución Rusa)6, ejemplifica este consenso. Editado por Tony
Brenton, quien fuera embajador británico en Moscú, la postura del libro está
clara desde el principio: el epígrafe es una cita del gran poeta Aleksandr
Pushkin: “Revuelta rusa, sin cabeza y sin piedad”. El punto más bajo por una
vez no viene de la mano de Pipes, sino que se encuentra en un ensayo de Edvard
Radzinsky que lamenta el martirio del zar Nicolás II y su familia. Figes
dedica el suyo en su totalidad a expresar tristeza y decepción ante el
hecho de que una patrulla de policía en Petrogrado el 24 de octubre de 1917 tomó
a Lenin, que iba disfrazado de camino al soviet en el instituto Smolny, por un
“borracho inofensivo”; si le hubiesen identificado, “la historia habría
progresado de una forma muy distinta”7. Revisando la colección, Sheila
Fitzpatrick, una sobresaliente historiadora de la era soviética, se quejó
levemente de que la propia contribución de Brenton olía a “un triunfalismo de
mercado libre que, como ‘el fin de la historia’ de Fukuyama, no resiste el paso
del tiempo”, a lo que Brenton respondió que esto era como ser acusado de
“triunfalismo porque la tierra es redonda”.8 Tal es la vanidad del centro
neoliberal extremo incluso cuando se aproxima su merecido.
Pero el
silencio en torno a Octubre 1917 también afecta a la izquierda. David Harvey es
indudablemente uno de los más destacados intelectuales marxistas vivos, cuyos
textos y charlas online han desempeñado un papel importante atrayendo interés
en la obra de Marx. Pero si consultamos una reciente y popular exposición de la
crítica de Marx que no sólo se preocupa por lo que Harvey llama “las 17
contradicciones del capitalismo” sino de explorar cómo una alternativa política
podría desarrollarse, no hallaremos mención de Lenin y 1917. Harvey brevemente
menciona el escenario donde, mientras las desigualdades aumentan, “un
movimiento anticapitalista y revolucionario, organizado y consciente de sí
mismo (dirigido, para los Leninistas, por un partido) se alzará”, sólo para
desdeñarlo como “demasiado simple, si no fundamentalmente deficiente”.9
Harvey
siempre ha mantenido sus distancias con el Leninismo, pero otros intelectuales
marxistas relacionados con tradiciones que tomaron Octubre de 1917 como su
punto de referencia han sugerido que el colapso de la Unión Soviética y sus
satélites en 1989-91 dibujó una línea que separa a la izquierda contemporánea
de la experiencia de la Revolución Rusa. El gran historiador Eric Hobsbawm,
fiel al Partido Comunista de Gran Bretaña hasta su desaparición al final de los
80, escribió un libro titulado El corto siglo XX 1914-1991. El
mensaje implícito fue que la época abierta por la Revolución Rusa había
terminado. De hecho, Hobsbawm argumentó que: “El mundo que se fragmentó a fines
de la década de 1980 fue el mundo modelado por la Revolución Rusa de 1917”, y
describió el presente como “el mundo que sobrevivió al final de la Revolución
de Octubre”. Pero el verdadero tema de Hobsbawm demuestra ser el capitalismo
global, sus grandes crisis en los comienzos y finales del siglo XX, y la
dilatada expansión entre ellos, en comparación con la cual “la historia del
enfrentamiento entre el “capitalismo” y el “socialismo” probablemente parecerá
de interés histórico más limitado -comparable, a largo plazo, a las guerras de
religión de los siglos XVI y XVII o las Cruzadas”.10
Esta
equivocación probablemente está relacionada con la problemática relación de
Hobsbawm con su propio pasado comunista -reflejada en su evaluación final de la
experiencia rusa: “La tragedia de la Revolución de Octubre fue precisamente que
sólo pudo producir su tipo de despiadado, brutal socialismo dirigido”.11 Al
contrario, negar que el Stalinismo fue el resultado inevitable de la Revolución
de Octubre es una de las características definitorias de la tradición
trotskista. Daniel Bensaïd fue, hasta su muerto en 2009, uno de los principales
exponentes de esta tradición, por lo que es interesante ver que hizo propio el
planteamiento de Hobsbawm del “corto siglo XX”:
“Estaba
claro que la unificación de Alemania, la desintegración de la Unión Soviética,
el final de la Guerra Fría, etc., marcaron el final de un gran ciclo que empezó
con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Si uno acepta la noción
aproximada de “el corto siglo XX”, se trataba entonces de un punto de inflexión
histórico que necesariamente se traduciría más o menos rápidamente en una
reorganización del paquete geopolítico, sino también en redefiniciones y
recomposiciones entre las corrientes en el movimiento de los trabajadores.12”
¿Qué queda de Octubre?
¿Pero qué
significa exactamente hablar de “el final de la Revolución de Octubre”?
Claramente, como Bensaïd dice, 1989-91 desencadenó una transformación
geopolítica, el colapso del bloque rival al capitalismo occidental, que dejó
libre de obstáculos la hegemonía global de los Estados Unidos. A su vez, esto
hizo posible la generalización de los regímenes de economía neoliberal
impulsados por Margaret Thatcher y Ronald Reagan al comienzo de los 80. El
neoliberalismo fue exportado al tercer mundo gracias a la crisis de la deuda
precipitada por el brusco aumento en las tasas de interés y el dólar.
Bensaïd
también menciona “redefiniciones y recomposiciones entre las corrientes del
movimiento obrero”. La creación de la Internacional Comunista en 1919 fue el
fruto de los esfuerzos de los Bolcheviques para extender la Revolución de Octubre.
El fracaso de esta estrategia facilitó el ascenso al poder de Stalin y la
transformación de los partidos comunistas en instrumentos de la política
exterior de Moscú. Consecuentemente, el destino de una sección importante del
movimiento obrero -de la que formaron parte muchos de los mejores militantes
durante varias generaciones- estaba atado al del estado soviético. El decline
de este -y los conflictos entre Moscú y Beijing por el liderazgo del movimiento
comunista- contribuyeron a la descomposición del movimiento, si bien cada vez
más este se debió a la aceptación por parte de estos partidos de políticas
reformistas que en nada se diferenciaban de las de sus rivales
socialdemócratas. El colapso de la URSS aceleró este proceso, especialmente con
el suicidio del PC Italiano, el más importante en Occidente. Hoy en día quedan
un puñado de CPs que todavía cuentan -los ultra-stalinistas PC Griego y
Portugués, el Partido Comunista de la India (Marxista), que ha perdido sus
feudos electorales, y el PC de Sudáfrica, cuyo destino ha estado atado durante
50 años al del Congreso Nacional Africano, sumido en una crisis cada vez mayor.
Por lo
tanto, podemos decir que 1989-91 marcó un punto de inflexión en procesos de
largo recorrido -la reorganización neoliberal del capitalismo global bajo la
supervisión de los EU y la caída del movimiento comunista. ¿Significa esto que
Octubre 1917 no tiene nada que ofrecernos? ¿La implosión del bloque soviético
ha cegado la luz que un día irradió Octubre? Cómo respondemos esta pregunta, en
parte, dependerá de si estamos de acuerdo con Hobsbawm y equiparamos la
Revolución con el Stalinismo. Por supuesto, es el principio fundacional de esta
corriente rechazar esta equiparación. Para nosotros, la transformación
stalinista de la URSS al final de los 20 y al principio de los 30
-industrialización forzada y colectivización de la agricultura- no significó la
construcción del socialismo, sino la consolidación de una contrarrevolución.
