Hasta su nombre es una herencia del apartheid del régimen de discriminaciones raciales. Proviene de las sílabas iniciales de las palabras South Western Townships (Barrios del Suroeste) y se estableció oficialmente en 1963. A principios de los años 70, un 86% de los hogares no tenía corriente y un 96% no tenía aseos. El desempleo alcanzaba al 54%.
En junio de 1976 Soweto estalló. La ocasión la ofreció la decisión del estado racista de imponer la enseñanza del afrikáans, el idioma de los colonos blancos (de origen holandés) en los colegios de los negros. La mayoría de los maestros y maestras blancas, en todos los casos, no sabían este idioma. Pero esto tenía poca importancia, ya que la decisión no tenía mucho que ver con la enseñanza.
El régimen racista del apartheid no tenía mucho interés por estas cosas. Como había dicho el ex-primer ministro Verwoerd: “entre la comunidad blanca no hay espacio para trabajo de negros por encima de un cierto nivel. ¿Cuál sería la razón de enseñar matemáticas a un niño Bantú [africano] si nunca lo va a necesitar? El objetivo de esta decisión era “instaurar la disciplina” a los “indígenas indisciplinados”.
La ley de la enseñanza del afrikáans se había publicado en 1975. En abril de 1976, los y las alumnas de Soweto empezaron un paro permanente de sus clases. En 13 de junio establecieron la Coordinadora de este paro, el “Consejo Representativo de Alumnos de Soweto”. El 16 de junio salieron a la calle para manifestarse contra esta decisión escandalosa.
Alrededor de 20 mil alumnxs se encontraron delante de la fuertemente armada policía que abrió fuego, sin ninguna advertencia, con balas reales. La primera víctima, Hector Pieterson se convirtió en símbolo de la revuelta. En suma, aquel día la policía asesinó 21 niños y niñas.
Sin embargo, la juventud de Soweto no se rindió. Los manifestantes respondieron con piedras, botellas, cócteles molotov, incluso mochilas escolares se lanzaban contra los asesinos. Los enfrentamientos siguieron toda la noche. Y el día siguiente 1500 policías armados con metralletas y acompañados por vehículos blindados y helicópteros se encargaron de restaurar el “orden”. El ejército se movilizó para el caso de que fuera necesaria su intervención.
La cifra total de los asesinados todavía sigue sin confirmar. Hay consenso que hubo por lo menos 176 muertos y muertas. Los heridos por balas alcanzaron los mil.
La matanza hizo estallar una ola de revueltas que se extendió a todos los asentamientos de negros y duró más de un año. El liderazgo de estas revueltas tanto en Soweto como en Ciudad del Cabo fue de la juventud negra. Organizaciones de la misma convocaron y organizaron dos grandes huelgas de solidaridad en agosto y en septiembre. Manifestaciones, boicot y enfrentamientos con la policía eran el día a día.
En Ciudad del Cabo, un papel importante lo tuvo la llamada juventud “de color”, o sea de origen mixto. En la asquerosa jerarquía del apartheid esa gente se posicionaban un poco más alto que los negros y los indios. Aun así, ellos también necesitaban pasaportes internos para trasladarse y trabajar, y eran también víctimas de un montón de medidas humillantes.
Otro objetivo del movimiento fueron los colaboradores del apartheid, negros adinerados con cargos en las instituciones locales y los “parlamentos” que tenían como su única función imponer las prohibiciones del régimen. En junio de 1977, por ejemplo, el movimiento de la juventud derrumbó el consejo nombrado a dedo que gobernaba Soweto.
Sin embargo, el régimen movilizó todo su arsenal de represión.En un año los asesinados habían alcanzado los 700 y el movimiento entró en una fase de retirada. Una de las víctimas más conocidas de esta represión fue Steve Biko, uno de los líderes del movimiento de “Consciencia Negra” cuyas organizaciones habían jugado un papel central en la lucha de Soweto.
Las condiciones en Soweto eran miserables. Pero la revuelta no fue producto de la desesperación. Fue fruto de la autoconfianza que había empezado a crecer en los primeros años de los 70. El 21 de marzo en 1960 la policía había asesinado 69 manifestantes en otro asentamiento, Sharpeville. Estaban protestando por la extensión de las racistas “leyes de traslado” a las mujeres. La matanza conmovió la opinión pública a nivel internacional. Pero, al mismo tiempo, la represión machacó al movimiento negro durante más de una década. La matanza de Soweto tuvo el resultado opuesto.
Una de las fuentes de esta autoconfianza provenía de los acontecimientos en la región a nivel más amplio. En 1976 el ejército sudafricano invadió a Angola, el país vecino. Angola había sido una colonia portuguesa, cuyo movimiento de liberación había contribuido al estallido de la Revolución de los Claveles en Portugal en 1974. Dos años más tarde, el MPLA (Movimiento Popular de Liberación de Angola), el movimiento principal del país, estaba a punto de vencer. Y el régimen racista de Sudáfrica no quería este tipo de ejemplos fastidiosos en su “patio”.
Pero la invasión (que iba a continuar hasta el 1980) no fue bien. Los negros de Sudáfrica podían ver en las (poquísimas) televisiones que tenían acceso, oficiales “superiores” blancos cautivos de milicianos negros. Acontecimientos similares se estaban desarrollando en Mozambique, otra ex-colonia portuguesa con fronteras con Sudáfrica.
La segunda fuente de la autoconfianza era el auge del movimiento de la clase trabajadora negra. El capitalismo sudafricano se había basado desde su nacimiento en el racismo. Pero, como había vivido su propio “milagro económico” en las décadas después de la segunda guerra mundial, estaba creando a su propio enterrador, la clase trabajadora negra. La propia imposición del “apartheid” en 1948 tenía como objetivo imponer la disciplina a esta clase que había mostrado su combatividad después de la Guerra.
En enero de 1973 una ola de huelgas progresó en Durban, con la segunda periferia industrial más grande del país, después de Johannesburg. En aquel mes, casi 100 mil obreros negros en varias fábricas y empresas se pusieron en huelga. La reivindicación central era el aumento del sueldo, ya que a los salarios de hambre que cobraban se unia la pérdida por la inflación. La ola huelguista llegó hasta Johannesburg y otras regiones.
En total, en 1973, se llevaron a cabo 246 huelgas en varios sectores. En septiembre de aquel año, la policía abrió fuego contra los mineros que estaban en huelga en la mina de oro Western Deep Levels Mine (al oeste de Johannesburg). Estaban en huelga contra los salarios de hambre y recibieron balas: el resultado fue 12 muertos y 38 heridos.
El sindicalismo estaba prohibido para los obreros negros en Sudáfrica. Las huelgas de 1973 rompieron estas reglas. Por supuesto, los sindicatos de obreros negros no se legalizaron inmediatamente, pero la patronal empezó a negociar con ellos. Antiguamente los empresarios podían echar a los migrantes negros obreros no especializados. Esto en los años setenta no era fácil porque ya los obreros estaban trabajando en el corazón del capitalismo. Y la clase obrera empezó a tener victorias pequeñas pero importantes.
Por eso, a pesar de toda la represión, el movimiento no se apagó después de Soweto. En los años siguientes la clase trabajadora negra iba a crear organizaciones masivas cuyas luchas iban a desarraigar al régimen racista. En 1984-1986 los asentamientos de chabolas iban a estallar otra vez, bajo la iniciativa del Congreso Nacional Africano (CNA) que había ganado la hegemonía en el movimiento. El fin del apartheid estaba más cerca.
Leandros Bólaris
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