Más de 140 personas de raza negra han sido asesinadas por la policía en Estados Unidos en lo que va de año según The Counted, un proyecto de The Guardian que contabiliza las muertes de manos de las fuerzas del Estado en dicho país, y que asegura que la cifra total de 2015 asciende a 1.134.
En los primeros días del mes de julio despuntó un nuevo ciclo de esta violencia racista que, por otra parte, nunca se había detenido. La policía asesinó a Alton Sterling, de 37 años, a la salida de una tienda en Luisiana, y a Philando Castile, de 32, al día siguiente en Minnesota, tras cometer una infracción de tráfico rutinaria. Existen vídeos de ambos episodios. Mientras que la policía dice que Sterling iba armado con una pistola y estaba amenazando a personas, las grabaciones de los testigos muestran cómo éste no tenía nada en las manos y la policía lo tenía inmovilizado en el suelo antes de dispararle. En el caso de Castile, fue su novia quién grabó un vídeo y lo publicó en las redes sociales, en el que se la oye diciendo “El policía le ha disparado 3 veces porque teníamos una de las luces traseras estropeada.”
Un par de días más tarde, un francotirador asaltó a los policías en un acto de homenaje a Sterling y Castile en Dallas, matando a 5 de ellos e hiriendo a otros 8. Obama, que por entonces se encontraba en el estado español asegurando sus lazos imperialistas, suspendió su visita a Sevilla para regresar a su país antes de los previsto, al considerar que estas muertes sí eran lo suficientemente importante como para alterar su agenda a ultimísima hora, no así las dos anteriores. ¿Vale más la vida de un blanco que la de un negro para el primer presidente negro de los Estados Unidos, o es la vida de un policía la que merece más la pena que la de un simple trabajador de los suburbios? Lo cierto es que, a lo largo de las dos legislaturas que lleva en el poder, el conflicto racial no sólo no ha disminuido, sino que se ha exacerbado.
En nuestras mentes está la imagen del cuerpo sin vida de Michael Brown, el joven de 18 años asesinado en Ferguson por la policía en 2014, tirado en medio de la calle y descubierto durante más de 4 horas. Su delito, robar unos paquetes de cigarrillos. Dicha imagen es de por sí turbadora y escalofriante como para no olvidarla, pero la memoria se la debemos también en gran parte al movimiento que había surgido un año antes, tras el asesinato de Trayvon Martin, y que continúa más vivo que nunca. Su nombre, que responde al hashtag que inundó en aquel momento las redes sociales, lo dice todo: “Black Lives Matter” (“Las vidas de l@s negr@s importan"). La muerte de Brown, apenas 3 semanas después de la Eric Garner, en Nueva York, hizo estallar concentraciones, marchas y manifestaciones de protesta en lugares muy diversos de Estados Unidos, consolidando este movimiento anti-racista a nivel nacional encabezado por activistas locales en muchas de las ciudades más importantes del país.
Dicho movimiento denuncia la opresión que sufre la población afroamericana en distintas facetas de la vida: económica, sexual, de género, entre otras, recalcando la violencia que ejerce el estado sobre este colectivo. Haciendo gala a su lema “This is Not a Moment, but a Movement” (“Esto No es un Momento, sino un Movimiento”), miles de personas han respondido en las calles de forma inmediata cada vez que la policía ha asesinado desde entonces a una persona de raza negra. Y no han sido pocas, puesto que, desgraciadamente, la lista de nombres es interminable. Se trata además de un movimiento radical con base activista que escapa al control que tradicionalmente ha ejercido el partido demócrata sobre el movimiento negro tratando de encauzarlo por la vía electoral. El Black Lives Matter ha desbordado los centros de grandes ciudades, bloqueado puentes y se ha enfrentado en ocasiones a la policía.
Esta respuesta de denuncia masiva, contundente y organizada que exige soluciones a la clase política es sin duda el camino a seguir ante la violencia racista ejercida por el estado. Una violencia que va mucho más allá de los múltiples asesinatos ya mencionados. No se trata sólo de que la policía asesinara en 2015 a más del doble de personas negras que blancas (las cifras se encrudecen aún más si nos fijamos en los varones negros entre 15 y 34 años, siendo el número de asesinados 5 veces mayor que el de varones blancos de la misma edad), o de que 1 de cada 65 jóvenes afroamericanos que muere lo haga en manos de la policía.
Los asesinatos son la dramática punta del iceberg de la opresión racista. De acuerdo con un análisis de los datos del gobierno federal llevado a cabo por el centro de investigaciones independiente Pew, las personas negras en Estados Unidos tienen al menos el doble de probabilidades que las blancas de sufrir la pobreza o el desempleo. Así, los hogares con un/a cabeza de familia de raza negra ingresan de media poco más de la mitad que aquellos con cabeza de familia de raza blanca. Las diferencias en el nivel educativo, y en otros muchos ámbitos de la vida diaria, continúan siendo un hecho hoy día. Por otro lado, basta con echar un vistazo a algunos estudios existentes que se fijan en las sentencias judiciales aplicadas y las cifras de personas encarceladas o condenadas a pena de muerte en relación con la raza para descubrir que la ley es la misma para tod@s.
Ante este panorama, la irrupción de Donald Trump como posible candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, abre una vía para acentuar la violencia racista del estado en todas sus facetas.
No obstante, el Black Lives Matter y otros movimientos, como el que lucha por el salario mínimo de 15 dólares/hora, expresan la radicalización de una parte importante de la población, que ha tenido también su reflejo institucional en el despunte de la figura de Sanders. Para vencer las desigualdades es necesario ir más allá continuando en las calles frente a las agresiones, vengan de la policía o de la clase política al servicio de los capitalistas, fortaleciendo el movimiento anti-racista y las movilizaciones que atentan contra la clase trabajadora en su conjunto.
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