En noviembre del 36 el ejército fascista de Franco empezó sus asaltos para capturar Madrid. Los agresores fueron repelidos después de una serie de duras batallas. El 19 de noviembre los fascistas lanzaron una ofensiva general más. Los aviones bombarderos que Hitler había mandado a Franco empezaron a golpear los barrios obreros de la capital (teniendo órdenes de no tocar Salamanca, el barrio de los más ricos) dejando miles de muertos y muertas bajo las ruinas.
Al final incluso este ataque fue repelido pero estas buenas noticias fueron eclipsadas por una gran pérdida pues Buenaventura Durruti murió. Era una leyenda para el movimiento anarquista del estado español y mucho más cuando llegó a la asediada Madrid, el 12 de noviembre, liderando una columna de miles de milicianos. Su reputación y prestigio ya se extendían a toda la clase obrera del estado. A sus funerales, en Barcelona, acudieron medio millón de obreros y obreras.
Durruti había tenido su bautismo de fuego en la lucha de clases cuando todavía era muy joven. En la huelga de los ferroviarios en el norte a finales de 1916 y en la huelga general del agosto de 1917 que tomó dimensiones de revolución. Aquella había sido la primera huelga común del sindicato socialista UGT y del sindicato anarquista CNT. La huelga terminó con derrota pero dejó detrás una herencia de radicalismo. Durruti era miembro de UGT pero fue expulsado por ser demasiado radical para los gustos de la dirección conservadora del sindicato.
Durruti se afilió a CNT en 1919 que fue un año asombroso. Tuvo lugar la huelga general en Cataluña que duró 44 días y ganó por primera vez las ocho horas laborables. Después del asalto obrero vino un contraataque de la burguesía. Durruti fue detenido en 1919, escapó y huyó a Francia donde contactó con los grupos anarquistas del país vecino. Volvió definitivamente a Barcelona en 1931 y se afilió a la FAI (Federación Anarquista Ibérica) a través del grupo “Nosotros” que pertenecía al ala más militante. La FAI se había montado en secreto en 1917 por grupos de anarquistas que estaban preocupados de la deriva de la CNT bajo la influencia de sindicalistas “puros” que se dedicaban más a cosas del día a día y buscaban componendas con los políticos. Los FAIstas ganaron el debate a principios de los años 30.
Al mismo tiempo el país entraba en un periodo revolucionario. En 1931 la revolución derrumbó a la vez la dictadura de Primo de Rivera y la monarquía. La segunda República empezó con las mayores promesas para los obreros y los campesinos, pero las dejó incumplidas una detrás de otra. La derecha iba creciendo y estaba mirando cada vez más hacia el fascismo de Hitler y de Mussolini para encontrar “soluciones”. Los desde abajo, al mismo tiempo, iban cada vez más a la izquierda.
El octubre de 1934 fue un punto de inflexión. Cuando la CEDA, un partido de extrema derecha, entró al gobierno una ola de rabia penetró la clase obrera. Hasta PSOE, que había co-gobernado con los burgueses en 1931-33, empezó a hablar de huelga general y revolución. En Asturias, la tierra de Durruti, la clase obrera se rebeló bajo la bandera de la Alianza Obrera, un frente que unía obreros y obreras anarquistas, socialistas y comunistas.
La “Comuna de Asturias” la terminaron con un baño de sangre pero había dejado en herencia una lección de la importancia de la lucha revolucionaria común. Así que, cuando en febrero de 1936 el Frente Popular ganó las elecciones, esta dinámica se extendió a escala gigante. Una enorme ola de huelgas, ocupaciones de tierras, manifestaciones y confrontaciones con los fascistas se extendieron por todo el estado.
En 17 de julio empezó el golpe de estado fascista bajo la direccion de Franco. Los generales y la clase dirigente que los apoyaban esperaban una victoria fácil. Además el gobierno del Frente Popular no había hecho nada para parar el golpe de estado, que todos en el país sabían que se estaba preparando. Fue la clase obrera con su reacción la que estropeó los planes de los golpistas.
En Barcelona Durruti con sus compañeros, como Ascaso, García Oliver y otros, estuvieron en primera línea de las batallas que machacaron a los golpistas en los días 18 y 19 de julio. El día siguiente Barcelona estaba en las manos de la clase obrera. La milicias armadas controlaban las calles y los barrios. Los comités obreros ponían bajo su control las fábricas, las oficinas, las tiendas, el transporte, hasta los teatros, los cines y los hoteles. Franz Borkenau escribe:
“De los que sabemos, casi todos los propietarios de fábricas o se habían ido o estaban muertos y las fábricas estaban bajo el control de los obreros. En todas partes grandes pancartas estaban colgadas en las fachadas de los edificios declarando que la dirección había pasado a manos de CNT, o que una u otra organización los había confiscado para alojar trabajo organizativo”.
