En 2017 se cumple un siglo de la Revolución de octubre de 1917 en Rusia. Fueron “Los diez días que estremecieron al mundo”, y se convirtieron en el título del famoso libro escrito por el periodista revolucionario estadounidense John Reed. La frase es absolutamente justificada. El “octubre rojo” estremeció al mundo porque demostró que los obreros, las oprimidas, los “sin nombre”, tienen la fuerza para cambiar radicalmente la sociedad, luchando contra “dioses y demonios”. No se trataba de la primera revolución en la historia. En las primeras décadas del siglo XX, la izquierda de la época (tanto revolucionarios como reformistas) buscaba inspiración y orientación en su actividad estudiando la Gran Revolución Francesa de 1789-1793. No fue casualidad que una de las canciones revolucionarias favoritas fuera “La Marsellesa de los Trabajadores”, con letra socialista escrita sobre la “Marsellesa” más clásica.
La Revolución Francesa fue de verdad “grande” por muchas razones, entre las cuales está el hecho del papel protagonista que tuvieron los estratos pobres en sus batallas. Pero la revolución francesa fue una revolución burguesa: los trabajadores, campesinos y campesinas, los pobres, dieron su sangre, pero los frutos de la batalla los cosechó la clase burguesa.
En Rusia en 1917 las cosas tomaron un camino diferente. En febrero, la revolución empezó en Petrogrado con las trabajadoras de las fábricas textiles y derribó al zarismo, un régimen retrógrado y autoritario que llevaba siglos. Rusia, en pocos días, se convirtió en el país más democrático del mundo, pero la revolución no paró ahí.
El zar se había ido, pero la guerra continuaba. Millones de personas habían perdido sus vidas en la masacre imperialista que había empezado en 1914. La reivindicación de paz era el asunto más caliente. También la lucha de obreras y obreros para conquistar sus derechos y el control de las fábricas y la economía. Los comités de fábricas y los sindicatos estaban dando esta batalla en condiciones de derrumbe económico. Los capitalistas querían utilizar la “mano demacrada del hambre” (según la expresión de un gran industrialista) para estrangular a la revolución. Los obreros habían empezado el asalto y detrás vinieron los campesinos con una ola de revueltas para tomar el control de la tierra. ¿Quién garantizaría “paz, pan y tierra”? La respuesta que daban los bolcheviques, el partido revolucionario de Lenin y Trotsky, era sencilla: los soviets, o sea, los consejos obreros.
El primer soviet apareció en Petrogrado en la primera Revolución Rusa en 1905. En 1917 reaparecieron a escala masiva. Eran una nueva forma de poder, donde los representantes eran directamente revocables, su elección se llevaba a cabo principalmente en los centros de trabajo, y eran “entes de trabajo”, es decir, votaban leyes pero a la vez aplicaban sus propias decisiones.
Los bolcheviques ganaron la mayoría dentro de estos soviets a través de una serie de batallas políticas y principalmente a través de la experiencia de millones de obreros y soldados. En octubre de 1917 los bolcheviques lideraron los soviets para echar al Gobierno Provisional burgués y tomar el poder.
Se trataba de la primera vez en la historia -con la excepción de la Comuna de París, que tuvo corta vida- que la clase obrera no solo hacía una revolución, sino que la ganaba. Un general zarista, Zaleski, escribió (aunque ya era… tarde): “¿Quién podría creerse que el limpiador y el guarda de noche del Palacio de la Justicia iban a convertirse de repente en Fiscal General y el enfermero en director del hospital?”
Realmente, a ojos de las clases dirigentes, el mundo parecía ponerse patas arriba, el “orden natural de las cosas” se anulaba. Pero, a los “de abajo” de todo el mundo, eran exactamente estas noticias las que les daban calor al corazón y ampliaban sus esperanzas. Porque como había escrito Lenin unos años antes, la revolución es “la fiesta de los oprimidos y los explotados” y su victoria fue una fiesta al cuadrado.
El nuevo poder obrero satisfizo con un decreto breve la sed de campesinos y campesinas por la tierra donde trabajaban. No hicieron falta “comités de expertos” y “tecnócratas”. El decreto se basó en las reivindicaciones que llevaba meses expresando el movimiento campesino.