Una nueva clase dominante, la burocracia central en el partido y el estado,
llegaron para dominar y explotar a una clase trabajadora atomizada a la que,
bajo la presión de competición militar con los poderes imperialistas
occidentales, sometió a la lógica de acumulación de capital. Los alzamientos de
1989-91, por tanto, no representaron una restauración del capitalismo, sino, en
palabras de Chris Harman, un movimiento lateral, deuna forma de capitalismo
(capitalismo de estado burocrático) a otra (el tipo de capitalismo de mercado
que prevalece en la era neoliberal).13
Este
análisis presupone que Octubre 1917 fue una auténtica revolución obrera, y que
por tanto el consenso de la élite que la retrata como un golpe es incorrecto.14
Pero entonces, ¿qué tipo de luz emana Octubre? ¿Ofrece simplemente inspiración
revolucionaria o tiene un significado estratégico más específico? Examinemos lo
que Trotsky escribió en 1924, en su pequeño libro Lecciones de Octubre:
“Es
indispensable que todo el partido, y especialmente para las generaciones más
jóvenes, estudien y asimilen paso a paso la experiencia de Octubre, que puso el
pasado a prueba de forma definitiva, incontestable e irrevocable y abrió de par
en par las puertas del futuro… Para el estudio de las leyes y métodos de la
revolución proletaria no existe, por ahora, una fuente más importante y honda
que nuestra experiencia de Octubre.”
Lecciones de Octubre tenía un propuesto polémico: el Partido Comunista Alemán había
fracasado al intentar tomar el poder en octubre de 1923 y Trotsky estaba
intentando responsabilizar por ello a sus rivales políticos entre los
Bolcheviques, particularmente Grigori Zinoviev, presidente de la Kominterm.
Pero los argumentos que desarrolla en el libro tienen mayor alcance, y es
innegable que la práctica política de Trotsky estuvo guiada por su visión de
Octubre 1917. Su Historia de la Revolución Rusa es una crónica
sin parangón de todo el proceso. El interés en los primeros años de la
Kominterm yace en los esfuerzos de los líderes de la Revolución Rusa, sobre
todo Lenin y Trotsky, en transmitir su experiencia y explicar sus lecciones a
los líderes de los nuevos partidos comunistas, especialmente en Alemania. La
pertinencia de esta experiencia. La pertinencia de esta experiencia, claro
está, no ha eludido a posteriores revolucionarios. El pensamiento y estrategia
de alguien como Bensaïd, a pesar de su aceptación del fin de un ciclo, han
estado marcados por los textos de Lenin.17
En los últimos años ha tenido lugar una recuperación
de la figura de Lenin, empezando con la exhaustiva operación de rescate de Lars
Lih de ¿Qué hacer?, y extendiéndose a un
interesante estudio de Alan Shandro, la mayor biografía intelectual de Tamás
Krausz (ganadora de los 2015 Isaac y Tamara Premio Deutscher Memorial), las
elegantes reflexiones de Tariq Ali y la presentación de un Lenin para hoy de
John Molyneux18. El libro de Molyneux está asentado firmemente en la tradición
de la corriente Socialismo Internacional. Pero el resto de este cuerpo de
escritura concentran sus esfuerzos principalmente en rescatar a
Lenin de las caricaturas a las que el consenso académico le ha sometido y
devolverle el lugar que le corresponde en la historia del marxismo, no para
explorar su relevancia en el presente. La principal excepción reciente a esto,
a parte del libro de Molyneux, viene de la mano de Slavoj Žižek,
pero el “leninismo” de Žižek es demasiado peculiar y
impregnado de sus tribulaciones filosóficas como para ofrecer
una política reconocible.19
Así pues,
¿mantiene la Revolución de Octubre un significado universal y sigue ofreciendo
lecciones para socialistas de todo el mundo, como Trotsky defendió? Hay una
razón fundamental por la que deberíamos responder: sí. Existe un debate aún más
antiguo en la izquierda, que se remonta a las controversias revisionistas de la
socialdemocracia alemana a finales del siglo 19, acerca de si el capitalismo
puede transformarse gradualmente o no: “¿Reforma o revolución?”, en las palabras
de Rosa Luxemburgo. En la actualidad estamos presenciando el auge de nuevas
formaciones reformistas de izquierdas. Los líderes del Partido Laborista en
Gran Bretaña, Jeremy Corbyn y John McDonnell, optan por la Reforma en el dilema
planteado por Luxemburgo20. Con honestidad y consistencia, mantienen que la
sociedad británica puede transformarse dentro del marco constitucional de la
democracia parlamentaria. Lo mismo hacen los líderes de las otras principales
corrientes de la izquierda en Europa – La France Insoumise de Jean-Luc
Mélenchon, Podemos y Syriza.
El problema
es que un repaso de las experiencias históricas no se salda con un solo ejemplo
de un gobierno reformista de izquierdas que haya tenido éxito. El gobierno
laborista más importante -la administración de Clement Attlee entre 1945 y
1951- implementó reformas de gran envergadura, pero tanto la consolidación del
estado del bienestar como la nacionalización de industrias básicas formaban
parte del consenso adoptado por la élite tras la Segunda Guerra Mundial. El
gobierno de Charles de Gaulle21, que tenía poco de radical, introdujo medidas
semejantes entre 1944 y 1946. El patrón de los gobiernos socialdemócratas es
que se vean obligados a abandonar las propuestas de reforma por las que fueron
elegidos, sucumbiendo a una combinación de presión de los mercados financieros
y sabotaje de la burocracia estatal y el mundo de los negocios. Si no pasan por
el aro, se les destroza. El paradigma moderno es el golpe militar chileno de
1973, que depuso a la Unidad Popular de Salvador Allende. Pero la derrota de
Syriza en julio de 2015 revela una nueva manera de someter a un gobierno de
izquierdas: cerrar su sistema bancario y forzarlo a colaborar con el
empobrecimiento de su población.
Y si la ruta
del reformismo está bloqueada, tenemos que tomarnos en serio la alternativa
revolucionaria. La Revolución Rusa de Octubre representa el primer intento
exitoso de derribar el capitalismo. De hecho, en la tradición de la Corriente
Socialismo Internacional defendemos que esta es la única revolución
socialista exitosa. Las otras grandes revoluciones del siglo XX -sobre todo,
China, Vietnam y Cuba- rompieron las cadenas de la dominación colonial, pero
dieron lugar a la instauración de regímenes burocráticos de capitalismo estatal
hechos a la imagen y semejanza de la Rusia stalinista22. Es por eso que es aún
más importante indagar qué podemos aprender de Octubre 1917.
Varios
factores alejan la experiencia de octubre de nuestros días. El más obvio es que
la Rusia de 1917 no tenía nada en común con el capitalismo globalizado de 2017.
Rusia era una sociedad donde predominaba la agricultura y cuya población eran
mayoritariamente campesinos oprimidos y explotados por la alianza de la
autocracia zarista con la nobleza y la aristocracia terrateniente. El atraso de
la Rusia imperialista de entonces es innegable, pero esto no significa que el
país fuese ajeno al proceso de desarrollo capitalista global. Lenin y Trotsky
entendieron esto. En palabras de Krausz,
“Incluso
antes de 1905, Lenin expuso este fenómeno particular, es decir, que Rusia
estaba involucrada en el sistema global a través de un proceso que hoy
podríamos denominar ‘integración semi-periférica’, mediante el cual formas
pre-capitalistas se conservan bajo el capitalismo para reforzar la
subordinación a los intereses a los intereses del capitalismo occidental.
