domingo, 16 de octubre de 2016

Elecciones en Estados Unidos un callejón sin salida para la gente trabajadora



El martes 8 de noviembre serán las 58as elecciones presidenciales en Estados Unidos. La victoria se jugará, como ocurre siempre, entre las candidaturas demócrata (Hillary Clinton) y republicana (Donald Trump). Elegir entre estas dos candidaturas es elegir entre lo malo y lo peor para los intereses de la gente trabajadora en Estados Unidos (EE.UU.) e, incluso, más allá de sus fronteras. De hecho, mucha gente se plantea que deberían tener derecho a votar en estas elecciones todas las personas afectadas a nivel internacional por el imperialismo de EE.UU., que no para de expandir mercados, extraer materias primas, sembrar bases militares e impulsar guerras por todo el planeta.

Donald J. Trump es multimillonario por herencia; aumentó su fortuna en negocios relacionados con la construcción, los grandes hoteles, la especulación financiera y los casinos. Se trata de un personaje polémico, famoso por sus relaciones con grandes empresarios próximos a mafias internacionales y con grupos ultraderechistas. Trump sorprendió al ganar las primarias del Partido Republicano a otros candidatos también ultraconservadores, pero que seguían la línea oficial del Partido Republicano. Utiliza un discurso populista, neoliberal, machista, racista y xenófobo, trufado de supuestas críticas al establishment financiero y político (del que él forma parte). Así, la campaña de Trump intenta ganarse las simpatías de la población blanca empobrecida en los últimos años de crisis económica. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), la clase media en EE.UU. se ha reducido a los niveles de los años 30 en los últimos tiempos, uno de cada siete americanos vive en condiciones de pobreza y el 40% de las personas pobres está trabajando, mientras que los millonarios lo son cada día más. Esta desigualdad social es el caldo de cultivo donde se mueven Trump y su racismo contra la población hispana y afroamericana, a quienes culpa de la criminalidad y el desempleo. Una estrategia muy antigua de la clase dirigente: dividir a las clases populares y enfrentarlas entre ellas para que no miren hacia arriba, hacia los verdaderos causantes de la crisis.

Por otro lado, Hillary D. R. Clinton, a la cabeza del Partido Demócrata, es la personificación de la política profesional al servicio de las grandes empresas y del imperialismo norteamericano. Esta cercanía de Clinton con el poder fáctico ha llevado a mucha gente que apoyó al candidato socialdemócrata Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata a anunciar que no votarán por Clinton, a pesar de la amenaza de Trump. Y es que Clinton ha sido desde hace décadas pieza clave en la política estadounidense: primera dama de Arkansas de 1983 a 1992, y de los EE.UU. de 1993 a 2001, senadora de los EE.UU. representando a Nueva York de 2001 a 2009, y secretaria de Estado de 2009 a 2013, durante la intervención militar en la Libia de Gadafi y la expansión de la guerra de Irak de Bush bajo el mandato de Obama. Frente al racismo de Trump, Clinton ha lanzado su campaña con el eslogan ‘Stronger Together’ (Más Fuertes Unidos). Intenta así diferenciar su discurso en aspectos sociales como la defensa de los derechos del colectivo LGTBI, de los diferentes grupos étnicos y de las mujeres. De hecho, favorita en las encuestas, Clinton podría ser la primera mujer presidenta de los EE.UU. Aunque esto no quiere decir nada respecto al avance contra el machismo en EE.UU. Basta con mirar las políticas de otras mujeres en el poder como Merkel en Alemania o Lagarde en el FMI. Sin ir más lejos y estableciendo un paralelismo entre dos colectivos oprimidos, ha sido en los mandatos de Obama, el primer presidente negro de los EE.UU., cuando se han recrudecido los crímenes policiales contra afroamericanos.

Como vemos, se trata de dos candidaturas muy conservadoras que, además, no se diferencian significativamente en la “política reconcentrada”, la economía. Clinton en la Casa Blanca no frenará lo que Trump personifica: el racismo, la xenofobia, la especulación financiera, las guerras imperialistas… Lo hemos visto muchas veces antes con demócratas en el poder. Por ejemplo, Obama prometió en su campaña de 2008 impulsar una política migratoria más social y, en contra de esto, 2 millones de inmigrantes fueron deportados durante sus dos mandatos, más que nunca antes en la historia de EE.UU.


Hay otros candidatos y candidatas presidenciales de formaciones minoritarias, como Jill Stein del Partido Verde (Green Party), una activista ecologista, graduada en Psicología y Medicina, y que trabajó como médica y profesora de Medicina durante décadas, con experiencia desde 2002 como candidata electoral en el estado de Massachusetts, donde fue concejal durante dos legislaturas en la ciudad de Lexington. Pero las candidaturas alternativas carecen de posibilidades de ser elegidas para la presidencia de EE.UU., ya que participan de un sistema electoral corrupto. Un sistema diseñado para que siempre ganen los mismos: la clase dirigente, ya sea bajo el paraguas demócrata o republicano. Así, hay que registrarse previamente para votar, los candidatos raramente cumplen sus promesas electorales, las elecciones se realizan en días laborales, los partidos republicanos y demócratas son muy parecidos en muchos aspectos (por ejemplo, en lo relativo a la economía; demócrata y republicano la misma mierda es, podríamos decir siguiendo el eslogan del 15M), la candidatura que gana en un estado se lleva todos los representantes de dicho estado, los dos grandes partidos reciben, legalmente, financiación multimillonaria de las grandes empresas transnacionales y cuentan con el apoyo de los mayores medios de comunicación, etc. Todo esto hace que el sistema electoral favorezca claramente a los dos grandes partidos, al tiempo que impulsa una abstención que suele estar entre el 40 y el 50%.

Como en muchos otros territorios del planeta, la alternativa a un sistema electoral teledirigido desde las cúpulas del poder capitalista está en las luchas en las calles y los centros de trabajo. Luchas sociales que arrancan reformas progresistas al tiempo que construyen alternativas y poder popular anticapitalista.

A pesar del alto nivel de represión sindical y policial en EE.UU., se han producido luchas sociales muy importantes en los últimos años. Por ejemplo, la ocupación del capitolio de Wisconsin en 2001 en contra de la precarización del empleo público, la exitosa lucha por un salario mínimo de 15$ / hora (especialmente intensa en la hostelería de comida rápida), el movimiento Occupy que conquistó decenas de plazas por todo EE.UU. en el otoño de 2012 por la justicia social y económica y una mayor calidad democrática, etc. Actualmente, por ejemplo, destacan el movimiento contra la violencia policial racista Black Lives Matter y la movilización ecologista de las tribus nativas norteamericanas (apoyadas por activistas ecologistas y anticapitalistas) contra la construcción de un oleoducto inmenso en Dakota del Norte.
Jesús M. Castillo

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