domingo, 25 de diciembre de 2016

2016, Un año de más inestabilidad, una población más indignada




EL año que llega a su fin ha sido, ni más ni menos, que el año en el que la Unión Europea (UE) se quedó sin estrategia y sin liderazgo.
La naturaleza inhumana de esta alianza y de sus instituciones se ha puesto de manifiesto más que nunca con la llegada de los refugiados y refugiadas sirias a suelo europeo. Tras las promesas de que iban a acogerlos, encabezadas por Merkel, las vallas y las fronteras se fueron levantando. Primero fue en los Balcanes. Si Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia componían el frente del “Este”, que algunos querían hacer ver como el más retrógrado, lo cierto es que la política racista se formalizó con el acuerdo entre la UE y Turquía. Miles de personas acuciadas por la guerra quedaron así en tierra de nadie. Se instalaron campos de concentración de refugiad@s en ambas orillas del Mar Egeo. Y ningún gobierno les tendió la mano, ni siquiera el supuesto gobierno de izquierdas de Syriza en Grecia que, con su actuación ante este drama, está dejando claro que agacha la cabeza ante las imposiciones de la dirección europea no sólo en lo que a materia económica se refiere. La OTAN, siguiendo un plan orquestado por los ministros de Defensa que la integran, asumió por primera vez sin disimulo un papel contra l@s refugiad@s, desplegando en febrero sus mayores barcos en el Egeo para vigilar que no circularan las pateras llenas de quienes sólo tratan de huir del horror de la muerte. Y con la caradura de disfrazarse de humanitarios con la excusa de llevar a cabo una misión contra los traficantes que organizan estas incursiones para evitar que en los viajes mueran más refugiadas.
Poco a poco, el discurso racista y anti-refugiados de todos los gobiernos se desató. Sin entrar siquiera en su participación en la guerra misma, sin la cual estas miles de personas no se verían abocadas a abandonar su tierra y perderlo todo, las palabras y, sobre todo, los hechos de los dirigentes mundiales en general, y europeos en particular, han conseguido que se bata el récord de muertes en el Mediterráneo. A finales de octubre, más de 3800 personas habían perdido la vida intentando cruzarlo, según cifras de la ONU. Casi el 90% de estas muertes han ocurrido en el Mediterráneo central, gracias a la hipocresía de la EU y de la OTAN “salvadora”, dado que desde que la ruta balcánica se cerrara, cada vez eran más los que intentaban pasar de Libia a Italia. Y más los ahogados provenientes de Oriente, que se sumaban al incesante drama de los subsaharianos. A las muertes sangrientas bajo el estruendo de las bombas en Siria se suman estas muertes silenciosas en tantos y tantos episodios de ahogamientos, algunos de ellos masivos. No olvidamos tragedias como la del pasado abril, en la que unas 500 personas fallecieron ahogadas frente a las costas de Egipto. Y, desgraciadamente, se trata sólo de un ejemplo entre tantos.
Esta esperpéntica situación ha evidenciado así la cara más mezquina de esta Unión Europea cercada y hermética que, por otra parte, nada tiene de nuevo, pues el Mediterráneo lleva muchos años engullendo a personas en sus aguas cada día ante las puertas de la Europa Fortaleza.
A quienes, después de superar tantos obstáculos, consiguen llegar y afincarse en Europa, les espera una realidad institucional que dista mucha de ser la cálida bienvenida que merecen quienes han vivido tanto sufrimiento. Las políticas racistas e islamófobas están a la orden del día. Y como muestra un botón: hace unos días Merkel defendía ante su partido que los velos que cubren toda la cara, como el burka, no son apropiados en la sociedad alemana, y que deberían estar prohibidos.
Contemplando otras realidades de Europa en el 2016, éste pasará a la historia también como el año del Brexit. La salida de Reino Unido de la UE después de 40 años es un claro fracaso del neoliberalismo. Los mismos gobiernos que fomentan el racismo dicen que la gente en Inglaterra votó por salir de la UE porque son racistas.