Formas pre-capitalistas integradas en el capitalismo dentro del funcionamiento
de este.”23
“El
descubrimiento científico de esta aleación de una variedad de formas de producción
y de estructuras históricas divergentes es lo que fortaleció a Lenin en su
convicción de que Rusia era una región de “contradicciones sobredeterminadas”
(Althusser). Estas contradicciones sólo pueden resolverse mediante una
revolución. Lenin sólo se volvió consciente de la red de correspondencias en
las que las particularidades locales del capitalismo y del posible
derrocamiento de la monarquía zarista fueron conjuntadas en el transcurso de
más de una década de investigación científica y lucha política. Estas
investigaciones le llevaron al descubrimiento de algo sumamente importante, lo
cual él resumió en su tesis de Rusia como ‘eslabón débil en la cadena del
imperialismo’.”24
Trotsky
llegó a la misma conclusión por un camino distinto. En sus estudios de las
revoluciones de 1905 y 1917 concedió más importancia al rol del estado zarista.
Competición geopolítica con poderes europeos más avanzados al oeste forzó a la
autocracia, desde los tiempos de Pedro el Grande al comienzo del siglo 18, a
importar técnicas más avanzadas (así como el capital necesario para
financiarlas y a menudo el personal para operarlas) de los países rivales. Este
es el contexto en el que formula su teoría del desarrollo desigual y combinado:
“La
desigualdad, la ley general del proceso histórico, se revela más claramente y
en su forma más compleja en el destino de los países más atrasados. Azuzada por
la presión exterior, su cultura atrasada se ve obligada a dar saltos hacia
delante. Así, a partir de la ley universal de la desigualdad emerge otra, la
cual, a falta de otro nombre, llamaremos la ley de desarrollo combinado – con
la cual nos referimos a los diferentes pasos del viaje uniéndose, una
combinación de los distintos pasos, una amalgama de formas arcaicas que
coexisten con otras contemporáneas.”25
Este proceso
da lugar al surgimiento del “privilegio del atraso histórico”, que “permite, o
más bien fuerza, la adopción de lo que sea que está disponible, saltándose toda
una serie de pasos intermedios”26. Este “privilegio” permitió al estado
zarista, que pretendía mantener su posición con respecto a los otros grandes
poderes, promover la rápida industrialización del país, financiada por
préstamos de su aliado, Francia, en los siglos XIX y XX. Hacia 1913, Rusia era
la quinta economía industrial del planeta, con la fuerza de trabajo más
concentrada de Europa. Aparecieron islas de industria avanzada en las que
surgió una clase trabajadora militante que lideró las revoluciones de 1905 y
1917.27 Las contradicciones del desarrollo ruso al comienzo del siglo XX -la
dependencia de la burguesía local en el estado y el capital extranjero y la
militancia de la nueva clase trabajadora creada por la industrialización- eran
suficientemente profundas como para producir la explosión de 1905, si bien la
reacción más brutal, con matanzas de judíos que presagiaron al fascismo, al
final triunfó.
Esta
combinación contradictoria de avance y atraso no existía solamente en Rusia:
otras economías recientemente industrializadas de finales del siglo XIX -Italia
y Austria-Hungría, por ejemplo- compartían algunas de las mismas
características. El historiador conservador Norman Stone mantiene que los años
previos a 1914 fueron testigos de un aumento general de la lucha de clases a lo
largo de Europa que fue reflejo del impacto de la Gran Depresión de 1873-95, en
particular empobreciendo al campesinado y (en su fase de recuperación)
aumentando los precios.
“En la
medida que los precios ascendieron tras 1895 o, en la década anterior, que los
países agricultores pudieron permitirse cada vez menos, se impulsó fuertemente
la nueva industria. En Alemania o Gran Bretaña, se tuvo que reducir gastos; y
se potenció la maquinaria. En Italia o Rusia, la depresión agraria motivó la
industrialización… En los 1890, mediante inversiones extranjeras, se traspasó
nueva tecnología de los países avanzados a los más débiles, las economías de
los cuales, como resultado, sufrieron cambios dramáticos en muy pocos años.
Ejércitos de proletarios (y campesinos) aparecieron en las fábricas. En los
1880, en otros países, se habían encontrado con precios que descendían
lentamente, y salarios que crecían sustancialmente. A finales de los 1890, y de
nuevo tras 1906, se encontraron con precios rápidamente en aumento. El
resultado, en todas partes, fue un nivel de militancia obrera que llevó a
algunos observadores a concluir que la revolución estaba a la vuelta de la
esquina.”28
Incluso en
el poder imperialista más fuerte, Gran Bretaña, estos antagonismos tuvieron
como resultado el Gran Malestar de los años previos a 1914. Rusia, con sus
estructuras sociopolíticas desestabilizadas por la rápida industrialización,
era mucho más vulnerable, como destacó Lenin en sus “Cartas desde lejos”
después de la revolución de febrero de 1917. En particular, la política
exterior agresiva y expansionista conducida por la autocracia propició
conflictos en los Balcanes con el Imperio Austrohúngaro y, por lo tanto, con el
aliado de este último, el Segundo Reich alemán; la lucha a muerte de dos
decadentes regímenes imperiales desencadenó el conflicto interimperialista que
había estado desarrollándose durante años alrededor del antagonismo entre Gran
Bretaña y Alemania y arrastró a la mayoría de las potencias europeas y sus
colonias a la Primera Guerra Mundial. Stone sostiene que “después de 1909, casi
todos los países europeos entraron en un período de caos político”, del cual,
para la derecha, la guerra parecía una salida.29 De hecho, la Gran Guerra
barrió mucho de lo que quedaba del viejo régimen en Europa. En Rusia, el infierno
de la guerra aumentó sustancialmente el tamaño de la clase obrera industrial y
la sometió a nuevas privaciones, mientras que millones de campesinos fueron
arrastrados de sus parcelas dispersas y concentrados en un gran ejército cuyas
derrotas constituyen el juicio de la Historia a la autocracia.30
El nuevo
proceso revolucionario que se abrió en febrero de 1917 dio un protagonismo aún
mayor a la clase obrera que había desempeñado un papel principal en 1905. El
ejército predominantemente campesino, cuyos motines apuntalaron el último clavo
en el ataúd de los Romanov, proporcionó un puente entre las fábricas y las
aldeas. Pero la vanguardia de la revolución -los trabajadores cualificados del
metal de Petrogrado y Moscú- afrontaron problemas y desarrollaron formas de
organización fundamentalmente similares a las de los trabajadores en los
centros capitalistas más avanzados del oeste, en Berlín, Turín, Sheffield y
Glasgow. Políticamente, de hecho, los obreros rusos eran los más avanzados, ya
que en 1905 desarrollaban el soviet como una forma de autoorganización
proletaria que podía unir a toda la clase en las luchas económicas y políticas
y establecer así la base de una alternativa al existente estado capitalista.
