Once meses después de las elecciones del 20D y cuatro meses después de las de junio, el Estado español tiene por fin un gobierno. ¿Pero qué gobierno? El novísimo gobierno de Mariano Rajoy, el que olía a podrido mucho antes de las elecciones.
Es necesario retomar el hilo de las huelgas generales de 2012.
Este es un punto clave para entender en
qué momento estamos. El sistema político español ha estado intentando los
últimos años salir del callejón sin salida a donde lo había arrojado la combinación
de nuestra resistencia con el tamaño de la crisis. ¿Ha logrado salir de ese
callejón? No, ha entrado en él aún más. Para empezar, el PP no se renueva:
vuelven los mismos zombis de la derecha profunda. Además, durante el intento de
crear este nuevo gobierno han medio destrozado al Partido Socialista. Y al
final han conseguido que Unidos Podemos, la izquierda, se convierta en primera fuerza
de la oposición frente a este gobierno de los tres partidos del régimen.
El Partido Popular se salva por ahora,
pero solo gracias a Ciudadanos y al PSOE. Esto no es algo normal para el sistema
político español. Que Rajoy necesite el apoyo de Felipe González y de Susana
Díaz para gobernar no significa fuerza, sino debilidad. Y esta debilidad se
puede plasmar en la capacidad -o incapacidad- que tendrá de aplicar las medidas
que tiene pensadas. Todos sabían que el gobierno de Rajoy era un débil antes de
las elecciones. Y ahora tiene que seguir acelerando el ataque a la clase
trabajadora, gobernando además en minoría parlamentaria. El gobierno Rajoy, tras
pasar unas primeras medidas duras en los primeros años de su investidura (el
culmen fueron los recortes y la Reforma Laboral) perdió moméntum, enfrentándose
con una resistencia generalizada, la subida de la izquierda y el círculo
vicioso de los escándalos.
No olvidemos que la crisis de los dos
partidos mayoritarios a largo plazo se traduce en una pérdida de nueve millones
votos desde 2008 hasta las elecciones de junio; de 22,5 millones han caído a
los 13,3. Todos esto factores llevaban incluso a una parte de la derecha misma
a la conclusión de que para estabilizar el escenario Rajoy tendría que irse a
casa. Ahora se sienten obligados a apoyarle por cuatro años más, aunque esté
tirado sobre dos nuevas muletas políticas.
Al mismo tiempo, a la Unión Europea (UE)
le ha faltado tiempo para presionar. En la primera carta que mandó al actual
gobierno demanda inmediatamente 5,5 mil millones más de recortes en los
presupuestos de 2017 ya que, como dice, los presupuestos los había elaborado un
gobierno en funciones que no tenía mucho margen de actuación. Pero un gobierno
normal, según la UE, debe bajar el déficit al 3,1% del 3,6% que planeaba el
gobierno en funciones. La verdad es que la UE ha demostrado bastante paciencia
con Rajoy. Lo han presionado los tres últimos años para que acelerara los recortes,
pero siempre le han dejado espacio, ya que no querían destrozar uno de los
pocos ejemplos de gobierno unipartidario de derechas. Ahora todos estos planteamientos
tienen que empezar de cero.
Pero el acontecimiento más grande no es la
formación de gobierno, sino la enorme crisis que ha estallado en el PSOE. Toda
su campaña electoral estaba basada en el argumento de que representaba la única
alternativa seria frente a la continuación del gobierno corrupto de Rajoy. Este
discurso, junto con los votos de la gente que utilizó la papeleta del PSOE para
mandar a Rajoy a casa, se convirtió en una alfombrilla para que Felipe González
se limpie sus zapatos en ella. Con un golpe antidemocrático echaron de la
dirección a Pedro Sánchez para regalar los diputados del PSOE a la derecha.
Esta es otra muestra de la profunda debilidad. ¿Tener que echar antidemocráticamente
a quién? A Pedro Sánchez, a quien habían sido los mismos barones del partido quienes
le habían otorgado la dirección de éste. Es una señal de que el miedo que
tienen a la gente, a los votantes y a la misma militancia del PSOE, les hace
perder el control incluso sobre sus propios mecanismos. Para hacer una
comparación histórica, cuando Felipe González quiso oficializar que el PSOE
había pasado al bando de la OTAN, lo hizo a través de un referéndum. Él y los
suyos tenían tanta confianza en su control político en aquella época que se
atrevían a vender sus traiciones como “democracia”. Esta vez no quisieron
preguntar ni a los militantes del partido.
