La convulsa situación política en
el Estado español está marcada por la persistencia de la crisis económica
capitalista a nivel mundial, cuyos primeros síntomas se manifestaron en el
verano de 2007, y que ya se conoce como la ‘Segunda Gran Recesión’. El escándalo
de las hipotecas subprime en EEUU,
que hizo caer al banco Lehman Brothers, puso de manifiesto los delitos de los
bancos y la falta de una regulación económica adecuada.
Pero esta crisis no es solo una
cuestión financiera como evidencian la caída de los precios de las materias
primas, por la falta de demanda, y el débil crecimiento macroeconómico, a pesar
de que tanto el Banco Central Europeo como la Reserva Federal en EEUU mantienen
tipos de interés próximos al 0%. La crisis afecta ya también a los países BRICS
(Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) que, por su elevada tasa de
crecimiento, se consideraban motores de la economía mundial.
Los y las trabajadoras somos
quienes más estamos sufriendo, por ahora, esta crisis capitalista debido a los
programas de recortes y austeridad, y al aumento de la tasa de explotación
laboral a lomos de reformas laborales. De hecho, este desastre económico, que
se alarga sin saber cuándo acabará o si acabará, tiene su reflejo en luchas
sociales, inestabilidad política e inestabilidad en algunos de los grandes
países productores de petróleo (Ej. Venezuela) y de otras materias primas.
En el Estado Español la crisis se
ha agravado por el estallido de la burbuja inmobiliaria propiciada por la
criminal actuación de los bancos y las grandes constructoras, con la
connivencia de los políticos corruptos. Durante muchos años los tasadores de
los bancos han valorado sistemáticamente por encima del valor real de las
viviendas, provocando un endeudamiento de las familias que era una estafa.
Además, se trataba de una actividad especulativa que favorecía la corrupción.
Puesto que el ‘sector del ladrillo’ representaba un pilar fundamental de la
economía, su hundimiento fue una catástrofe gigantesca que seguimos pagando: en
un estado con elevado paro estructural, nunca inferior al 8%, el desempleo se
disparó hasta el 26%, el número de desahucios aumentó de forma dramática, y con
él los suicidios, mientras aumentaba la pobreza.
Los capitalistas locales, con
ayuda de los europeos, han gestionado el desastre económico para que las
consecuencias las suframos las y los trabajadores. Para ello llevaron a cabo un
rescate multimillonario de los bancos con dinero público; bancos que con su
actuación estaban en el origen del problema y a los que el gobierno regaló
miles de millones de euros. Además, el gobierno creó el “banco malo”, para
descargar a los supuestos ‘bancos buenos’ de activos desvalorizados (tóxicos),
al tiempo que no se permitía que se desinflara del todo la burbuja, promoviendo
que continuara la especulación. Este rescate bancario ha tenido como
consecuencia que la deuda pública ascienda a más de un billón de euros,
superando el 100% del PIB, lo que la convierte en impagable. Algo que resulta
tan evidente que, para tranquilizar a los acreedores, los partidos del Régimen
del 78 modificaron la Constitución con nocturnidad y alevosía para priorizar el
pago de la deuda a los especuladores por encima de todo, incluyendo el
mantenimiento de los servicios públicos más básicos.
La propaganda gubernamental repite
continuamente en los medios de comunicación que gracias a su actuación se está
saliendo de la crisis y su argumento favorito es que estamos creciendo más que
otros países europeos. Lo que no dice es que en los demás países la caída del
PIB no fue tan acentuada y que aquí se está comparando con una referencia que
refleja el hundimiento, es decir, lo que se crece intenta recuperar lo perdido.
Pero hay otra magnitud económica
que refleja mucho mejor el estado de la economía española: a pesar de la
política expansiva del Banco Central Europeo el Estado español se encuentra en
deflación, los precios bajan ya durante doce meses por falta de consumo. Es
evidente que no cabe esperar otra cosa cuando más del 20% de las y los
trabajadores están parados, cuando las familias y muchas empresas no pueden
hacer frente a sus deudas, y los salarios son tan bajos que ni trabajando se
sale de la pobreza. Para salir de la deflación es necesario aumentar la masa
salarial y aumentar la inversión pública, todo lo contrario de lo que han
decidido el PP y el PSOE priorizando el pago de la deuda.