Los militantes de la clase trabajadora en Europa central y occidental
encontraron en las luchas de los trabajadores rusos una solución a los
problemas a los que se enfrentaban. No es casualidad que muchos trabajadores
del metal se unieran a los partidos comunistas formados para extender la
revolución bolchevique hacia el oeste.31
Del mismo
modo, la forma adoptada por la Revolución de Octubre no representó un regreso
al autoritarismo tradicional ruso o los instintos populares primitivos, como
argumentan respectivamente Pipes y Figes. Por el contrario, en el crisol
urbano, vemos lo que Trotsky llama “la orientación activa de las masas mediante
un método de aproximaciones sucesivas”, es decir, la clase trabajadora moderna
y sus aliados en el ejército probando diferentes soluciones políticas,
moviéndose progresivamente hacia la izquierda al quedar en evidencia la
ineficacia o irrelevancia de las ideas de los partidos más moderados.32 El
objetivo bolchevique del poder soviético representaba el final de este proceso
de radicalización, tanto porque se ajustaba a las necesidades de la situación
como porque el partido era todo lo contrario a la secta hermética y totalitaria
retratada por las principales corrientes de la intelectualidad. En palabras de
Alexander Rabinowitch en su estudio imprescindible de la Revolución de Octubre
en Petrogrado, que demuele de forma irrefutable la idea de un golpe
bolchevique:
“El
fenomenal éxito bolchevique puede atribuirse en gran medida a la naturaleza del
partido en 1917. Aquí no tengo en mente ni el liderazgo audaz y decidido de Lenin,
cuya inmensa importancia histórica no puede negarse, ni la muy conocida, si
bien enormemente exagerada, unidad y disciplina organizacional de los
bolcheviques. Más bien, quisiera enfatizar la estructura y el método de
operación relativamente democrático, tolerante y descentralizado del partido,
así como su carácter esencialmente abierto y de masas, en marcado contraste con
el modelo leninista tradicional.”33
Las verdaderas peculiaridades de Rusia
¿Significa
esto que octubre de 1917 no había factores específicos? Por supuesto que no: la
revolución representó, como cada evento histórico, una peculiar mezcla de lo
universal y lo particular. Sobresalen dos aspectos distintivos. El primero es
común a todas las sociedades de la época: la Gran Guerra. El gobierno
provisional que intentó reemplazar al régimen zarista en febrero de 1917
insistió en permanecer leal a las potencias de la Entente occidental, Francia y
Gran Bretaña, y al nuevo y poderoso aliado representado por los Estados Unidos,
y en continuar la participación de Rusia en la guerra. Esta fue una de las
principales fuerzas impulsoras del proceso de radicalización de masas descrito
por Trotsky. Los trabajadores y los soldados se unieron a los bolcheviques
porque estos se convirtieron en el único partido que estaba decidido a poner
fin a la guerra y lo decía en serio, como lo demostró el Tratado de
Brest-Litovsk. La oposición de los bolcheviques a la guerra, junto con su apoyo
a la toma de las propiedades de la nobleza y la aristocracia por el campesinado,
fueron fundamentales para que la Revolución de Octubre pudiera sobrevivir en
una sociedad mayoritariamente rural. El propio análisis incisivo de Lenin sobre
las condiciones del éxito bolchevique subraya que la toma del poder gozó de
“(1) una abrumadora mayoría entre el proletariado; (2) casi la mitad de las
fuerzas armadas; (3) una abrumadora superioridad de fuerzas en el momento
decisivo en los lugares decisivos, a saber: en Petrogrado y Moscú y en los
frentes de guerra cerca del centro “, y que la posterior adopción por los
bolcheviques del programa de los social revolucionarios para el campesinado
basado en la toma de la tierra les permitió “neutralizar al campesinado”.34
Pero en un
contexto más amplio, el estallido de la Primera Guerra Mundial abrió una época
de guerra, revolución y contrarrevolución que sólo terminaría en agosto de
1945. El historiador conservador alemán Ernst Nolte resumió acertadamente esta
era como “la Guerra Civil Europea”35. La matanza industrializada en las
trincheras había ayudado a muchos trabajadores e intelectuales a perder sus
lealtades hacia las clases dominantes existentes. Fuera de Rusia, el ejemplo
más dramático lo proporcionó la Revolución alemana de 1918-23. Pero la
experiencia de la guerra también tuvo un efecto embrutecedor: muchos veteranos
de las tropas de choque de primera línea fueron reclutados por los movimientos
fascistas que surgieron como la expresión más oscura de la contrarrevolución
después de 1918. En Rusia, la ofensiva contrarrevolucionaria tomó la forma de
la terrible Guerra Civil que tuvo lugar entre 1918 y 1921. Esta no solo
contribuyó materialmente a la desintegración de la economía industrial rusa y
la dispersión de la clase obrera que había hecho la revolución, sino que la
eventual victoria bolchevique fue a costa de una militarización general de la
sociedad. El propio partido perdió gran parte de sus raíces entre la clase
trabajadora. Se convirtió en un partido militar, exigiendo el sacrificio
heroico de sus miembros e imponiendo disciplina de arriba hacia abajo como el
precio del éxito.36
El segundo
rasgo distintivo de octubre de 1917 -y uno que diferencia a Rusia de sus
homólogos occidentales- fue la ausencia de una fuerte tradición reformista. El
mismo Lenin se refiere a esto en el famoso pasaje de “Comunismo izquierdista”
donde escribe: “Fue fácil para Rusia, en la situación específica e
históricamente única de 1917, comenzar la revolución socialista, pero será más
difícil para Rusia que para los países europeos continuar la revolución y culminarla”.37
En otras palabras, la fuerza de la socialdemocracia depende del nivel de
desarrollo de la sociedad en cuestión: el poder atrincherado de la burocracia
sindical reformista y sus aliados parlamentarios representan un obstáculo
importante para cualquier lucha revolucionaria, pero la conquista del poder en
una sociedad avanzada se beneficiaría del nivel relativamente alto de
productividad y educación que heredaría del capitalismo.
Este punto
es indudablemente correcto. Como es conocido, Antonio Gramsci se refirió a las
instituciones mucho más desarrolladas de la sociedad civil en Europa occidental
como trincheras que actuaron contra la revolución.38 Pero la importancia de
esto puede exagerarse. Incluso en la época de Lenin, la socialdemocracia podía
coexistir con cierto nivel de atraso. El propio Gramsci tuvo que lidiar con una
forma específica de desarrollo desigual y combinado en Italia, donde un
capitalismo industrial relativamente desarrollado en el Norte ofreció a los
líderes del movimiento obrero concesiones económicas a cambio de abandonar al
campesinado sureño a su suerte a manos del los terratenientes y la iglesia.39
Además, todas las grandes experiencias revolucionarias comparten la aparición
muy rápida de las fuerzas reformistas después de la crisis del antiguo régimen.
El propio Lenin en el mismo texto señala esto en el caso de Rusia:
“En pocas
semanas, los mencheviques y los socialistas revolucionarios asimilaron por
completo todos los métodos y maneras, los argumentos y sofismas de los héroes
europeos de la Segunda Internacional, de los ministerialistas y otros
oportunistas. Todo lo que leemos ahora sobre los Scheidemanns y Noskes, sobre
Kautsky y Hilferding, Renner y Austerlitz, Otto Bauer y Fritz Adler, Turati y
Longuet, sobre los fabianos y los líderes del Partido Laborista Independiente
de Gran Bretaña, nos parece a todos nosotros (y de hecho es) una repetición
lúgubre, una reiteración de un estribillo antiguo y familiar. Ya hemos sido
testigos de todo esto en el caso de los mencheviques. Según la historia, los
oportunistas de un país atrasado se convirtieron en los precursores de los
oportunistas en una serie de países avanzados40.”
