La
crisis en el PSOE es el episodio más importante hasta ahora dentro del marco de
“terra incognita” que estalló el pasado 20 de diciembre. Poe de manifiesto que
no tenían razón quienes justo después de las elecciones de junio se
precipitaron a decir que el sistema político se había estabilizado y que la
caída del bipartidismo ya se había frenado. No pasaron ni tres meses hasta que
el PSOE se convirtió en un enorme ring de boxeo.
La
“dirección en la sombra” del PSOE -extendiéndose desde Susana Díaz y Felipe
González hasta los editores de El País- se asustó frente a la modesta apertura
hacia las bases del partido que intentó Sánchez, y no perdió tiempo para
mandarlo a casa. Pero, qué miedo tuvieron que tener para hacerlo todo tan
rápido y tan desastroso.
Prefieren
cuatro años más con Rajoy para asegurar el capitalismo español al que el PSOE
es fiable y fiel, un partido que pone las necesidades del sistema por encima de
lo que quieren sus bases y sus votantes. Lleva años el debate sobre si la consigna
“PSOE, PP, la misma mierda es” es correcta o no. Mientras la dirección del PSOE
ha estado haciendo esfuerzos por convencer contra este tipo de “populismo”,
ahora, lo único que le falta a la nueva gestora es poner los iniciales PPSOE en
la Calle Ferraz.
Todo
esto no convierte a Pedro Sánchez en ningún héroe. A fin de cuentas, según la
mentalidad de los barones de la gestora, eran ellos mismos los que habían elevado
a Pedro Sánchez ahí donde estaba, y ellos decidieron mandarlo de vuelta por
donde vino. Si los “rebeldes” de la gestora demostraron su falta de escrúpulos,
por su parte el bando de Pedro Sánchez demostró su incapacidad total de enfrentarse
lo más mínimo con el aparato.
Los
trabajadores y trabajadoras que siguen militando en el PSOE pensando que la
base puede imponerse sobre el aparato tienen que sacar conclusiones de lo que
pasó. Si Pedro Sánchez, siendo el secretario general mismo, no puede tocar el mecanismo
profundo de este partido, nadie puede hacerlo.
Tenemos
que ver la crisis del PSOE en la perspectiva de la crisis de la
socialdemocracia a nivel europeo. “Pasokización” es un concepto que ha entrado
en el vocabulario castellano para definir el fenómeno por el cual un partido
como Pasok, que estaba acostumbrado a tener siempre más de 40% en las
elecciones durante los últimos 30 años, alcanzó el 4,7% en 2015. Pero no es
sólo Pasok. Hollande en Francia es el presidente más odiado en la historia de
la Quinta República y los sondeos dicen que las próximas elecciones se van
jugar entre la derecha y los fascistas. El SPD en Alemania ha elegido la peor
manera para sobrevivir: el abrazo acogedor de Angela Merkel y de su gobierno.
El Partido Laborista en el Reino Unido acaba de salir de una pelea interna que
empezó con una “revuelta” del ala derecha del partido contra Jeremy Corbyn y
llegó a niveles de enfrentamiento mucho más violentos que lo acontecido en
Calle Ferraz.
No es
una crisis nueva, se está desarrollando a ritmo más lento desde finales de los
años 90. Entonces, la subida de Blair en Inglaterra, Simitis en Grecia,
Schröder en Alemania, y la moda de la llamada “tercera vía”, hizo pensar a los
partidos socialdemócratas que podrían superar el desencanto de sus votantes de
una manera que suponía una deriva abierta hacia la derecha. Los partidos socialdemócratas
aceptaron abiertamente todas las “verdades” del neoliberalismo: la superioridad
de los mercados, los beneficios de las privatizaciones, la categorización de
los sindicatos como fuerzas “retrógradas”, etc. La teorización de esta deriva
pretendía que la socialdemocracia necesitaba más “transversalidad”: la clase
trabajadora supuestamente pertenecía al pasado y si la centro-izquierda quería
encontrar una nueva base social, tendría que mirar hacia los sectores
“dinámicos” de la sociedad, los que ven su futuro en los riesgos de los mercados
y no en la seguridad de los servicios sociales.
El
resultado de este camino fue lo contrario de lo esperado: profundización de la
brecha entre las bases de estos partidos y su política oficial y debilitación
electoral. Así que, cuando vino la crisis de 2007-8, los partidos
socialdemócratas estaban poco preparados para pasar a través de la tormenta. El
PSOE no ha sido ninguna excepción. De los 11 millones de votos en 2008 cayó a
los 7 millones en 2012, a los 5,5 millones en 2015, y de este récord negativo
consiguió perder más votos en 2016. En las Elecciones Europeas de 2014 obtuvo
3,6 millones de votos, casi la mitad de los que había conseguido en 2009.