Lo mismo se hizo con el decreto sobre el control obrero. Según un historiador del movimiento obrero de Petrogrado, el decreto “reconocía el derecho de obreros y obreras en todas las empresas industriales de cualquier tamaño a controlar todas las partes de la producción, tener acceso a todos los niveles de la dirección, incluidos los asuntos financieros y, por último, el derecho de los órganos más bajos del control obrero (es decir, los comités de empresa) a obligar a los patrones a que se comprometan a aplicar sus decisiones.” (S. A. Smith, Red Petrograd Revolution in the Factories 1917-18)
En 1917, Lenin en su libro “Estado y Revolución” escribía que poder obrero significa “cualquier cocinera podrá gobernar el estado”. Esta frase, que tanto en aquel momento como hoy se considera por algunos “simplista” y “populista”, se tornó real en los meses que siguieron a la Revolución de octubre. Clase obrera en el poder significa también lucha contra todos los tipos de opresión y discriminación. El “octubre rojo” dio lecciones que iluminan en este aspecto. Las naciones oprimidas ganaron su derecho de autodeterminación hasta la ruptura con el estado ruso. Millones de musulmanes que habían sufrido opresión bajo un régimen donde el zar era también el líder de la Iglesia ortodoxa, ganaron su derecho a autogobernarse en asuntos religiosos y legales.
Todas las leyes que perpetuaban la opresión de la mujer se anularon en un simple trazo. Lo mismo ocurrió con las leyes que organizaban las discriminaciones contra los homosexuales. Pocos años más tarde, tribunales soviéticos se pronunciaban a favor del matrimonio entre parejas del mismo sexo.
“En este momento se está llevando a cabo delante de nuestros ojos una revolución en la vida cotidiana. Cada día esta revolución está ganando espacio y profundidad y por eso estamos viendo entrar en nuestra vida, en la práctica del día a día, la liberación de la mujer”, escribía Alejandra Kollontai en su libro “Liberación económica y sexual de la mujer”.
Alumnos y profesorado juntos decidieron una enseñanza diferente sin competencia, sin exámenes ni exclusiones. En tres años se crearon doce mil colegios nuevos con un millón y medio más de alumnos, y 11 nuevas universidades. Como resultado, el analfabetismo disminuyó impresionantemente y la educación se hizo accesible a millones de obreras y campesinas.
El arte y la ciencia vivieron una creatividad y liberación sin precedentes. El término “Vanguardia Rusa” llegó a simbolizar la búsqueda de nuevos caminos para la gente del arte y de las letras en todo el mundo. No hubo ningún ámbito de acción por la liberación de la humanidad de la explotación, la opresión, las supersticiones y el oscurantismo que no recibiera un empuje por la revolución victoriosa de los obreros en la Rusia de hace cien años.
Después de tantas contrarrevoluciones que han acontecido desde entonces, la revolución de octubre de 1917 sigue siendo la fuente de inspiración para todos y todas las que luchan por cambiar el mundo.
Lenin y los Bolcheviques: apostando por las opciones de la victoria
|
La revolución rusa empezó espontáneamente, en el sentido de que ningún partido organizó las manifestaciones que llevaron a la caída del zar en febrero 1917. Pero no terminó espontáneamente. En octubre los soviets tomaron el poder, y este “movimiento” lo organizó un partido, los bolcheviques.
Los bolcheviques se constituyeron como un ala del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia) desde 1903 y como un partido desde 1912. Lenin era su líder, contando con el mayor reconocimiento desde el principio. Bajo esta visión, su partido, que pasó a llamarse “Partido Comunista” en 1918, era “el partido de Lenin” y de Trotski después de 1917 -según enemigos y amigos-.