Y es que esta ruptura ha dado lugar a una crisis del escenario político en el Reino Unido -o quizás sería mejor decir que ha profundizado a marchas forzadas una brecha que ya se había abierto. El Brexit forzó a Cameron a dimitir, y desató una crisis en el partido conservador. El que parecía el sustituto seguro para ocupar el lugar de Cameron, el exalcalde de Londres Boris Johnson, que había estado liderando la campaña euroescéptica, ni siquiera presentó su candidatura y se abrió un concurso de locos, a través del cual llegó al poder Teresa May.
Por otro lado, todos auguraban que la victoria del Brexit reforzaría al partido racista de ultraderecha UKIP, y en lugar de esto lo que ocurrió es que su líder, Nigel Farage, dimitió, y las peleas internas no han cesado desde entonces. La campaña Lexit (en pos de una salida de la UE por la izquierda), en la que nuestros compañeros y compañeras del Socialist Workers Party (SWP) han jugado un papel relevante, fue importante para expresar el rechazo a la UE desde la izquierda, fundamental para no dejar el campo abierto a los racistas y los xenófobos.
Al mismo tiempo, los acontecimientos más inesperados han tenido lugar en el Partido Laborista. Cuando Jeremy Corbyn se presentó como candidato a liderar a los laboristas todos, incluida la derecha, lo veían como un marginal cuya participación incluso podía resultar positiva para dar credibilidad al sistema electoral de Partido Laborista. Finalmente, aquel “marginal” se convirtió en el nuevo líder. Después del Brexit se organizó un golpe de estado interno, en el que la gran mayoría de los diputados trató de echar a Jeremy Corbyn. El resultado fue una participación masiva en favor de Corbyn, con una afluencia de público espectacular en sus discursos, que le llevó a reconquistar otra vez la dirección. Tras el surgimiento de una figura como ésta aupada a tal puesto por los militantes laboristas y por muchos y muchas que, sin serlo, se registraron en el partido para poder votarlo, se encuentran la herencia del movimiento contra la guerra y del fracaso del neoliberalismo dentro de la socialdemocracia. Los límites para llevar a cabo un cambio sustancial desde el reformismo y las instituciones son obvios pero, en cualquier caso, la aventura de Corbyn supone un giro sin precedente.


A mitad del año asistimos al Brexit y a finales contemplamos el fracaso de Renzi y su dimisión tras la victoria en el referéndum del “No” a sus reformas que pretendían estabilizar el sistema político en Italia. La clase dirigente italiana y europea había depositado en Renzi todas sus esperanzas de solucionar la mayor crisis de la deuda de toda Europa. Pero Renzi ahora está en casa, e Italia en el precipicio de una crisis bancaria. Entre la juventud, el “No” superó el 70%. En estos momentos, la derecha y el partido demócrata, incapaces de controlar el sistema, afrontan con miedo la perspectiva de unas posibles elecciones.
Hablando de desestabilización política, cruzamos el charco para fijarnos en Estados Unidos, donde también se está dando pese a ser ajena a su tradición profundamente bipartidista. La carrera electoral comenzó con dos candidatos seguros: Jeb Bush por parte de los Republicanos y Hillary Clinton a la cabeza de los Demócratas. Las elecciones prometían ser las más aburridas de la historia. Pero los 8 años de Obama en el gobierno y el fracaso de todas las esperanzas que había generado frente a cuestiones como la guerra, la crisis económica, el racismo, la política medioambiental, entre otra, crearon nuevos fenómenos.
Bernie Sanders, que se declaraba como “socialista”, ganó las primarias en muchos estados y movilizó en sus mítines a un público que Clinton ni podía imaginar, en su mayoría jóvenes, bajo el eslogan de una “una revolución política”. Al final, en el aparato Demócrata controló la situación y Sanders se rindió, pero la brecha ya se había abierto. En el otro lado, la crisis del Partido Republicano le dio alas a Donald Trump para aparecer como un “anti-sistema” dentro del partido más “sistema” del mundo. Todos los analistas coincidían en que iba a ser una victoria fácil de Clinton, pero esta vez la mayoría de la población, y especialmente la gente pobre, no vio ninguna razón para ir a votar a una mujer estandarte del establishment. El “mal menor” no funcionó, y Trump, con su discurso del odio basado en proclamas racistas, xenófobas, machistas y otras lindezas, fue elegido para ocupar la Casa Blanca.