En
toda Europa, la socialdemocracia ha resultado ser mucho más vulnerable a la
crisis que los partidos de derecha. El porqué se encuentra en el carácter
social de los partidos tipo PSOE. Son partidos burgueses en su política, pero
obreros en su base. Su esencia es el reformismo. Reformismo no significa “hacer
reformas”. Significa la falsa ilusión de que con un partido “obrero” en el
gobierno, el capitalismo puede cambiar y obtener una “cara humana”. Mientras
las cosas están tranquilas, los partidos de este tipo pueden convencer de que
el equilibrio entre las clases sociales más opuestas -la clase trabajadora y
los capitalistas- funciona.
Pero
cuando la tranquilidad termina, se pueden romper en mil pedazos. La
“transversalidad” puede parecer buena para agrupar votos en las elecciones,
pero llegan momentos en los que hay que elegir. Y la historia del PSOE ha
demostrado claramente que, en esos momentos, la opinión y los intereses de los
terratenientes, de los capitalistas y de los banqueros cuenta mucho más que la
opinión de los obreros, las obreras, los pobres y los jornaleros. Ya en otra
ocasión el PSOE pasó a manos de una gestora: en 1979 Felipe González dimitió,
chantajeando, para imponer su “redefinición ideológica” y distanciar al partido
de sus referencias marxistas. A la entrada en el gobierno en 1982, el PSOE
quería buscar un equilibro entre las expectativas de sus bases y las presiones
de los capitalistas que estaban viviendo los efectos de las llamadas “crisis
petroleras”. La dirección del partido no dudó ni por un momento quién saldría ganando
en este “equilibrio”. Las políticas de “ajuste” que habían introducido los
Pactos de la Moncloa y se habían parado en los últimos años de los 70, fueron
retomadas más seriamente en 1982 por el gobierno de González, consiguiendo la entrada
en la Comunidad Europea, lo que hoy se llama UE. El engaño del referéndum de
1986 sobre la permanencia de España en la OTAN fue el culmen de un proceso de
desencanto más generalizado. De esta manera, el PSOE se convirtió en uno de los
dos pilares políticos del capitalismo español.
Cuando
González dice hoy “Nunca hemos
tenido peor resultado en el País Vasco, a pesar de las cosas que hicimos...
bla, bla, bla...", expresa lo que querrían seguir haciendo no solo en
Euskadi sino a todos los trabajadores y trabajadoras en el Estado español,
machacarnos y que sigamos votándolos.
Esta
era ya se ha acabado, y de ahí viene su pánico. La crisis del PSOE forma parte
de la crisis del Régimen del 78 en general. Por eso, el PP no tiene muchas
razones para celebrar: cuando un pilar en un edificio se pudre y se cae es una
mala noticia para los demás pilares.
La
pregunta es qué hace la izquierda en esta situación. Lo primero que no tenemos
que hacer es infraestimar la situación. La pelea interna en el PSOE se expresa
como una lucha entre aparatos, pero no tenemos que quedarnos en la superficie.
Son las luchas de los últimos años las que han desestabilizado al PSOE, es la
concienciación a través de las experiencias lo que ha hecho que no funcione lo
de siempre.
Un
segundo error sería despreciar a las bases y votantes del PSOE. Las direcciones
del PSOE y del PP son “la misma mierda”, pero las bases de los dos partidos no
son las mismas. Hay centenas de miles de personas que pensaban que el PSOE era
la única alternativa a la derecha. Hay gente que lucha en los sindicatos, en
los barrios, personas con experiencia en organizar. La izquierda tiene que
tener las puertas abiertas a quienes se sienten asqueados por las manipulaciones
de Felipe González y su gente.
Pero no ser sectarios significa también no ver a las bases del PSOE como votantes, y como posible clientela electoral. La dirección de Podemos, viendo la situación sólo como una oportunidad electoral, es incapaz de intervenir en el debate ideológico real. Se posiciona como otro PSOE, más limpio y más sincero, quizás, pero lo que se está desmantelando en este momento es mucho más profundo: es la estrategia de la socialdemocracia en toda Europa. Hasta hace poco, Podemos andaba buscando un gobierno con PSOE. A día de hoy, planteémonos ¿Bajo qué tipo de presiones y chantajes estaría este gobierno, con la cúpula de quienes hoy forman la “gestora” en la sombra? IU incluso formó gobierno con Susana Díaz misma en Andalucía. Y gobiernos similares -con apoyo de Podemos, IU y PSOE-, siguen existiendo en comunidades autónomas y ayuntamientos en todo el país. Esto no ayuda nada a la credibilidad de la izquierda.
Tenemos
que salir delante de forma clara para contestar a las cuestiones reales que
surgen a través de esta crisis. Decir abiertamente que es el capitalismo el que
está en crisis y que es un sistema que no se puede arreglar. Explicar que las
luchas son la única manera de impedir que cualquier gobierno pueda imponer el
programa de los capitalistas y de la Troika. Los momentos en los que lo que era
más estable en este sistema deja de serlo, son la hora de la izquierda que está
contra el sistema. Es la hora del anticapitalismo.
Nikos
Lountos
No es la primera vez
que el PSOE hace un giro a la derecha y traiciona a much@s de sus electores. Ya
lo hizo al cambiar su discurso sobre la entrada de España a la OTAN.
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