miércoles, 20 de diciembre de 2017

¿CÓMO CONSEGUIREMOS LA REPÚBLICA?



A pocas horas de las elecciones catalanas, Colectivo Acción Anticapitalista, subimos este artículo escrito por nuestros compañerxs de Marx 21, organización arraigada en Cataluña.

https://marx21.net/2017/12/15/como-conseguiremos-la-republica/
Catalunya se encuentra en un momento muy difícil. Las semanas de masivas movilizaciones, con el punto álgido del referéndum del 1-O y la huelga general del 3-O, gradualmente dieron paso a las vacilaciones desde arriba. La independencia fue declarada y suspendida el 10 de octubre y luego supuestamente declarada en firme el 27 de octubre. Pero la resistencia prometida por el govern ante el golpe de estado del 155 quedó en nada.
Ahora debemos enfrentarnos a la situación real. Ahora mismo, la república es un deseo, no una realidad. La brutal represión ha surtido efecto, pero otro factor muy importante son las limitaciones políticas en nuestro lado. Las elecciones del 21D impuestas por Rajoy, seguramente de manera inconstitucional, se han aceptado de facto por todas las fuerzas políticas de peso.
Sería terrible que los partidos unionistas ganasen las elecciones. Pero incluso si ganan las fuerzas pro independencia, ¿qué significa? El Estado español y las fuerzas políticas que actualmente lo lideran han dejado claro que no quieren que el pueblo de Catalunya tome una decisión democrática sobre su futuro.
¿Cómo podemos avanzar ante esta situación? Hagamos balance del Estado y luego pasemos a considerar la situación dentro de Catalunya.
El Estado español ante Catalunya
Vimos la cara real del Estado español en la brutal represión del referéndum y en la aplicación del 155. Pero sería un error ver esto como una desviación de alguna norma de los Estados democráticos. El apoyo total por parte de la Unión Europea, de casi todos los Estados de mundo, confirma que en el fondo, todos estarían dispuestos a recurrir a la fuerza al ver amenazado su poder. Tristemente, la falta de democracia real en el Estado español no se debe sólo a herencias del franquismo; es que la democracia burguesa es así.
Aplicando la represión, el PP ha demostrado su poco apego a los derechos humanos. Pero de nuevo, hay que insistir; el PP es autoritario, racista, machista y muchas cosas más; no es fascista. Todos sus homólogos europeos serían capaces de hacer lo mismo si decidiesen que la situación lo exigía. El PP ha intentado ser la voz fiel de la clase dirigente española. También hay que decir que este partido, más que ningún otro, ha utilizado el nacionalismo para encubrir su propia corrupción.
Aún así, le ha salido un competidor bajo la forma de Ciudadanos (C’s). Se presentaron inicialmente como una opción de centro izquierda, pero esto ya no cuela. Con su política económica neoliberal y su nacionalismo exacerbado, ahora incluso Aznar los apoya.
Sin embargo, un aspecto poco comentado es que nos interesa que haya desconcierto entre la clase dirigente. Durante décadas el PP, el PNV y CiU siempre se ponían de acuerdo en las cuestiones clave. Ahora el espacio del PP se divide y sus relaciones con las otras fuerzas se han complicado. Esto nos puede beneficiar si sabemos fortalecer nuestro bando.
La socialdemocracia real hoy
Ha sido lamentable el papel del PSOE en esta crisis. La resistencia que se dio en el PSOE contra el intento de golpe de Susana Díaz y los dinosaurios del partido demostraron que aún existen bases progresistas, pero estas semanas Sánchez, el PSOE, e incluso el PSC, se han sumado plenamente a la campaña españolista.
Sin embargo, de nuevo, no hay que dejarse confundir. Incluso hoy, el PSOE no es lo mismo que el PP. Más bien, demuestra el estado actual del reformismo, de la socialdemocracia. En Grecia, el viejo partido reformista PASOK casi se ha hundido, pero Syriza —que iba a abanderar la nueva política— ha asumido plena y rápidamente las contradicciones de la socialdemocracia, olvidando sus promesas electorales y dedicándose a gestionar el sistema en interés del 1%.
Por otro lado, en Gran Bretaña se puede ver como el Partido Laborista, dado por difunto bajo la dirección de Tony Blair, ahora parece muy vivo. Con Jeremy Corbyn, cientos de miles de personas, incluyendo a algunas procedentes del anarquismo, se han afiliado al laborismo. Esto es muy positivo, pero las limitaciones siguen ahí.
Los partidos socialdemócratas siempre combinan las promesas de cambio con su compromiso fundamental con el sistema actual. Esto se aplica al Partido Laborista, al PSOE, a Syriza… y a Podemos.
Podemos teme perder votos si se le asocia con la independencia de Catalunya; esto afecta incluso a dirigentes del sector Anticapitalistas. Pero la misma lógica les puede llevar mañana a esquivar la lucha contra la islamofobia, la transfobia, y al final contra cualquier forma de racismo o sexismo.