Se anuncian turbulencias para el sistema en Estados Unidos. Y la resistencia ya está en la calle. Al día siguiente de las elecciones, estudiantes de institutos cortaron calles, y en las universidades se organizaron ocupaciones y marchas bajo el lema “No es nuestro presidente”. Las manifestaciones se sucedieron por todo el país, de gente que defiende a sus hermanos y hermanas inmigrantes, mejicanos y de otros lugares. La investidura de Trump está prevista para el próximo 20 de enero a los pies del Capitolio, y ya hay previstos varios días de acción para esas fechas en todo el país e internacionalmente. Y estas protestas tienen lugar en un país en el que ya existe un importante movimiento contra las políticas y las actuaciones policiales racistas que sufre la población negra, Black Lives Matter, y otras luchas importantes como la que han abanderado los nativos americanos junto a cientos de activistas y que recientemente ha culminado con una victoria al conseguir frenar la construcción del oleoducto en Dakota.  

De vuelta a Europa, en 2016 el gobierno Hollande se consumió. Después de los ataques terroristas declaró el “estado de emergencia” e intentó utilizarlo contra los movimientos. Pero estos salieron a la calle sin miedo desde el principio ignorando las prohibiciones de manifestarse. Trataron de utilizar la islamofobia una y otra vez, con actuaciones como la polémica prohibición del burkini que finalmente se vieron obligados a retirar, estrategia que favoreció la subida de Le Pen en las encuestas. Pero surgió el movimiento contra la ley El Khomry, que sirvió para dejar a un lado las divisiones y la represión. El Nuit Debout tiene elementos similares al15M que tuvo lugar en el Estado español, pero en Francia la clase trabajadora asumió un papel mucho más importante. Se convocaron días de acción con huelgas generales que comenzaron en marzo y fueron sucediéndose, respaldadas por todos los sindicatos. Estas movilizaciones consiguieron que los ataques impuestos por la ley El Khomry que finalmente se aprobó fueran bastante más limitados, y no se abandonaron después de esto, sino que las luchas sectoriales han continuado después de verano. Y por el camino dejaron a Hollande convertido en el primer presidente de la V República que no será candidato por segunda vez en las elecciones.
En Irlanda, el movimiento contra la privatización del agua y, de manera más general, la resistencia a que la gente trabajadora pague la crisis de los capitalistas, ha tenido sus resultados políticos. El Fine Gael perdió más del 10% de los votos en las elecciones de febrero. El Sinn Fein subió casi un 4%, expresando el giro a la izquierda. Un giro que también se plasmó en el éxito de la coalición anticapitalista People Before Profit – Anti-Austerity Alliance (PBP-AAA), que obtuvo 6 diputados, 3 de los cuales son miembros de nuestro partido hermano en Irlanda, Socialist Wokers Party (SWP). Las victorias anticapitalistas llegaron también a Irlanda de Norte, donde Eamonn McCann y Jerry Carrol, dos revolucionarios, fueron elegidos diputados en Stormont (el parlamento norirlandés) en las elecciones del 5 mayo.
La crisis política llegó hasta en Alemania. La canciller Merkel sufrió un nuevo revés en las elecciones regionales el pasado septiembre. El partido demócratacristiano (CDU) que preside selló su peor resultado electoral en la capital germana desde el final de la Segunda Guerra Mundial, coincidiendo con un nuevo éxito electoral del partido populista de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), que quiere aprovecharse de la situación. Pero hay también oportunidades para la izquierda. Depende de su política. Muchos activistas de Die Linke participaron en la nueva iniciativa “Aufstehen gegen Razismus” (Levantémonos contra el racismo), pero las declaraciones de Sahra Wagenknecht, una de las responsables de su dirección, no ayudan en este sentido, cuando afirma que Alemania no puede acoger a todos los refugiados que está recibiendo y que lo primero que estos tienen que hacer es demostrar que son capaces de adoptar la cultura alemana.
