Lean con atención, porque ésta no es la historia del penúltimo contra el último...
El pasado 26 de febrero se emitía en La Sexta el programa de “Salvados” llamado Marca Arabia (1). En él, Jordi Évole entrevistaba a Kichi, alcalde de Cádiz, sobre su apoyo a la venta de 5 barcos de guerra al Estado saudí. A las pocas horas aparecía un artículo suyo en el diario “El País” (2), en el que intentaba profundizar en las justificaciones que había dado a Évole sobre dicho apoyo. Tanto las respuestas dadas al periodista catalán como el artículo son ejemplos muy elocuentes de la lógica característica del reformismo en el que andan anclados los auto-denominados “Ayuntamientos del cambio”. Se limitan a gestionar para la clase trabajadora las miserias del capitalismo sin ir más allá.
En el tiempo dedicado a la entrevista a Kichi, aparecen, al principio, imágenes del vestíbulo del Ayuntamiento de Cádiz. Se puede observar, pues la cámara se fija unos instantes en ella, una bufanda de Palestina colgada sobre un reloj. La lucha del pueblo palestino es apoyada sin fisuras por toda la izquierda. Para entender aún mejor la contradicción inasumible de Kichi: éste habría defendido igualmente la venta de armas al Estado terrorista de Israel, porque “si no lo hacen los gaditanos lo harán otros”, porque “ellos no son responsables de la geopolítica mundial”, porque “su prioridad son los gaditanos, por encima de cualquier otra cosa”, porque “una cosa es ser activista y otra estar en un cargo de responsabilidad política”. En estas justificaciones, que no suenan sino a excusa, ¿dónde queda el internacionalismo, que es un principio básico del socialismo?, ¿dónde la solidaridad con la clase trabajadora yemení que está siendo masacrada por la monarquía absoluta saudí? Parece que su lugar es ocupado por un electoralismo (Kichi responde al final de la entrevista que nadie ganaría las elecciones en Cádiz si se opusiera a estos contratos) vergonzante. Además, al decir que el primer partido en el que milita es Cádiz, pone al mismo nivel a todos los gaditanos sin diferenciación de clase.
La cuestión es que Arabia Saudí no es sólo un país que vulnera sistemáticamente los derechos humanos y está bombardeando Yemen, este Estado ha sido, además, el centro de la reacción contra la primavera árabe. La revolución egipcia fue derrotada gracias al dinero y armas saudíes, y posibilitó la subida al poder de Al-Sisi.
Desde una posición anticapitalista y revolucionaria, de lo que se trata cuando se llega a las instituciones es de enseñar alternativas al sistema y de generar un discurso que sirva para que la clase trabajadora tome conciencia de que la producción depende de ella, nunca puede consistir en adaptarse a “lo que se puede hacer”. Y Kichi es lo que asume. No es verdad que no hay alternativa (además de que este contrato es sólo para 5 años, es decir, pan para hoy y hambre para mañana). En los astilleros no tienen que construirse necesariamente barcos de guerra, pueden construirse muchos tipos de cosas útiles que no sirvan para matar a civiles inocentes de otro país. Ello puede conseguirse sólo si es la clase trabajadora la que toma el control social de la economía, echa a los capitalistas e impone lógica y justicia en la producción. Sólo si la industria farmacéutica está bajo control obrero puede ponerse fin a los precios abusivos de las medicinas; sólo si existe un control de las trabajadoras y trabajadores sobre la producción de alimentos (desde el campo hasta la fábrica) puede haber garantías de que se va a acabar con el hambre y la pobreza, etc. Es esta alternativa la que en todo momento debe mostrarse desde las instituciones. Porque, además, hay ejemplos históricos que confirman que puede lograrse, como en el Chile del 73 o en la Revolución de los Claveles del 74; pero también, incluso, en periodos no revolucionarios: en Grecia, en las huelgas de hace unos años, el personal de los hospitales controlaba la lista de los y las pacientes para que no entraran primero los amigos de los directores de hospital sino la gente con mayor urgencia.
En una parte de su artículo Kichi dice: “Si tengo ánimo para seguir adelante es porque sé que hay una estrategia de rescate para liberarnos de este secuestro”. Se refiere, básicamente, a Podemos; viene a decir que cuando Podemos gobierne en el Estado español, entonces él podrá decidir que los astilleros no construyan para Arabia Saudí. Es un error absoluto, una fantasía, porque el chantaje por parte de los capitalistas seguiría (tenemos el ejemplo dramático de Syriza en Grecia), los capitalistas no se iban a frenar porque al gobierno llegara un partido de izquierdas, los capitalistas controlarían la economía incluso sin controlar totalmente el gobierno. Estas palabras de Kichi ponen de manifiesto su confianza ingenua en las instituciones como instrumento para la transformación social, pero sabemos que es en la propia lucha donde la clase trabajadora adquiere la confianza necesaria para tumbar el capitalismo.
Kichi se sigue considerando anticapitalista y antimilitarista. O lo hace desde la ignorancia, algo que no creemos, o bien sólo puede seguir considerándose como tal desde una posición de lo más hipócrita. Por usar el mismo estilo emotivista que él usa en su artículo: ¿con qué cara podría decirle Kichi a una madre yemení cuya hija ha sido asesinada por una bomba saudí, que él es antimilitarista y está en contra de la guerra, cuando ha apoyado la construcción de unos barcos de guerra cuyo destino es el país que ha matado a su hija?
Las víctimas de la familia real saudí (arriba) y l@s trabajador@s de los astilleros de Cádiz no tienen "intereses contrarios", como asume la izquierda "realista".
Sabemos que Kichi tiene conciencia, y le creemos cuando dice que eso le diferencia del PP, partido cuyos dirigentes, sin ningún problema de conciencia, sirven a los capitalistas aunque ello suponga masacrar a la población de un país, como ya sucedió en Irak. Pero el apoyo a este contrato no es un problema moral, o exclusivamente moral, es una cuestión de coherencia ideológica, de actuar como anticapitalista y revolucionario, y, lamentablemente, Kichi no ha estado a la altura.
Alejandro García
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