Hay muchos
ejemplos más recientes de la rápida aparición del reformismo durante los
movimientos de masas en sociedades menos desarrolladas. Cuando surgieron
movimientos obreros independientes en las economías de reciente
industrialización durante la década de 1980, vemos a Solidarność en Polonia
abrazando rápidamente la idea de una “revolución autolimitada”, la insurrección
proletaria en Brasil cada vez más contenida por la incorporación del nuevo
Partido de los Trabajadores a la política electoral, y, durante los últimos
días del apartheid, el Partido Comunista de Sudáfrica se desarrolló con
sorprendente velocidad como un partido socialdemócrata de masas. Mucho más
recientemente, durante la Revolución Egipcia de 2011-13, la Hermandad Musulmana
asumió algunas de las funciones de un partido reformista que media entre el
estado y las masas, con consecuencias desastrosas tanto para la Hermandad como
para la revolución. Estos ejemplos reflejan la tendencia de las luchas de los
trabajadores a limitarse, consecuencia de la falta de confianza en sí mismos
por parte de trabajadorxs aún profundamente moldeados por la experiencia de
explotación y opresión bajo el capitalismo y por lo tanto dispuestxs a
encontrar compromisos con el orden existente. Lo que se requiere para superar
esta falta de confianza es, como lo demostró en 1917, la experiencia práctica
del fracaso de estos compromisos y de la capacidad de los trabajadores
autoorganizados para superarlos, y la presencia entre estos trabajadores de un
partido revolucionario de masas que ayuda a aprender las lecciones políticas
necesarias.
Incluso en
Europa occidental, estamos muy lejos de los partidos reformistas obreros,
relativamente estables y bien organizados, de la época de Lenin o del período
posterior a la Segunda Guerra Mundial. Lo que vemos son dos fenómenos
aparentemente contrapuestos, pero de hecho estrechamente relacionados. Por un
lado, otrora partidos poderosos y exitosos pueden suicidarse (el Partido
Comunista Italiano) o pueden verse marginados (Pasok en Grecia, el Parti
Socialiste en Francia o el Partido de los Trabajadores en Brasil). Por otro
lado, nuevas formaciones reformistas pueden emerger muy rápidamente: Syriza en
Grecia y Podemos en el estado español son los ejemplos clásicos recientes, pero
también existe el extraordinario caso limitado de los laboristas en Gran
Bretaña, uno de los partidos socialdemócratas más longevos cuyos líderes se
esfuerzan por reinventarlo como un partido anti-austeridad.
Ambos
fenómenos son consecuencia del declive a largo plazo de la socialdemocracia,
exacerbado por su transformación en liberalismo social en la época de Tony Blair
y Gerhard Schröder, y de la forma en que diez años de crisis y austeridad han
debilitado las estructuras políticas burguesas. Esto significa que incluso en
los centros del capitalismo avanzado los revolucionarios ya no se enfrentan a
las formaciones estables reformistas que para Lenin y Gramsci representaban un
obstáculo importante para la revolución socialista en Occidente. Por supuesto,
las razones de la inestabilidad relativa de la socialdemocracia contemporánea
son muy diferentes de aquellas (la represión de la autocracia zarista de todos
los desafíos democráticos) que impidieron el desarrollo de un reformismo
estable en la Rusia prerrevolucionaria. Sin embargo, como la trayectoria de
Syriza -que en cinco años ha pasado de la gran esperanza de la izquierda
internacional al gendarme de la Troika- indica que la política reformista
contemporánea tiene una fluidez e inestabilidad que puede crear oportunidades
para los revolucionarios, si son capaces de responder eficazmente.
En este
contexto, vale la pena considerar las dos innovaciones políticas reales
ofrecidas por la Revolución de Octubre. El primero de ellos -los soviets y la
lógica del poder dual, la coexistencia y el entrelazamiento de dos formas
políticas antagónicas, burguesas y proletarias, que su surgimiento generó
después de febrero de 1917- demostró ser universal.41 A lo largo del siglo XX,
las grandes luchas de masas de la clase trabajadora dieron luz a formas de
autoorganización democrática con tendencia a desarrollarse más allá de meros
instrumentos de lucha hasta ser la base de una nueva forma de poder político
desafiando la soberanía del estado capitalista. En diferentes formas y con
diferentes nombres -desde los consejos obreros en Alemania 1918 a los cordones en
Chile 1973, pasando por los shoras de los trabajadores en Irán 1978-9- estas
improvisaciones organizacionales han dejado entrever la sociedad autogestionada
que se desarrollaría a partir de revoluciones obreras exitosas. Los movimientos
masivos provocados por la crisis actual -sobre todo, las ocupaciones de las
plazas en 2011, desde Tahrir hasta la Puerta del Sol, Syntagma y Zuccotti Park-
mostraron una aspiración similar a formas más directas de democracia que las
ofrecidas dentro de un marco capitalista, aunque no fueron impulsados por la
dinámica de huelga de masas que dio lugar a los soviets originales y sus
contrapartes en otros lugares.
La segunda
gran innovación fue el propio partido bolchevique. Decir esto contradice el
inmenso esfuerzo que Lars Lih ha hecho para negar la distinción política del
bolchevismo, argumentando que Lenin era un fiel seguidor de Kautsky que intentó
aplicar la concepción de este último de un movimiento socialista a las
condiciones rusas.42 Sin entrar aquí en la extensa controversia que la
interpretación de Lih ha provocado, señalaría que se basa en una ingenua
comprensión premarxista de la historia en la que lo que sucede es la
realización de las intenciones de los actores. En otras palabras, concedamos
por un momento que Lenin se decidió, de ¿Qué hacer? (1903) en
adelante, a crear una versión de la socialdemocracia alemana en la Rusia
zarista. El problema era que este proyecto era simplemente irrealizable debido
a la ausencia de las condiciones -en particular, el desarrollo de un
capitalismo avanzado y en expansión capaz de ofrecer reformas y de un régimen
burgués cuasi parlamentario- que permitieron al SPD desarrollarse como un
partido de masas participando en las elecciones. La necesidad de la revolución
-inicialmente entendida por Lenin como una revolución burguesa para terminar
con la autocracia pero que, debido a la debilidad de la burguesía rusa, sería
impulsada desde abajo por movimientos masivos de trabajadores y campesinos-,
requería un tipo muy diferente de partido. Este fue el tipo de partido cuyo
surgimiento fue trazado por Tony Cliff en el primer volumen de su biografía de
Lenin.43 Lenin y sus camaradas crearon un partido en circunstancias que ellos
no eligieron y, sin intención de hacerlo, crearon algo nuevo.