Hay otro indicador que evidencia
también la situación de la economía y la forma en que la afrontar el gobierno
del PP: la evolución del Fondo de Reserva de las Pensiones, la llamada “hucha
de las pensiones”. La ley preveía que este fondo se utilizara exclusivamente
para pensiones y establecía un tope de gasto anual del mismo. El gobierno de
Rajoy cambió, por decreto, esta ley y en poco tiempo ha reducido el Fondo de
los más de 70.000 millones que había en 2015 a poco más de la tercera parte.
Diversas publicaciones sobre economía han denunciado que este Fondo se estaba
utilizando para comprar deuda pública, desviando así estos recursos a fines
distintos a los que estaba destinado. La escasa contestación de los sindicatos
CCOO y UGT, presentes en los Pactos de Toledo, origen de esta ley, es prueba de
lo lejos que están las burocracias sindicales de ayudar a los trabajadores y
trabajadoras a los que se supone que deberían servir. Esta situación refleja
también la caída en los ingresos de la Seguridad Social. En un momento en que
el capital ve reducida su tasa de ganancia, los esfuerzos de los últimos
gobiernos del PSOE y del PP se han centrado en reformas laborales para aumentar
las plusvalías o, dicho de otro modo, para aumentar la explotación de la clase
obrera. Los salarios de miseria, los contratos a tiempo parcial fraudulentos y
las bonificaciones a empresarios son las causas principales de los bajos
ingresos de la Seguridad Social.
La clase obrera estamos también
sufriendo el deterioro de la Sanidad y Educación Públicas por los recortes y la
privatización progresiva, siguiendo el PPSOE las instrucciones de la Comisión
Europea.
En este marco de deflación y
sufrimiento del pueblo, el gobierno del PP ha optado por un aumento en los
gastos militares, en gran parte con subterfugios que ocultan el verdadero
destino del dinero. Siguiendo aquellos momentos históricos del cambio de Felipe
González cuando nos metió en la OTAN y de la agresión de Aznar a Irak, no solo
damos cobertura con las bases militares de Rota y Morón (Andalucía) al
imperialismo norteamericano, sino que, además, participamos activamente sobre
el terreno, como han mostrado las recientes muertes de soldados españoles en
Irak y Afganistán. Con estas intervenciones, el Estado español es parte del
origen de las guerras imperialistas y del problema de millones de personas
refugiadas a las que, al mismo tiempo, se niega a acoger.
Con esta gestión económica que
castiga a las y los asalariados, autónomos y pequeños empresarios, y con el
recorte de libertades (véase la “Ley
Mordaza”) y de los Servicios
Públicos, no es de extrañar que en nacionalidades históricas como Catalunya y
Euskal Herria hayan incrementado los deseos de independencia. Si la burguesía
catalana ha practicado el chalaneo con el gobierno central desde la Transición,
ahora hay un movimiento independentista de clase que reivindica decidir sobre
su destino y que no lo hagan en Madrid o Bruselas.
También es importante señalar que
la situación de inestabilidad económica y social se refleja en la actual
coyuntura política. El PP dice haber ganado las elecciones, pero solo lo han
votado tres de cada diez votantes; desde 2004 ha perdido dos millones y medio
de votos. Además, el PSOE ha perdido desde esa fecha casi cinco millones y
medio. La rebelión del 15 M contra la casta política del bipartidismo se ha
reflejado en las urnas y a nivel parlamentario se traduce en que el
bipartidismo se ha convertido en tetrapartidismo. Esta situación no significa
necesariamente una mejora para los de abajo si en el parlamento no está
representada su voz enfrentando las directrices de la UE contra las y los
trabajadores y a favor de las multinacionales con tratados como el TTIP. Si los
representantes institucionales quieren apoyar realmente a la gente trabajadora
deben impulsar con todas sus fuerzas y medios las luchas sociales, exigir a los
bancos el pago de la deuda que han generado con su especulación, luchar para
acabar con las últimas dos reformas laborales que han traído más explotación, y
derogar todas las leyes represivas.
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