Seguramente no conoces de nada mi nombre. Soy una de
tantas mujeres. Y hoy, más que nunca, lo digo con orgullo. Una de tantas que
organizamos y secundamos la huelga y nos manifestamos en todo el mundo el
pasado 8 de marzo. Eso sí, en primera línea. Ese día todas nosotras estuvimos
en primera línea.
Sí, soy una de tantas mujeres. Y esa es mi grandeza. Ni
más ni menos. Así es como se sienten hoy muchas mujeres en el Estado español,
donde arrastramos a las calles a cerca de 6 millones de personas. La justicia y
universalidad de nuestras reivindicaciones, las luchas laborales lideradas por
mujeres en los últimos tiempos y sus victorias, y nuestra fuerza y tesón
organizando la huelga a través de asambleas semanales en muchos lugares del
Estado han hecho que este año el Día de la Mujer Trabajadora se haya convertido
en un hecho histórico, desbordando al Gobierno y partidos políticos afines y,
muy importante, a las burocracias sindicales. El PP pasó de las declaraciones
de Rajoy algo más de un mes antes del 8M en las que decía que la brecha
salarial entre hombres y mujeres era un tema en el que no había que meterse, a
verse obligado a rectificar, para después calificar la huelga de insolidaria,
elitista, y a la búsqueda de enfrentamiento entre hombres y mujeres,
argumentando que no comparten las críticas al Pacto de Estado contra la Violencia de Género ni al
capitalismo, que “pretenden romper nuestro modelo de sociedad occidental”. Por
su parte, Ciudadanos, a través de Inés Arrimadas, su candidata al Parlament
catalán en las recientes elecciones, afirmó no apoyar la huelga porque no se
trataba de una convocatoria feminista sino anticapitalista. Unos y otros,
cuando vieron el clamor popular y que el éxito de la huelga era imparable, se
colocaron el lazo feminista en las solapas y acudieron a algunos de los actos
del 8M. Pues bien, el anticapitalismo ha ganado esta batalla. Y se la ha ganado
también a las burocracias sindicales. Cuántas veces nos hemos planteado, desde
la izquierda radical y los movimientos sociales, cuál sería la mejor manera de
convocar una huelga general por cuenta propia, sin tener que depender de que
los sindicatos mayoritarios -UGT y CCOO- tomaran la iniciativa. Otras veces no
nos hemos visto capaces, o lo hemos hecho tímidamente, y en general el camino
pasaba por tratar de forzar a UGT y CCOO a través de la movilización. Esta vez
ha sido distinto. Las mujeres no hemos esperado, hemos dado un paso adelante
con valentía y sin complejos. Y hemos contado con el apoyo de sindicatos
minoritarios como CGT. Sin duda, el impulso y respaldo internacional han sido
clave para ello. Partiendo de ahí, el hecho de que en el Estado español el
seguimiento haya sido uno de los mayores, un gran éxito, se ha debido a varios
factores. Por una parte, a que ya habíamos logrado colocar el debate feminista
encima de la mesa hace tiempo, cuando las movilizaciones contra el proyecto de
ley contra el aborto mandaron a su casa a Ruiz Gallardón, entonces Ministro de
Justicia; y el debate se plasmaba a través de múltiples frentes como el de la
brecha salarial entre hombres y mujeres, las escandalosas cifras de asesinatos
por violencia de género (con concentraciones continuas por todo el Estado cada
vez que se producía uno de ellos), agresiones machistas como los mediáticos
casos de la violación múltiple a una mujer en los San Fermines de Pamplona o la
violación y asesinato de Diana Quer. Esto había creado una conciencia, rabia y
tejido de movilización feminista. Por otro lado, la estela de movilizaciones
desde el 15M de 2012, cuando las calles se inundaron de Indignados, ha mostrado
el camino y hecho madurar al movimiento. Y entre ellas, han sido numerosas las
luchas laborales en las que las mujeres han tenido un papel protagonista en los
últimos años, como numerosas han sido sus victorias: las “Kellys”, las
“espartanas” de Coca-Cola en lucha, las trabajadoras de Inditex en Pontevedra,
las de las residencias de dependientes en Bizkaia, las profesoras interinas de
Madrid, … nos han demostrado una vez más que sí se puede, y que el camino es la
lucha. Porque la lucha feminista no es una lucha independiente y desligada de
otras que abren brecha en el sistema capitalista. Fue la huelga de las
trabajadoras de la fábrica de Cotton de Nueva York en 1908 la que inspiró este
día, y la que dio alas a otras mujeres a declararse en huelga, como las 20.000
camiseras que se levantaron en esa misma ciudad meses después. Y este año, con
el éxito de la convocatoria de huelga, hemos recuperado ese espíritu, el de
todas ellas, el de Clara Zetkin, propulsora de este día. Y, como entonces,
nuestra huelga ha inspirado y dado fuerza a otras movilizaciones, después de
que el Gobierno pretendiera haber acallado al movimiento y tener un supuesto
control de la situación tras el vapuleo sufrido por la lucha por la
independencia de Cataluña, que aún tiene mucho que decir. La mecha estaba
colocada, y la llama morada ha vuelto a prenderla. Las profesoras y profesores
interinas en Andalucía, cuya contienda es un ejemplo de lucha, se sienten sin
duda más fuertes en la huelga que están secundando en estos días, con
movilizaciones en diversas ciudades. Por su parte, los pensionistas llevan
muchos meses organizándose para exigir unas pensiones dignas, y en el último
mes han convocado diversas manifestaciones con un seguimiento espectacular, la
última el pasado sábado. CCOO y UGT se han subido al carro recientemente al ver
el éxito de estas convocatorias. Las tornas están cambiando. No han
transcurrido ni dos semanas desde este histórico 8 de marzo, lo que aún nos
hace difícil tomar perspectiva, pero sin duda hay un antes y un después. Los
corazones y los puños están teñidos de morado y las calles de nuevo inundadas
de personas que tienen la certeza de que la lucha sirve, mientras el Gobierno
sufre otra sacudida y las burocracias sindicales no salen de su estado de
shock.
Artículo escrito por Marta Castillo, militante de Colectivo Acción Anticapitalista, para la publicación de la organización suiza Solidarités.
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