En Austria esta batalla para que la ultraderecha no se aproveche de la crisis política llegó a su culmen. El nazi Norbert Hofer, ultranacionalista del FPO, perdió las elecciones, pero su partido no aceptó el resultado e de las mismas después de que su adversario ganara por apenas 30.000 votos y lo impugnó. Los juzgados le dieron segunda oportunidad mes y medio después alegando errores burocráticos por las irregularidades cometidas en varios distritos electorales y relacionadas fundamentalmente con el recuento del voto por correo. De manera que el movimiento antifascista se vio obligado a organizar una nueva campaña, que dio sus frutos en las segundas elecciones el 4 de diciembre, en las que venció el candidato de los verdes Alexander Van der Bellen. Haberles parado los pies a los fascistas supone una importante victoria, y ha sido la movilización en la calle y en los barrios la que lo ha conseguido, pero ello no debe hacernos depositar falsas ilusiones en que el candidato de los verdes que apoya la UE puede ser la alternativa.
La coordinación internacional es fundamental en la lucha contra el fascismo. El pasado 19 de marzo se organizaron manifestaciones en solidaridad con los refugiados y en contra de los fascistas en muchas ciudades del mundo. Y en octubre, en la conferencia organizada por KEERFA (Unión contra el Fascismo y el Racismo en Grecia) en Atenas, se acordó una nueva cita para el 18 de marzo de 2017. Será unas semanas antes de las elecciones en Francia, donde Le pen parece segura de pasar a la segunda ronda.
En otro orden de cosas, el escándalo de los Panama Papers, que salió a la luz en abril, tuvo repercusiones en todo el mundo. Básicamente se destapó como, desde Islandia hasta el Estado español, políticos y empresarios estaban conectados con mil lazos entre ellos para ocultar su dinero en paraísos fiscales. Las dimisiones se sucedieron, y los trapos sucios de los capitalistas volvieron a airearse una vez más.
2016 ha sido también el año que ha mostrado la locura del capitalismo de otra manera, con evidentes contradicciones. La Unión Europea acusó a Apple de no pagar impuestos por sus operaciones en Irlanda y le exigía el pago de 13.000 millones de euros, cuando fue el gobierno de Irlanda el que insistió en que no pagara para evitar perder su fama como paraíso para seguir atrayendo a las multinacionales.
Dando un salto a la India, allí se organizó a principios de septiembre una huelga enorme, quizás una de las huelgas más grandes de la historia. Según algunos cálculos participaron 100 millones de obreros y obreras. En Kerala, Andra Pradesh y Tripura la huelga lo paró todo. Los triciclos que se usan como “taxis” fueron usados para bloquear calles y vías de trenes. La huelga se convocó por casi todos los sindicatos del país contra las reformas laborales y económicas que está promoviendo el gobierno de Narendra Modi. Concretamente, los sindicatos están en contra de la reforma que quiere hacer los despidos más fáciles y da derecho a los empresarios a contratar trabajadores por obra y servicio pagándoles por debajo del salario mínimo. Los sindicatos exigen un salario mínimo de 15.000 rupias (200 euros). En Calcuta, la capital de Bengala occidental, miles de trabajador@s participaron en una manifestación sobre las vías de los trenes, formando un mar de banderas rojas y no dejando ningún espacio para que los jefes hicieran circular los trenes utilizando esquiroles.
El sistema bancario dejó de funcionar y no se hicieron transacciones de miles de millones. Solo en Telangana, más de 15000 empleados bancarios participaron en la huelga. En la capital de la India, Nuevo Delhi, casi todas las enfermeras comenzaron una huelga indefinida, a pesar de que la policía empezó a amenazar y a detener huelguistas. “Los enfermeros y enfermeras en toda la India participaron en la huelga” decía GK Khurana de la Federación de enfermeros, añadiendo: “Mi detención no nos va a parar”. La huelga se extendió en la industria pesada. Muchas fábricas de autos pararon y los mineros suspendieron el suministro de carbón. A pesar de que la huelga no fue seguida al mismo nivel en todo el país, fue un éxito y dio la oportunidad también a millones de obreros no especializados y no organizados en sindicatos, tal como a estudiantes, a participar en la resistencia contra el gobierno.