Podemos se presentó con diatribas contra “la casta”, pero pactó con el PSOE en Castilla La Mancha. Habló de ruptura con el régimen de 1978, pero ante una movilización masiva en Catalunya y la posibilidad real de ruptura, exige el respeto a la legalidad. El cambio social que promete y exige Podemos es imposible sin romper con el sistema; estas semanas ha demostrado que en un momento de crisis, como todo partido socialdemócrata, defiende el sistema.
Dicho todo esto, hay que reconocer que hay voces en el resto del Estado que apoyan los derechos democráticos de Catalunya. Unos pocos individuos y varios sectores de la izquierda alternativa han tomado posiciones dignas, aunque por ahora son una minoría.
La dirección del Procés
Sabemos, ahora más que nunca, que el Estado español es un peligroso y brutal enemigo de la democracia, pero la victoria es posible. Hace falta movilizar y unir las fuerzas necesarias, así como elaborar las estrategias adecuadas.
Las estrategias de JuntsxSí han ido más lejos de lo previsible. (En esto, hay que reconocer que Puigdemont ha contribuido mucho. A finales de 2015, la derecha catalanista vilipendió a la gente anticapitalista de la CUP-Crida Constituent por su rechazo a Artur Mas; ahora deben reconocer su error). De hecho, han sido más radicales de lo que los dirigentes convergentes deseaban. CiU/Pedecat intentaba ser la voz de la burguesía catalana, pero el hecho de tener raíces entre la pequeña y mediana burguesía lo arrastró al independentismo y a hablar de ruptura. Este papel le sienta mal.
Marx dijo que la clase trabajadora no tiene nada que perder salvo sus cadenas. En cambio, los dirigentes del Pedecat —y aún más sus amigos empresarios— tienen mucho que perder en una lucha decidida por el cambio. Esto explica sus vacilaciones sobre la DUI.
ERC es más de izquierdas, y tiene más base popular, pero también apela a los empresarios. Según una declaración suya, querrían contentar al 90% del empresariado. De nuevo, mantener este compromiso dificulta una ruptura real.
Como parte de la dirección del Procés, la CUP ha jugado un papel generalmente positivo, empujando hacia el cambio y la independencia, combatiendo los intentos de buscar acuerdos a la baja con Madrid. Tratándose de un partido minoritario en las instituciones, ha jugado bastante bien sus cartas. Dicho esto, para ser una coalición anticapitalista, su 5 o 10% de apoyo popular es mucho. Tiene responsabilidades más grandes que las que tocaría a un socio menor de JxSí.
Sobre todo, la solución no está en las instituciones. Para analizar el papel que ha jugado y juega la izquierda, hay que considerar los retos que tenemos delante.
¿Qué hay que hacer en Catalunya?
En teoría, hay un creciente consenso dentro del soberanismo respecto a lo que hay que hacer. Por un lado, hay que ganar más apoyo entre la gente que duda, especialmente en los barrios populares del extrarradio de Barcelona. Por otro, hay que trabajar más en el ámbito internacional. Pero todo esto se puede entender de maneras muy diferentes.
Cuando se habla del extrarradio o la periferia de Barcelona, realmente se está hablando de un sector de la clase trabajadora catalana; aquella parte que no siente una identidad nacional catalana tan fuerte; que normalmente se expresa en castellano; que históricamente votaba al PSUC o al PSC; y ahora quizá a los comunes o incluso a C’s. No es cierto que toda la clase trabajadora tenga este perfil, como algunos nos quieren hacer pensar. Hay independentistas en las fábricas del Baix Llobregat, en CCOO y la UGT… Pero esta parte no catalanista, e incluso españolista, de la clase trabajadora catalana existe. ¿Cómo debe la izquierda consecuente relacionarse con ella?
La opción de los Comunes, o al menos de Pablo Iglesias en sus visitas ocasionales a Catalunya, parece ser la de enfatizar su identidad española, andaluza, extremeña… En un mitin electoral en Rubí, Iglesias pidió el voto de quienes “no se avergüenzan de tener abuelos andaluces o padres extremeños”… (como si las personas en Catalunya de estos orígenes sintieran vergüenza por ello). En el momento actual, argumentos de este tipo sólo pueden entenderse como un intento de mantener la unidad de España.
Por otro lado, si bien la CUP habla de “la clase trabajadora y clases populares”, generalmente lo hace desde una perspectiva nacional, en base a una identidad nacional. Es verdad que la CUP está avanzando en este tema; hace pocos años era inconcebible un vídeo electoral de la CUP en castellano, recientemente se han producido algunos. Pero los largos años de militancia en pequeños grupos independentistas, con visiones francamente nacionalistas, aún pesan mucho en buena parte de la CUP.