Pero la batalla no había terminado. Grandes territorios del estado habían pasado a manos de los golpistas. Zaragoza, antes centro importante de CNT, se había perdido. Ahí fue donde se concentró la primera expedición revolucionaria desde Barcelona. Durruti fue el primero que se fue para Zaragoza, liderando una columna de miles de milicianas y milicianos que se convirtió en leyenda.
Zaragoza no fue capturada por los revolucionarios porque faltaron armas y munición. Pero el resto de Aragón fue liberado por lxs milicianxs de CNT-FAI y otras organizaciones obreras y por el levantamiento de los campesinos, que crearon centenares de explotaciones colectivas, confiscando la tierra de los terratenientes. Aquella fue la primera -y una de las pocas- victorias militares para el bando republicano durante los tres años de la guerra civil.
La revolución y la guerra contra el fascismo iban mano a mano. Durruti expresó lo que sentían centenas de miles de obreros y obreras en todo el estado, no solo anarquistas o miembros de CNT en este diálogo con Van Paasen, corresponsal del periódico Toronto Times:
¿Así que piensa seguir con la revolución? Largo Caballero e Indalecio Prieto [dos de los líderes de los socialistas] dicen que el Frente Popular sólo es para salvar la República.
- Puede que esa sea la opinión de esos señores. Nosotros, los sindicalistas, luchamos por la revolución. Sabemos lo que queremos. Para nosotros no significa nada que en alguna parte del mundo exista una Unión Soviética que obtuvo la paz y la tranquilidad sacrificando al fascismo bárbaro de Stalin a los trabajadores de Alemania y China. Queremos la revolución en España, y la queremos ahora, no después de la siguiente guerra europea… Nosotros actualmente les damos más preocupaciones a Hitler y a Mussolini que todo el ejército rojo. Con nuestro ejemplo les mostramos a la clase obrera alemana e italiana cómo se debe tratar al fascismo.
Y terminaba con estas palabras cuando Van Paasen le comentó: “Sí, pero vuestro triunfo puede significar que al final estaréis sentados sobre un montón de ruinas”
[Los obreros] “Siempre hemos vivido en barracas y tugurios. Tendremos que adaptarnos a ellos por algún tiempo todavía. Pero no olviden que también sabemos construir. Somos nosotros los que hemos construido los palacios y las ciudades en España, América y en todo el mundo. Nosotros, los obreros, podemos construir nuevos palacios y ciudades para reemplazar a los destruidos. Nuevos y mejores. No tememos a las ruinas. Estamos destinados a heredar la tierra, de ello no cabe la más mínima duda. La burguesía podrá hacer saltar en pedazos su mundo antes de abandonar el escenario de la historia. Pero nosotros llevamos un mundo nuevo dentro de nosotros, en nuestro corazón, y ese mundo crece a cada instante. Está creciendo mientras yo hablo con usted.”
Pero la cuestión estaba lejos de ser solucionada. La clase obrera tenía las armas pero no tenía el poder. Y sus líderes no tenían como objetivo llevarla hasta el poder. En septiembre y noviembre las direcciones de CNT-FAI optaron por participar en los gobiernos de Cataluña y Madrid con ministros.
El impulso hacia este cambio lo habían creado los acontecimientos en Madrid. A principios de septiembre, Largo Caballero se hizo presidente. Caballero era el líder del ala izquierda del PSOE y sus seguidores lo llamaban el “Lenin español”.
Se suponía que el estado burgués ya había desaparecido y el gobierno de Caballero expresaba la revolución. En realidad el gobierno, a pesar de su composición de izquierdas, se convirtió en el centro de recuperación del estado burgués. Las instituciones de control obrero que habían nacido con la revolución del pasado julio empezaron a desmantelarse poco a poco pero sistemáticamente. Ahora todo el énfasis se ponía en la pretensión que la República era una democracia “normal” y no el campo de una revolución social.
Durruti murió cuando este proceso iniciaba todavía sus primeros pasos. En mayo de 1937 llegó al culmen. El 3 de mayo 1937 la “Guardia de Asalto” (un cuerpo policial de la II República), bajo las órdenes de un cuadro del Partido Comunista catalán, intentó ocupar el edificio de la Telefónica en Barcelona, que desde julio de 1936 estaba controlado por un comité unitario de CNT-UGT. Respondiendo a esta agresión los barrios obreros se levantaron y se erigieron barricadas en todas partes, en algunos sitios con iniciativa de militantes de POUM y en otros por los “Comités de Defensa” de CNT-FAI.
Pero, una vez más, las direcciones echaron el freno. El resultado fue una ola de persecución contra los revolucionarios, tanto del POUM como de la CNT, que se resistieron a rendirse. No es casualidad que esta corriente de resistencia a la rendición se llamó “Amigos de Durruti”.
Traducción del texto de Leandros Bolaris
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