Una forma de
explicar la diferencia es tomar prestada una formulación de Kautsky, quien
dijo:
“El partido
socialista es un partido revolucionario, pero no un partido que hace
revoluciones. Sabemos que nuestro objetivo solo puede lograrse a través de
una revolución. También sabemos que es tan poco lo que está en nuestras manos
para crear esta revolución como lo está en las de nuestros oponentes para
prevenirla. No es parte de nuestro trabajo instigar una revolución o preparar
el camino para ella. Y como la revolución no puede ser creada arbitrariamente
por nosotros, no podemos decir nada sobre cuándo, bajo qué condiciones o de qué
formas vendrá. Sabemos que la lucha de clases entre la burguesía y el
proletariado no puede terminar hasta que este último esté en plena posesión de
los poderes políticos y los haya utilizado para introducir a la sociedad
socialista. Sabemos que esta lucha de clases debe crecer de manera extensa e
intensa. Sabemos que el proletariado debe seguir creciendo en número y ganar en
fuerza moral y económica, y que, por lo tanto, su victoria y el derrocamiento
del capitalismo es inevitable. Pero podemos tener solo las conjeturas más vagas
sobre cuándo y cómo se producirán los últimos golpes decisivos en la guerra
social.”44 [énfasis añadido]
En la
versión de Kautsky, un partido revolucionario es uno que surfea las profundas
mareas de la historia, un producto orgánico del desarrollo del capitalismo y de
la lucha de clases que representa la fusión progresiva de la ideología
socialista y el movimiento obrero. Como dice Shandro, el marxismo de la Segunda
Internacional asumió “que el crecimiento de las fuerzas productivas determina
la dirección de la historia, que las condiciones materiales e intelectuales del
socialismo se desarrollan en paralelo, y que la teoría marxista y el movimiento
de la clase obrera se fusionan armoniosamente” .45 La práctica del bolchevismo
implica precisamente una ruptura con esta suposición de “fusión armoniosa”:
como Lenin lo retrata retrospectivamente en “Comunismo izquierdista”, el éxito
de los auténticos revolucionarios depende de la lucha implacable de las
diferentes tendencias políticas que Kautsky evadió en el SPD -incluyendo, como
Trotsky enfatiza en Lecciones de Octubre, el tipo de intensos debates que
tuvieron lugar entre los activistas bolcheviques y dentro del liderazgo del
partido durante y después de la revolución.
Pero, más
que eso, los bolcheviques fueron un partido revolucionario en el sentido de que
intervinieron activamente en la lucha de clases para ayudar a configurar y
dirigir el proceso revolucionario. Podemos ver esto más claramente cuando
organizaron insurrecciones -primero el levantamiento de Moscú en diciembre de
1905 y luego, por supuesto, la toma del poder en octubre de 1917. Los escritos
de Lenin en el otoño de 1917 no muestran ninguna garantía de que “el
derrocamiento del capitalismo sea inevitable”. Por el contrario, están llenos
de un sentido de urgencia y de la insistencia en que, si los bolcheviques no
aprovechan el momento, ellos y la clase trabajadora se verán abrumados por la
catástrofe contrarrevolucionaria.46 Pero en muchos aspectos fue más importante
el proceso entre abril y octubre, cuando los bolcheviques se dispusieron
sistemáticamente a ganar la mayoría de la clase obrera. Lenin lo explicó en sus
Tesis de abril:
“Hay que
hacer ver a las masas que los Soviets de Diputados Obreros son la única forma
posible de gobierno revolucionario, y que, por lo tanto, nuestra tarea es,
mientras este gobierno ceda a la influencia de la burguesía,
presentar una explicación paciente, sistemática y persistente de los errores de
sus tácticas, una explicaciónespecialmente adaptada a las
necesidades prácticas de las masas.47”
Ganarse a la
mayoría también implicó el uso de lo que luego se llamaría el frente único. Por
ejemplo, en agosto de 1917 los bolcheviques se unieron a los mencheviques y
Socialistas Revolucionarios, que anteriormente habían estado persiguiendo a los
bolcheviques como agentes alemanes, para detener el intento de golpe militar
del general Kornilov. La vida democrática y abierta del Partido Bolchevique le
permitió reflejar la creciente radicalización de los trabajadores y los
soldados y encauzarla en la dirección de la toma del poder. Pero esto no
significa que estos debates estuvieran abiertos a cualquier objeción. El tema
central en juego en el otoño de 1917 era si organizarse para tomar el poder o
no. Los argumentos de Lenin y Trotsky para la insurrección (su enfoque se
diferenció en cuanto a la táctica, y el juicio de Trotsky en general resultó
mejor) fueron opuestos públicamente por un grupo dirigido por Zinoviev y Lev
Kamenev. Eventualmente, su oposición fue superada por un ultimátum de la
mayoría del Comité Central amenazándolos con medidas disciplinarias. Un partido
que hace revoluciones no puede funcionar si los debates no se
resuelven, al menos provisionalmente, y si la minoría no respeta las decisiones
de la mayoría.48
La base
intelectual para la estrategia seguida por los bolcheviques fue la teoría del
imperialismo que Lenin había desarrollado durante los años de la guerra. Por lo
tanto, escribió en un texto clave en abril de 1917: “Estamos decididos a poner
fin a la guerra imperialista mundial en la que se han congregado cientos de
millones de personas y en la que están involucrados los intereses de miles de
millones de millones de capital, una guerra que no puede terminar en una paz
verdaderamente democrática sin la mayor revolución proletaria en la historia de
la humanidad “.49 Como señala Krausz, este análisis reubicó las contradicciones
de la sociedad rusa dentro de las transformaciones sufridas por el capitalismo
a nivel global: el surgimiento de bloques capitalistas monopólicos y su
competencia, que generó rivalidades interimperialistas susceptibles de producir
guerras mundiales a las que la revolución socialista fue la única respuesta.
Esto justificó el impulso del poder soviético en Rusia como el comienzo de un
proceso revolucionario global en el que una nueva Internacional Comunista
buscaría unir la insurgencia de los trabajadores y las revueltas nacionalistas
en las colonias. Perseguir este objetivo requirió la generalización del modelo
bolchevique de un partido que hace revoluciones.50
El problema
es que esta innovación resultó mucho más difícil de exportar que los soviets,
que los trabajadores han redescubierto una y otra vez de forma espontánea
siguiendo la lógica de sus luchas de masas. En sus comienzos, la Comintern
representó un intento heroico de hacer exactamente eso, a gran velocidad. Pero
como Cliff también muestra en su biografía de Lenin, resultó extremadamente
difícil injertar lo que era genuinamente nuevo sobre la estrategia y
organización bolchevique en las especificidades nacionales de las diferentes
tradiciones socialistas. No fue fácil sustituir el largo y duro proceso
mediante el cual los bolcheviques se formaron a través de períodos de lucha de
masas y de reacción, en medio de la represión y el exilio, creando tradiciones
de acción común, un debate sólido y confianza mutua que demostraron su valía en
1917. El poder y el prestigio de los bolcheviques después de la revolución
demostraron ser un obstáculo crucial para una verdadera internacionalización,
ya que alentaban una tendencia de las direcciones nacionales a ceder ante Moscú
en lugar de decidir por ellos mismos la estrategia y táctica apropiada a su
situación, tratando los consejos de los bolcheviques con respeto pero no como
instrucciones. La tendencia se institucionalizó a través de la
“bolcheviquización” del Komintern bajo Zinoviev a mediados de la década de 1920
y luego se transformó en la subordinación sistemática de los partidos
comunistas nacionales a las necesidades de política exterior del estado
soviético bajo Stalin.