El 2016 fue un año más con muchas promesas de que la guerra se iba a acabar en Oriente Medio.  En vez de esto fue el año de la masacre en Alepo, del asedio de Mosul, de la intervención turca en el norte de Siria y de nuevos asesinatos masivos en Yemen. En 2016 Irak se reconvirtió en un campo de guerra. El asedio de Mosul empezó con la esperanza de que iba a acabar en unas semanas. Ya han pasado meses y todavía la parte más dura del ataque no ha empezado. Nadie sabe qué va a quedar al final de esta ciudad y de sus 1 – 1,5 millón de habitantes. Quizás, lo mismo que ha quedado en Alepo bajo los bombardeos de Asad y de Rusia: cadáveres y ruinas. Ya la ONU dice que está preparando campamentos para 150000 personas refugiadas. Los medios de comunicación no paran de repetir que los del “Estado Islámico” utilizan los ciudadanos como “escudo humano”. La ironía es que el mismo argumento lo utiliza Rusia para la barbarie que comete en Alepo. Hace dos años el Estado Islámico ocupó la ciudad usando menos de 15 mil hombres armados y el ejército iraquí, que tiene un millón de soldados, fue cómo si no existiera. No es que ahora se motivaron por salvar a la gente, después de dos años. Los que hoy están aliándose contra el Estado Islámico, lo hacen porque saben que muy rápido se van a pelear entre ellos, durante la reocupación misma o un poco después: todos quieren coger un trozo y echar a los demás. Irán quiere apoyar a sus aliados dentro de Irak y Turquía necesita asegurarse que la influencia de Irán no llegará tan al norte. “A nivel militar, se trata de una de las alianzas más grandes después de la invasión de 2003… pero es una batalla militar sin ningún plan político para lo que amanezca el día siguiente”, dice un analista del instituto Carnegie.
Ya no hay ninguna manera de separar entre la guerra en Irak y la guerra en Siria. Desde Alepo hasta Mosul las alianzas temporales pueden cambiar pero la crisis es una e inseparable. Los imperialistas, pequeños y grandes, se pelean como hipopótamos dentro del pantano sangrante que han creado. Y a su lado todos los gobiernos de UE, que dan luz verde, hablando solo de lo que consideran el asunto más importante: como cerrar las fronteras a las personas que están intentando huir de esta matanza.
No sólo no se contuvo la crisis en Irak y Siria, sino que en 2016 el caos se extendió a Turquía. Erdogan era el primer ministro y presidente que se suponía que había terminado la guerra contra los kurdos después de décadas. Pero ha sido el mismo que la ha llevado a un nivel aún más elevado, por el miedo de lo que está pasando en las fronteras con Siria. Ha estado viendo la posibilidad de un estado kurdo al lado del semi-estado kurdo que ya funciona en el norte de Irak, como resultado de la guerra en Siria, y empezó a machacar el movimiento kurdo dentro del país. El papel del ejército ha vuelto a ser importante, así que fuerzas del “estado profundo” llegaron a hacer un golpe de estado contra Erdogan en el pasado julio. Fue la movilización masiva en las calles de las grandes ciudades la que paró los tanques y a los militares que se querían convertir en dictadores. En nuestro boletín aquellos días escribíamos: “Lo que no calcularon bien los golpistas fue la reacción masiva a su intento. Esta resistencia cambió el equilibrio de fuerzas y marcó la opinión de los altos militares que no se habían pronunciado en los primeros momentos. Los manifestantes que anduvieron en el puente de Bósforo, sin miedo a las balas ni a los tanques que lo habían ocupado, fueron los que mostraron con su sangre que si los golpistas hubieran insistido, habrían encontrado una resistencia sin precedente, que podría haber llegado al borde de una guerra Civil".
