viernes, 3 de febrero de 2017

Trump: divisiones y reorientación de la clase dirigente en Estados Unidos




La llegada al gobierno de los Estados Unidos (EE.UU.) de Donald Trump es producto de la profunda crisis que atraviesa el sistema capitalista. El crecimiento económico de las grandes potencias está estancado, varias “potencias emergentes” están en recesión, y no son pocos los economistas que vaticinan una nueva recesión en los próximos 5 años, aún mayor que la acontecida desde 2008; en relación, por ejemplo, con la explosión de la gran burbuja inmobiliaria que se está inflando en estos momentos en China.
Los capitalistas no están siendo capaces de reflotar su tasa de beneficios, de manera que las inversiones productivas no acaban de arrancar e ingentes cantidades de capital se dirigen a la especulación en los mercados bursátiles y a productos como la vivienda. En este escenario de estancamiento económico al que se suma un escenario de carestía de recursos naturales (como los energéticos), la lucha de los capitalistas por los escasos beneficios (en términos relativos) de las pocas inversiones productivas, y por el control de zonas geoestratégicas y extractivas, está servida.
Las clases dirigentes internacionales se reorientan en respuesta a esta crisis sistémica para, una vez más, maximizar sus beneficios. Y lo hacen también, más allá de las políticas empresariales de sus transnacionales, a través de la acción de los estados y gobiernos a su servicio. En este proceso de lucha por unos beneficios y unos recursos naturales en crisis, las clases dirigentes se enfrentan a nivel internacional. Esto se refleja en tensiones comerciales y guerras imperialistas. Además, el 1% de los más ricos también se enfrentan entre ellos a nivel estatal, luchando por el control de los gobiernos de turno para que defiendan sus intereses frente a los de otros sectores de la burguesía.
El gobierno de Trump es un reflejo de ambas tensiones (intra- e inter-estatales) en el seno de las  burguesías dirigentes, corruptas por naturaleza. Además, la presidencia de Trump es también una expresión popular masiva, manipulada desde arriba y reaccionaria, frente al empobrecimiento, producto de la crisis, de millones de personas de la clase trabajadora estadounidense.
Por un lado, los grandes empresarios de transnacionales norteamericanas mineras, petroleras, eléctricas, sanitarias, etc. han ganado la batalla con la elección presidencial de Trump a otros sectores como el de las energías renovables, las empresas de gestión ambiental o las fabricantes de automóviles. Este giro de apoyo empresarial respecto las políticas de la administración Obama podría descolgar a EE.UU. de avances tecnológicos claves en el futuro, por ejemplo, en un horizonte de carestía energética. Sin embargo, incluso algunos de los sectores empresariales teóricamente perjudicados por Trump en un primer momento, podrían salir favorecidos a medio plazo.
El gobierno de Trump supondrá una gran inyección de capital para los grandes capitalistas, por ejemplo, mediante otro giro de tuerca en las rebajas de impuestos a las mayores fortunas y  grandes empresas (algo que no es nuevo en EE.UU.). Igualmente, la administración Trump seguirá la estela de sus predecesores en el apoyo a la industria armamentística, un sector clave para revitalizar la economía cuando el consumo está en horas bajas. Aquí se enmarcan el impulso de la carrera de armas nucleares, el apoyo reforzado al sionismo de Israel y el más que previsible lanzamiento de diferentes conflictos bélicos.
Por otro lado, la administración Trump parece querer enfrentarse frontalmente a su mayor rival económico: China. El giro hacia un acercamiento hacia la Rusia homófoba, machista e imperialista de Putin podría interpretarse en este sentido como un intento de aislar a China. África y Sudamérica, donde las empresas chinas vienen expandiéndose con fuerza en los últimos años, aparecen como campos claves en la batalla imperialista internacional. En todo caso, hay que tener en cuenta la interdependencia actual de las economías chinas y estadounidense, debido a las exportaciones de China a EE.UU. y la posesión por parte de China de una parte importante de los títulos de la inmensa deuda de EE.UU. Interdependencia que, por ahora, modula el enfrentamiento entre ambas potencias.
La supuesta acción de Trump contra la globalización económica neoliberal, con acciones como sacar a EE.UU. del Tratado de Comercio Transpacífico el segundo día de su mandato, realmente no representa un rechazo a la totalidad del neoliberalismo. La clase dirigente de EE.UU. intenta quedarse con lo que le favorece del neoliberalismo (ej. extracción de recursos naturales a bajo precio y apertura de mercados en territorios exteriores) al tiempo que rechaza lo que no le conviene actualmente (ej. las empresas transnacionales no produzcan en su territorio). De esta manera, Trump intentaría impulsar la economía de EE.UU. favoreciendo el consumo interno al mismo tiempo que contentaría a la clase trabajadora empobrecida por la crisis. Una clase trabajadora a la que también intenta dividir mediante racismo, machismo, xenofobia, islamofobia y homofobia. “Divide y vencerás”. De esta manera, la administración Trump, al aumentar la oferta de empleo, podría auspiciar que los salarios subieran en EE.UU. para revitalizar el consumo interno hasta un punto y, a la vez, estaría poniendo los cimientos para debilitar y atacar a la clase trabajadora organizada, dividiéndola para favorecer su explotación como mano de obra barata.
Desde la clase trabajadora internacional tenemos que enfrentarnos a Trump desde el primer momento, como hemos hecho con manifestaciones masivas a nivel internacional desde el día de su toma de posesión. Tenemos que aprovechar las divisiones de las burguesías dirigentes y seguir oponiéndonos a las guerras imperialistas, a la escala armamentística [¡Fuera las bases militares de Andalucía!], al neoliberalismo [Salida del Euro y la UE], y a la explotación de nuestra clase y nuestro entorno natural. De estas luchas están naciendo ya las alternativas para un mundo con justicia socio-ambiental sin Trump y sin capitalismo.

Jesús M. Castillo – Colectivo Acción Anticapitalista

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