El fracaso
de la revolución para extenderse hacia el oeste permitió que el proceso de
desarrollo desigual y combinado -que había creado las condiciones para la
revolución en 1905 y 1917- ahora se revirtiese y favoreciera la
contrarrevolución. La lógica de la competencia interestatal en el corazón del
análisis de Trotsky de las peculiaridades del desarrollo ruso siguió exigiendo
una industrialización rápida. La reimposición de este imperativo requirió la
destrucción de los logros de la Revolución de Octubre. Esto tomó una forma muy
específica, una que desorientó a la izquierda durante dos generaciones, no el
derrocamiento visible del estado soviético, sino la transformación del régimen
bolchevique, que a principios de la década de 1920 era una dictadura partidaria
cuyos líderes estaban atrapados entre un compromiso subjetivo con el poder de la
clase trabajadora y su ubicación objetiva como gerentes de un estado enfrentado
a las grandes potencias imperialistas más avanzadas más al oeste. Como Marx
hubiera predicho, el ser social triunfó sobre la conciencia: la
industrialización forzada de Rusia a fines de la década de 1920 y principios de
1930 sometió a los trabajadores y campesinos a las prioridades de acumulación
de capital y transformó a la URSS en una potencia imperialista por derecho
propio, atrapada en el proceso global de competencia económica y geopolítica
bajo la bandera de “la construcción del socialismo”.
En su
juiciosa y erudita historia reciente de la era revolucionaria rusa, Steve Smith
sugiere que este resultado indica que el proyecto bolchevique fue
malinterpretado. Con aprobación, cita las advertencias del líder socialista
francés Jean Jaurès y Kautsky en contra de la posibilidad de que la revolución
socialista pueda surgir de la guerra, y agrega:
“Los
bolcheviques nunca dudaron de que un sistema capitalista decadente colapsaría más
temprano que tarde … Cien años después … está claro que la Revolución Rusa no
llegó a existir debido a la crisis terminal del capitalismo … Durante el siglo
XX, el capitalismo mostró un inmenso dinamismo e innovación … aun cuando
concentraba una inmensa riqueza en unas pocas manos y creaba nuevas formas de
alienación.”51
Este
argumento parece basarse en otra idea de Kautsky, a saber, que la Primera
Guerra Mundial no fue en sí misma una consecuencia del desarrollo del
capitalismo, que podría evolucionar pacíficamente hacia un “ultraimperialismo”
globalmente integrado.52 Esto ignora el hecho de que años después de la
Revolución de Octubre, el capitalismo experimentó lo que todavía es la peor
crisis en su historia: la Gran Depresión de 1929-39. Escribiendo en 1934, el
economista liberal Lionel Robbins tenía perfectamente claro que 1914 y 1929
estaban estrechamente conectados: “Vivimos, no en el 4º, sino en el 19º año de
la crisis mundial”.53 Y el capitalismo salió de esta crisis a través de otra
guerra mundial imperialista aún más destructiva, con el Holocausto marcando el
punto más bajo de la humanidad. La apuesta de Lenin, de que la revolución
socialista en Rusia podía derrocar a todo el coloso imperialista, de haber
tenido éxito, hubiera evitado esta orgía de barbarie. Le gustaba citar el dicho
alemán: “Mejor un final horrible que un horror sin fin [Besser ein Ende mit
Schmerzen als Schmerzen ohne Ende]”.
El propio
Smith está dispuesto a tomar en serio esas historias alternativas. La siguiente
crítica a Lenin tiene un giro interesante:
“Crucialmente,
legó una estructura de poder que favorecía a un solo líder, y esto hizo que las
ideas y capacidades del líder fueran mucho más importantes que en un sistema
político democrático. Lo que esto lógicamente implica -aunque a menudo lo pasan
por alto quienes ven que el estalinismo surge del leninismo- es que si Bujarin
o Trotsky se hubieran convertido en secretario general, los horrores del
estalinismo no se habrían cumplido, aunque el atraso económico y el aislamiento
internacional todavía habrían limitado críticamente su espacio para la
maniobra.54”
Pero un “y
si…” aún más grande es qué habría pasado si la revolución hubiera podido romper
su confinamiento dentro de las fronteras del Imperio ruso. Sobre todo, ¿y si la
Revolución Alemana se hubiera desarrollado más allá de los límites de derrocar
al Kaiser e instituir una república democrática? El período 1918-23 en Alemania
vio una serie de pasos hacia delante y hacia atrás de las fuerzas que luchaban
por un Octubre alemán, que terminó en una derrota definitiva. Pero si nos
negamos a aceptar una visión determinista de la historia y estamos dispuestos a
imaginar escenarios alternativos para el régimen bolchevique, lógicamente no
hay razón para descartar la posibilidad de un avance revolucionario fuera de
Rusia. Y si eso hubiera sucedido, entonces la historia del siglo 20 habría sido
muy diferente.55 Perder las delicias del capitalismo de consumo habría sido un
pequeño precio a pagar para evitar Auschwitz e Hiroshima y comenzar a construir
una sociedad genuinamente comunista.
Conclusión
Pero, por
desgracia, la revolución fue derrotada. Esto nos lleva a donde empezamos, con
el “final de un gran ciclo” de Bensaïd. La Unión Soviética finalmente fue
víctima de la misma lógica de la competencia económica y geopolítica que la
formó en primer lugar. Pero, en parte debido a la inversión ideológica de gran
parte de la izquierda -incluso muchos de los críticos del estalinismo- en la
URSS como una alternativa, aunque deformada y distorsionada, al capitalismo,
las revoluciones de 1989-91 amplificaron en gran medida la ofensiva neoliberal.
Pero ahora el capitalismo neoliberal en sí mismo está en una crisis profunda,
no solo por el colapso de 2007-8 y sus secuelas, sino también por las revueltas
contra los partidos de la clase dominante. Esto proporciona un contexto
favorable para reafirmar que la Revolución de Octubre continúa teniendo un
significado en el presente.
No
simplemente porque representa el mayor golpe político jamás golpeado al sistema
del capitalismo. Más específicamente, toda la experiencia del bolchevismo debe
seguir siendo un punto de referencia fundamental para quienes buscan continuar
la tradición marxista revolucionaria. Esto no implica el tipo de imitación
mecánica que el propio Lenin denunció, especialmente en el Cuarto Congreso de
la Internacional Comunista en 1922. Trotsky, paladín de las “Lecciones de
octubre”, siempre insistió en que seguir una tradición implica un proceso de
selección de lo que aún se puede usar del pasado. Las grandes experiencias
revolucionarias al final de la Primera Guerra Mundial -no solo Rusia 1917 sino
Alemania 1918-23 e Italia 1918-20- requieren un atento estudio crítico, no como
un ejercicio de anticuario, sino para establecer las verdaderas causas de los
triunfos y fracasos de esa época y de ese modo aprender a ser mejores
revolucionarios en el presente.
En el caso
ruso, el funcionamiento del desarrollo desigual y combinado en el contexto de
la guerra mundial imperialista hizo posible una fusión de lo universal y lo
particular -sobre todo, de una tendencia universal a las luchas de los
trabajadores de masas para crear situaciones de doble poder y la existencia
particular de un partido revolucionario capaz de aprovechar esa situación. ¿Se
puede repetir una convergencia tan singular? La apuesta de la política marxista
revolucionaria es que sí se puede. La unión de la autoorganización popular y un
partido revolucionario de masas ciertamente tendrá lugar en condiciones muy
diferentes y bajo formas muy diferentes a las que prevalecieron en Rusia en
1917. Pero, por grandes que sean las victorias que estas nuevas experiencias
puedan producir, no atenuarán la luz que irradia desde el 25 de octubre de
1917, cuando la clase obrera rusa demostró que se puede derrotar al capital, y
cómo.
