Quienes afirman
que la clase trabajadora ya no existe o que no tiene la capacidad de movilización
e influencia que tenía antes se dan, una y otra vez, de bruces contra una
tozuda realidad que les desmiente. Huelgas como las del sector de recogida de
basuras urbanas muestran que la clase trabajadora sigue teniendo un papel clave
en el funcionamiento del sistema y que cuando para, el sistema para con ella.
De hecho, la clase trabajadora actual es más amplia y está más conectada a
nivel internacional que nunca antes en la historia de la humanidad.
Actualmente,
la clase trabaja-dora está formada por un núcleo de más de 900 millones de
personas, alrededor del cual hay otros 3.500 millones cuyas vidas están sujetas
de forma importante a su misma lógica (quienes dependen del ingreso que
proviene del trabajo asalariado de parientes o de ahorros y pensiones). En la
agricultura, una gran parte de la gente continúa trabajando por cuenta propia;
sin embargo, la mayoría de las trabajadoras y trabaja-dores a nivel mundial, ocupada
en los sectores industrial y de servicios, es asalariada. El argumento de que
la clase trabaja-dora ha desaparecido se basa, normalmente, en lo que está
ocurriendo con la clase obrera industrial en algunos países enriquecidos. La
reestructuración de la economía, a través de sucesivas crisis económicas, ha
causado la desaparición de antiguos rasgos centrales de la escena industrial,
pero esto no justifica que la clase trabajadora haya desaparecido. Por ejemplo,
la cifra de trabajador@s de la industria en Estados Unidos en 1998 era cerca
del 20% mayor que en 1971, casi el 50% más que en 1950 y cerca de tres veces el
nivel de 1890. Es cierto que el empleo industrial ha caído durante las últimas
décadas en países enriquecidos como Gran Bretaña y Francia, pero eso no
representa una desindustrialización del mundo, sino una reestructuración de la
industria.
Frente a esta
reestructuración capitalista, que en muchos casos viene acompañada de una mayor
precariedad laboral, el sindicalismo debe adaptarse de forma flexible,
asamblearia y combativa, ya sea mediante organización directa en centros de
trabajo o territorialmente (por ejemplo, organizando asambleas de plantillas de
hostelería por barrios). Unamuestra muy buena de auto-organización de
plantillas en condiciones precarias fue “la huelga de las escaleras” de
subcontratas de Movistar, que pusieron pie en pared frente a la explotación de
esta multina-cional y sus secuaces.
Y no es solo que la
clase trabajadora exista más que nunca, sino que, además, en ella hay sectores
que tienen una posición especialmente clave en el sistema. Por ejemplo, las
plantillas de recogida de basura, que comentábamos antes, han sido capaces de
frenar gran parte de los recortes que llegaban a su sector porque cuando no
curran las ciudades se inundan de desperdicios. Otro sector clave son los y las
estibadoras, que gestionan el 80% de las importaciones y el 60% de las
exportaciones y que, con una cultura de lucha colectiva, unidad y asamblearismo
combativo han tumbado el real decreto de la precarización de la estiba en el parlamento, evidenciando la debilidad del "gobierno zombi " de Rajoy.
Al contrario que
alguna gente trabajadora, la clase dirigente sí es muy consciente de la
importancia de la clase trabaja-dora y, consecuentemente, intenta debilitarla
continuamente. Prueba de estos ataques son las sucesivas reformas laborales del
PPsoE durante las últimas décadas. Y ahora que el gobierno está débil (sin
mayoría absoluta, con inestabilidad política en el parlamento y temiendo un
repunte de las movilizaciones sociales), los capitalistas canalizan sus
ataques a través de otros aparatos del Estado. Por ejemplo, el Tribunal Supremo
acaba de dictar sentencia ata-cando brutalmente al derecho a huelga, al
permitir que una empresa pueda volver a subcontratar un servicio cuando la
plantilla que lo venía desarrollando esté en huelga. Es decir, esta sentencia
viene a romper el derecho de huelga en los servicios subcontratados, que cada
vez son más. En esta línea de ataques va también la agresión a la estiba con el
objetivo de desarmar a un sector clave y autoorganizado en la defensa de sus
derechos, que sirve de modelo a otras secciones de la clase trabajadora y es
especial-mente importante, por ejemplo, durante las huelgas generales.
Para superar los
ataques de la clase dirigente y de los políticos a su servicio, tenemos que
construir sindicalismo asamblea-rio, solidario y combativo que impulse una
cultura de confían-za en la lucha colectiva. En este camino, debemos llegar a
des-bordar a las burocracias sindica-les, como están haciendo espa-cios de
lucha amplios como las Mareas o las Marchas de la Dignidad. En este sentido, es
clave unir las luchas y que se retroalimenten positivamente unas a otras. Al
mismo tiempo, hay que huir del sectarismo que nos impide golpear junt@s. De
este modo, hay que diferenciar claramente entre las burocracias de CCOO y UGT,
que desmovili-zan y aíslan las luchas, y a las que debemos denunciar y apartar,
de las bases combati-vas de esos sindicatos, con las que tenemos que luchar
juntas desde la diversidad. Además, es importante fijar objetivos claros y que
puedan alcanzarse me-diante la movilización. Por ejemplo, en estos momentos, el
derogar las últimas reformas laborales podría ser nuestro objetivo principal y
no parar hasta conseguirlo: empezando por una gran manifestación en Madrid de
las Marchas de la Dignidad, ya convocada para el 27 de mayo, y que ésta sirva
para impulsar una huelga general que ponga contra las cuerdas al gobierno y al
PPsoE.
A 100 años de la
Revolución Rusa de 1917, hay que luchar y crear poder popular para con-vertir
las reivindicaciones eco-nómicas (por las que la mayoría de la gente empieza a
moverse) en reivindicaciones políticas que transformen nuestras sociedad-des profundamente
y nos lleven a superar el capitalismo. Un ejemplo de esta evolución política en
las reivindicaciones nos lo han dado las y los estibadores en varias zonas del
mundo y diferentes periodos: se negaron, mediante “prohibicio-nes verdes”, a
cargar barcos con uranio en Australia en el marco de la Guerra Fría de los años
70-80 y a descargar en el puerto de Bilbao los componentes dirigidos a la
construcción de la central nuclear de Lemoiz en los años 80. Y cerraron, en
varias ocasiones, los puertos de la Costa Oeste de Estados Unidos contra la
Guerra de Irak.
Nuestro futuro está en las luchas sociales
de la clase trabajadora, gobierne quien gobierne. La historia nos enseña que el
mundo no se cambia en profundidad y en favor de los intereses de la gente de
abajo jugando en el tablero y con las reglas de los burgueses que intentan machacarnos,
desde gobiernos y parlamentos diseñados por el 1% y para el 1%.
Jesús M. Castillo
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