Así que Erdogan, que casi se había escondido, hizo un llamamiento al pueblo para que saliera a la calle (utilizando las redes sociales). Pero la resistencia al golpe de estado no vino solo del estrecho núcleo de seguidores acérrimos de Erdogan y del aparato de su partido, AKP, a los que algunos “analistas” se atreven a llamar “chusma islamista”. Erol Onderoglu, portavoz de Periodistas sin Fronteras, que está perseguido por el gobierno de Erdogan por hacer “propaganda terrorista” al apoyar un periódico pro-Kurdo, dijo a The Guardian: “La resistencia al intento de golpe de estado anoche fue especialmente heterogénea. El resultado más útil de estos acontecimientos es que mucha gente que no apoya a AKP apoyó los valores democráticos a pesar de la represión gubernamental reciente.” Un profesor de Universidad comentó en el mismo periódico: “Esta gente no apoya a Erdogan pero están contra la idea de un golpe de estado militar. Turquía tiene una historia de intervenciones militares, que han sido muy dolorosas y traumáticas, y por eso no me sorprendí cuando vi una oposición tan unida a este intento”.
La represión por parte de Erdogan sigue pero el pueblo turco ha dado una gran lección de como se pueden parar los “levantamientos militares”.
Los trabajadores de Corea del Sur nos han enseñado como echar a una presidenta corrupta, hija de un dictador, con manifestaciones de millones cada sábado durante casi dos meses. En 9 de diciembre el parlamento decidió mandar al juzgado a la presidenta Park Geun-hye. La victoria en el parlamento fue un resultado claro de la acción en las calles. Para que fuera imputada Park se necesitaba una mayoría de dos tercios, pero su propio partido controla 43% de los escaños. Esto significa que por lo menos uno de cada dos de sus diputados votó para imputarla, frente al miedo de lo que significaría la continuación y extensión del movimiento. El ímpetu de la lucha era tan grande que casi un millón y medio de personas salieron a la calle para festejar la victoria. 800000 participaron en la manifestación en Seúl, con la temperatura bajo cero.
Cuando salió Park, hace cuatro años, había causado “depresión” a los activistas. El padre de Park era el dictador que gobernó Corea del Sur desde el golpe de estado de 1961 hasta su asesinato en 1979, durante 18 años. Sólo después de la revuelta de 1987 se puso fin a las conexiones directas entre el estado surcoreano y la dictadura de Park. Así que cuando ganó el poder en 2012, el mensaje que mandaba el sistema político coreano era que la hija del dictador está de vuelta, legitimada a través de las elecciones. La nueva presidenta aclaró muy rápido que iba a enfrentarse con los movimientos utilizando más represión. Pero, lo que consiguió al final fue provocar el movimiento más grande, por lo menos después de 1987, y una crisis interna en el partido gobernante.
Los límites de los gobiernos del cambio en América Latina se pusieron en evidencia durante el 2016. Se terminó la ilusión de que se puede tener contentos tanto a los capitalistas como la clase trabajadora durante una crisis mundial. Esto implica nuevos retos para organizar en contra de la derecha que quiere aprovecharse de la situación.
En Brasil, la escoria más corrupta, agrupada alrededor de Temer, dio un golpe de estado “suave” para echar a Dilma Rousseff. Ahora ostentan un gobierno homófobo, machista, fanático “cristiano” que, estando integrado por los primeros en la lista de los que robaban el dinero durante el gobierno del Partido de los Trabajadores, pretenden presentarse como un gobierno anti-corrupción. No pueden convencer a nadie y la lucha bajo el eslogan “Fora Temer” continúa.
El balance del año 2016, un año marcado por la crisis económica, la inestabilidad política y la cada vez más clara evidencia de que el capitalismo no funciona para la gente trabajadora, abre un 2017 lleno de oportunidades. Está en nuestras manos aprovecharlas para darle un vuelco a los poderes que nos oprimen y al sistema que los sustenta.

Marta Castillo

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