Otro aspecto del problema, fruto de la influencia del estalinismo entre bastantes sectores de la CUP, es una visión mecánica de la clase trabajadora. O bien es una clase plenamente radical, que sólo debe romper con la influencia de los traidores burócratas para impulsar la ruptura. O bien es gente idiotizada y reaccionaria que sólo mira la TV y sueña con comprar un coche nuevo. Falta la visión dialéctica de la clase trabajadora, con las ideas contradictorias y cambiantes. Una visión así llevaría a una izquierda anticapitalista fuerte a hacer un trabajo paciente entre el conjunto de la clase trabajadora. Para algunos sectores de la CUP, sin embargo, el trabajo sindical supone construir un sindicato independentista y anticapitalista, muy minoritario, con actitudes sectarias hacia los sindicatos mayoritarios que actualmente representan a una parte importante de la clase trabajadora.
Estas limitaciones representarían un problema en cualquier situación. En un momento en que hace falta fortalecer las ideas y movimientos de ruptura, tanto en lo nacional como en lo social, dentro de la clase trabajadora catalana, la debilidad actual de la izquierda anticapitalista es un problema muy grave.
También existen problemas respecto al internacionalismo. Muchas personas de la izquierda independentista realmente no defienden el internacionalismo, sino el inter-nacionalismo. Marx y Engels defendieron un internacionalismo basado en los interesos compartido de la gente trabajadora, sea cual sea su nacionalidad; como una sola clase internacional. Según la visión inter-nacionalista, se trata de sumar nacionalismos, que se apoyen entre sí. Siguiendo esta lógica, los aliados preferidos de la lucha por la independencia de Catalunya serían los movimientos nacionales de Kurdistán, Irlanda, Escocia, Córcega, etc., en base a sus experiencias de lucha nacional. Según la visión marxista del internacionalismo, se tendría que buscar la solidaridad entre las clases trabajadoras de todos los países, en base al interés común de clase.
Parece que la CUP empieza a plantearse el internacionalismo como tal, pero la visión “inter-nacionalista” todavía pesa mucho dentro de la organización.
Los CDRs como contrapoder
Lo que faltaba en octubre de 2017 fue el contrapoder; una fuerza capaz de convertir la votación por la república en realidad. Quedó en evidencia que las instituciones autonómicas no lo son; empezando con la cúpula de los Mossos, toda la promesa de defender desde la Generalitat la legitimidad de la república y del 1-O despareció.
Los Comités de Defensa del Referéndum (CDR), que en muchos casos luego pasaron a llamarse los Comités de Defensa de la República, fueron lo más cercano a un contrapoder. En los mejores casos, los CDRs aglutinan a centenares de personas de un barrio o un municipio, de diferentes sensibilidades progresistas y soberanistas, en un trabajo conjunto. También es cierto que algunos CDRs se limitan a un pequeño grupo de conocidos, o bien son el coto privado de un grupo político u otro.
La fuerza de los CDRs se vio claramente el 1 de octubre; sin los CDRs, y otras asambleas parecidas, el referéndum no se habría podido celebrar. También participaron de manera impresionante en la huelga general del 3-O. En cambio, el paro del 8 de noviembre reveló tanto su fuerza como sus debilidades. El 8N, en realidad, no hubo una huelga general obrera. Muchos CDRs organizaron bloqueos de carreteras, o de vías de tren; en un momento, se mostró en TV3 el mapa de Catalunya lleno de bloqueos. Fue impresionante, pero demostró que los CDRs no tienen base dentro de los lugares de trabajo para llevar a cabo una huelga general como tal.
Ahora se empiezan a recibir multas por los bloqueos. No hay constancia de que hayan intentado multar a delegados sindicales por la huelga del 3-O… precisamente porque las autoridades saben que aquí cualquier intento de reprimir provocaría una respuesta fulminante. (Se da por sentado aquí, que nadie se cree el mito de la independencia judicial).
Los CDRs son importantes, pero ahora mismo se parecen más a las asambleas del 15M que no a los soviets, los consejos de delegados y delegadas de fábrica en Rusia que tomaron el poder en octubre de 1917.
No sabemos qué pasará el 21 de diciembre y después, pero si no queremos abandonar la lucha por la ruptura, y la independencia —y parece que millones de personas en Catalunya no piensan abandonar— tendremos que fortalecernos, construir nuestro poder; para defendernos de futuros ataques, seguro; y con suerte, llegado el momento, para impulsar nuevas luchas e iniciativas de cambio.
Los CDRs podrían ser un elemento clave de este proceso. Para que sea así, hará falta que lleguen a representar no sólo a individuos, sino a bloques de la clase trabajadora como tal. Esto requerirá implicar a gente trabajadora con ideas mucho más diversas sobre la cuestión nacional. Requerirá tratar, cada vez más, cuestiones sociales y laborales, sin conexión directa con la independencia. Pero, sobre todo requerirá que la izquierda trate a la gente trabajadora no como a un objeto, el recipiente de las políticas, sino como al sujeto del cambio.
El reto para la izquierda anticapitalista es contribuir a este proceso.
Y para que así sea, hará falta construir una izquierda anticapitalista más fuerte, con ideas más sólidas, basadas en el poder de la lucha de clase desde abajo y el internacionalismo. En esto estamos, con fuerzas bastante modestas, en Marx21