Alex Callinicos es profesor de Estudios Europeos en King’s College London y
editor de la revista cuatrimestral International Socialism.
Notas
1 Sobre la
realidad del levantamiento de Pascua y las hipocresías que lo rodean, véase
Allen, 2016. La Revolución Inglesa de 1640 es, como octubre de 1917,
ampliamente rechazada por la elite política y, gracias a la victoria del
“revisionismo” entre los historiadores académicos, tergiversada como una
disputa religiosa y constitucional. La represión historiográfica más amplia de
las grandes revoluciones es criticada en Haynes y Wolfreys (eds), 2007. Muchas
gracias a Joseph Choonara, Kevin Corr, James Eaden, John Rose y Camilla Royle
por sus comentarios sobre este artículo en borrador.
2 Osborn, 2005.
3 Matthews, 2017.
5 Figes,
1996, y especialmente Pipes (ed), 1996. La escolaridad de Pipes es destrozada
en Lih, 2001.
6 Brenton
(ed), 2016.
7 Figes,
2016, p141. La excepción en esta muy pobre colección es una evaluación
característicamente incisiva del contexto geopolítico por Dominic
Lieven-Lieven, 2016.
8 Fitzpatrick, 2017 y Brenton,
2017.
9 Harvey, 2014, p91.
10 Hobsbawm, 1994, pp4 y 9.
11 Hobsbawm, 1994, p498. Las ambivalencias históricas,
políticas y personales de Hobsbawm son escrutadas en detalle forense por Perry
Anderson en revisiones vinculadas de Age of Extremes y la autobiografía de
Hobsbawm 2002 Interesting Times-Anderson, 2002a y 2002b.
12 Bensaïd,
2003a. Este texto se originó en los debates entre la Ligue Communiste
Révolutionnaire (Francia) y el Partido Socialista de los Trabajadores (Gran
Bretaña) en el apogeo del movimiento anticapitalista a principios de la década
de 2000. Daniel lo escribió en diciembre de 2002 como una carta dirigida a mí y
firmada conjuntamente por otros líderes de LCR (Léon Crémieux, François Duval y
François Sabado); mi traducción al inglés fue publicada en el International
Socialist Tendency Discussion Bulletin n. ° 2, enero de 2003.
13 Cliff,
2003, Harman, 1990, y Callinicos, 1991.
14 Ver el
admirable relato de la revolución en Sherry, 2017.
15 Trotsky,
1975, pp202 y 203.
16 Ver
especialmente Broué, 2004, Harman, 1983 y Riddell (ed), 2015.
17 Por
ejemplo, Bensaïd, 2002, y Bensaïd, 2003b. Vea mi discusión del pensamiento
político de Bensaïd, que enfatiza la importancia de Lenin para él, en
Callinicos, 2012.
18 Lih,
2006, Shandro, 2014, Krausz, 2015, Ali, 2017 y Molyneux, 2017. Podría decirse
que este “renacimiento de Lenin” comenzó con la conferencia sobre Lenin
organizada en Essen en 2001 por Slavoj Žižek: los documentos (incluidas las contribuciones
de Bensaïd y yo) se recogen en Budgen, Kouvelakis y Žižek (eds), 2007.
19 Žižek
(ed), 2002, ofrece probablemente su discusión más completa de Lenin, junto con
una útil selección de los textos de este último de 1917. Para algunas críticas
a la apropiación de Lenin por Žižek, ver Callinicos, 2001, pp391-397, y
Callinicos, 2007 .
20
Luxemburgo, 1908.
21 Addison,
1977, Fenby, 2011, capítulo 16.
22 Cliff,
1963
23 Krausz,
2015, p363.
24 Krausz,
2015, p89. El desarrollo del pensamiento de Lenin antes de 1917 y
particularmente su comprensión evolutiva de la cuestión agraria se exploran en
detalle en Shandro, 2014.
25 Trotsky,
2017, p5. Véase también Trotsky, 1973. Marshall Poe ofrece una perspectiva
histórica algo similar, argumentando que, desde el siglo XVI en adelante, el
estado ruso pudo defenderse de la dominación europea explotando su lejanía
geográfica e imponiendo automáticamente reformas modernizadoras basadas en su
modelo occidental más avanzado. rivales-Poe, 2003.
26 Trotsky,
2017, p4.
27 Para
estos y muchos más datos sobre la economía política de la Rusia imperial
tardía, ver Smith, 2017, capítulo 1.
28 Stone,
1983, pp86-87. Ver más en general los dos brillantes capítulos iniciales de
este libro.
29 Stone,
1983, p144.
30 Tres
importantes estudios históricos recientes, Clark, 2013, Tooze, 2014 y Lieven,
2015, subrayan el importante papel desempeñado por Rusia en el estallido y el
curso de la Primera Guerra Mundial. El libro de Tooze es inusual en la seriedad
de la teoría y estrategia bolchevique. Stone, 2008, es un relato clásico de la
guerra de Rusia.
31 Smith,
1983, y Murphy, 2005, ofrecen dos estudios fundamentales de los trabajadores
metalúrgicos rusos; para Occidente, ver Broué, 2004, Hinton, 1973, y
Gluckstein, 1985.
32 Trotsky,
2017, pxvi.
33
Rabinowitch, 2017, p311. Cabe destacar que Rabinowitch no es de ninguna manera
un apologista de los bolcheviques, ya que es muy crítico con la oposición de
Lenin y Trotsky a formar un gobierno de coalición de todos los partidos en el
soviet, aunque esto habría asegurado la victoria del contraataque. -revolución
sobre un régimen soviético paralizado por sus divisiones internas.
34 Lenin,
1964c, pp262 y 263.
35 Nolte,
1987.
36 Para una
imagen bastante justa de la Guerra Civil, ver Smith, 2017, capítulo 4. Ver
también, para reflexiones más amplias sobre el poder formativo de la violencia
contrarrevolucionaria en el desarrollo del terror revolucionario, Mayer, 2000,
y, para una defensa de los bolcheviques, Rees, 1991. Pirani, 2008, es un
estudio reciente de la creciente alienación de los bolcheviques de la clase
trabajadora a principios de los años veinte.
37 Lenin, 1964d, p64.
38 Gramsci, 1975, II,
pp865-867.
39
Especialmente Gramsci, 1978.
40 Lenin,
1964d, p30.
41 Véase
Callinicos, 1977, y Gluckstein, 1985.
42 Véase la
extensa bibliografía y crítica de la interpretación de Lih sobre Lenin en Corr
y Jenkins, 2014.
43 Cliff, 1975-8
44 Kautsky, 1909, p50.
45 Shandro, 2014, p99.
46 Esto se
ve muy claramente en los textos recogidos en Žižek (ed), 2002.
47 Lenin,
1964a, p23. Ver Corr, 2017, para una crítica del intento de Lih de disminuir la
importancia de las Tesis de abril.
48 Este
proceso se describe en detalle en Rabinowitch, 2017 (ver p.310-11 para el
ultimátum).
49 Lenin,
1964b, p88.
50
Callinicos, de próxima aparición.
51 Smith, 2017, pp391-392.
52 Kautsky, 2011.
53 Robbins, 1934, p1.
54 Smith, 2017, p388.
55 Harman, 1983.
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Alex Callinicos
A continuación, les presentamos dos enlaces, el primero es el artículo original, publicado originalmente en International Socialism Journal, el 13 de octubre de 2017 y el segundo es la publicación del mismo artículo en la página de Marx 21.
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