Es indicativo que ni siquiera ahora hayan
aclarado el proceso para elegir nuevo líder del partido. Por el momento le han
pasado las llaves del partido a Rajoy. La crisis del PSOE tiene consecuencias
de desestabilización múltiple en el Estado español. Sin el PSOE no habríamos
tenido la Transición pactada con el franquismo. En los años 70, la derecha
tenía muy difícil distinguirse de los mecanismos del franquismo y era incapaz
de crear un partido serio y unido. Fue el PSOE el que se encargó de sacar las
castañas del fuego y firmar (junto con el PCE) los acuerdos de Moncloa que
absolvieron al franquismo de todos sus pecados. UGT se convirtió en la
herramienta principal para conseguir la “paz social”. En 1982, cuando subió al
poder expresando las ganas de cambio de la gente después de 45 años de
dictadura y de derecha, hizo el giro hacia la austeridad muy rápido, aún más
rápido que el gobierno Mitterand en Francia o el de PASOK en Grecia. Y en 1986
González se convirtió en un héroe para la clase dirigente, con el Sí a la permanencia
en la OTAN. Y no olvidemos también que fue el gobierno Zapatero el que inauguró
los recortes para pagar la deuda, cuando empezó la presente crisis, abriéndole
camino a Rajoy.
Hay una dimensión más que hace la crisis
del PSOE aún más peligrosa para el régimen. Se trata de la cuestión catalana.
Sin el PSOE habría sido muy difícil para el Estado español evitar el cambio de
fronteras después del fin de la dictadura. Fue otro de los “logros” históricos
de González, mantener un equilibrio con el nacionalismo catalán del cual salían
ambos beneficiados. Ahora, ¿qué equilibrio puede mantener un partido bajo el
control del españolismo más descarado, como el que personifica Susana Díaz? De
los 15 diputados que no siguieron la línea de apoyar al PP, siete son del PSC.
Miremos la situación con perspectiva: el nuevo gobierno es una coalición entre
la derecha profunda del PP, el españolismo profesional de Ciudadanos y el ala
más españolista del PSOE, al mismo tiempo que Cataluña tiene un gobierno que
pretende dar pasos hacia la independencia.
Pero todo esto no significa que el nuevo
gobierno vaya a caer por sus propias contradicciones. Es un desafío para el
movimiento aprovechar que se trata de un gobierno zombi para echarlo. Los primeros
pasos en esa dirección ya se han dado. No ha habido ningún período de gracia
para el nuevo gobierno. La huelga y las movilizaciones en la enseñanza en 26O
fueron la mayor prueba. Los y las estudiantes, los maestros, las profesoras que
salieron a las calles le dijeron una cosa a Rajoy: antes que de tú vengas a por
nosotras, nosotros vamos a por ti. La situación en el sector de la sanidad no es
muy diferente. Las luchas también están por llegar en las comunidades autónomas
y en los municipios que están primeros en la lista de los recortes que está
preparando el nuevo gobierno. Lo que se necesita son iniciativas atrevidas para
expresar la rabia y la dinámica de todos los sectores.
Por eso, salir en las calles el 19 de
noviembre con las Marchas de la Dignidad es tan importante. La plataforma de
las Marchas ha sido la red que ha mantenido viva la llama de la resistencia
antes, durante y después de este último ciclo electoral. Tenemos que agradecer
a los compañeros y compañeras que han hecho este trabajo. Pero tenemos también
que dar un paso más adelante. Necesitamos una huelga general ya contra el nuevo
gobierno. Los sindicatos mayoritarios han evitado convocar una huelga los
últimos cuatro años, y en los últimos dos tenían la excusa del ritmo electoral.
Ahora no les queda excusa alguna. Esto no significa que tengamos que esperar
hasta que despierten las direcciones de UGT y CCOO. Significa organización,
presión, luchas, asambleas estemos donde estemos para prepararnos y al mismo
tiempo meter presión a estas direcciones. Los sindicatos minoritarios y las
Marchas de la Dignidad tienen la capacidad de convocar un día de huelga
general, y veremos si habrá burócratas que preferirán alinearse con Rajoy y no
con la calle.
Dentro de este escenario, la izquierda
puede y tiene que tomar ánimo. Después de los resultados de junio, las
direcciones de Podemos y de IU se habían vestido de luto, echando la culpa a la
gente por la pérdida de votos. Y decidieron seguir detrás a Pedro Sánchez para
formar gobierno con él, y junto con él harían gobierno con Susana Díaz, Felipe
González y todos los que hoy dan su apoyo a Rajoy. Ahora, Pablo Iglesias está
intentando dar un giro hacia la izquierda, haciendo auto-crítica por el enfoque
excesivo en las instituciones y la infravaloración de los movimientos. Pero era
el mismo Pablo Iglesias el que hace muy poco decía que el cambio de la
situación desde la calle pertenece al pasado. En cualquier caso, nosotros no
estamos aquí para criticar, sino para organizar la resistencia, y por eso
bienvenido sea este cambio que propone Iglesias. Eso sí, todos los discursos
políticos adquieren valor cuando se aplican en la práctica. Adelante, a
organizar las luchas concretas que ya se están convocando. Adelante, a llamar a
una huelga general y a pararle los pies al nuevo gobierno y a sus recortes.
Adelante, a unirnos con la gente que sale a las calles estos días en el corazón
de la bestia, EEUU, contra el nuevo presidente, Donald Trump. Juntos y juntas
con los estudiantes, las migrantes, las negras, los
trabajadores que dicen “Not Our President” (“Trump no es nuestro presidente”),
nosotros también decimos “Rajoy no es nuestro presidente”, y tenemos la fuerza
para acabar con él.
Nikos Lountos
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