Antes de la revolución de octubre, los bolcheviques se habían transformado en un partido masivo de centenas de miles de afiliados y afiliadas. Victor Serge, el luchador anarquista que se trasladó a la Rusia revolucionada en 1919 y se integró en el partido comunista, explica en su obra monumental “Año Uno de la Revolución Rusa” el porqué:
“Cuando los artilleros de los acorazados del mar Báltico, llenos de ansiedad por los peligros que amenazan a la revolución, buscan un camino, allí está el agitador bolchevique para indicárselo. Y no hay otro camino que aquél; eso es la evidencia misma. Cuando algunos soldados que se encuentran en las trincheras quieren dar expresión a su voluntad de acabar con aquella matanza, eligen para formar el comité del batallón a los candidatos del partido bolchevique. Cuando los campesinos, hartos ya de las dilaciones de “su partido” socialista-revolucionario, se preguntan si no ha llegado ya la hora de actuar ellos mismos, llega hasta ellos la voz de Lenin: “¡Labrador, coge tú mismo la tierra!” Cuando los obreros sienten que la intriga contrarrevolucionaria ronda por todas partes a su alrededor, el diario Pravda les suministra el santo y seña que presentían ya y que es el que imponen las necesidades de la revolución. La gente que pasa por la calle, en estado lastimoso, como un rebaño, se detiene frente a los cartelones pegados por los bolcheviques, y exclama: “¡Justo! ¡Eso mismo!”. Eso mismo. Aquella voz es la suya propia.”
Los bolcheviques no se convirtieron en “la voz” de los obreros y en general de las personas oprimidas ni por arte de magia ni porque utilizaran los eslóganes más inteligentes, ni porque dijeran “lo que las masas querían oír”, como decían los que los acusaban de “populismo” en aquellos momentos. Su éxito se basó en haber optado por unas opciones políticas durante muchos años, desde sus primeros pasos.
En estas opciones políticas, era obvio el importante sello de Lenin.
Los bolcheviques eran los “duros” de la izquierda rusa desde su primera aparición en 1903. La batalla política en el congreso de la cual tomaron su nombre (por la palabra rusa que significa mayoría) versaba sobre quién se consideraría miembro del partido. ¿Los que lo apoyaban en general o los que participaban en el trabajo coordinado? Esta división presagiaba la diferencia entre partidos reformistas y partidos revolucionarios. Los primeros son partidos mirando hacia las elecciones, los últimos son partidos de la vanguardia obrera.
Los bolcheviques eran también los “duros” porque insistían, a nivel estratégico, en que la que iba a dirigir la próxima revolución en Rusia era la clase trabajadora y rechazaban cualquiera coalición con los burgueses.
Durante los años de la Primera Guerra Mundial habían mantenido una postura internacionalista clara -no eran patriotas (con o sin comillas)-. Y esta postura no era casualidad. Se basaba en un análisis profundo sobre el capitalismo en la época del imperialismo y de los deberes internacionalistas de los revolucionarios, que había formulado Lenin.
Como escribió Sukhanov, un historiador contemporáneo de la revolución, cuando ganó la revolución de febrero: “los mencheviques y los eseros fueron al palacio Táuride”, donde se estaba formando el primer gobierno provisional, “y los bolcheviques fueron a las fábricas”.
Pero esto no era suficiente. Los bolcheviques tuvieron que optar por nuevas opciones a nivel estratégico. El papel de Lenin fue decisivo en este camino. En la batalla que dio dentro del partido con las famosas “Tesis de abril” fue donde se concentró todo el debate. ¿Podía la clase trabajadora tomar el poder en una Rusia tan atrasada? Durante décadas los bolcheviques mismos habían insistido en que la revolución tendría que solucionar cuestiones “burguesas-democráticas” (reforma agraria, asamblea constituyente, jornada de ocho horas) aunque bajo la hegemonía de la clase obrera. Un ala entera de la dirección bolchevique seguía diciendo que esta “etapa” no se había superado todavía. Insistían en que el partido tenía que mantener el papel de la oposición de izquierdas en la nueva situación.
Lenin convenció al partido de que la clase obrera podía tomar el poder “por su cuenta y sólo por su cuenta”, como escribía aquellos meses en “Estado y Revolución”. Esta clase liberaría a todas las personas oprimidas, pararía la guerra y daría la tierra a los campesinos. Y la herramienta para hacer todo eso no era un gobierno provisional mejor, un poco más de izquierdas. La herramienta eran los soviets, los órganos de poder obrero que ya se estaban construyendo.
No era raro que estas opiniones fueran rechazadas tanto por enemigos como por amigos, por ser “medio-anarquistas” o “trotskistas”. Trotski había sido una voz solitaria durante muchos años cuando decía que la revolución en Rusia iba a ser “permanente” y que su horizonte sería la revolución socialista mundial. En 1917 Trotski se afilió al partido bolchevique. Y esa perspectiva internacionalista estaba en el centro del nuevo “asalto al cielo” que empezó en octubre de 1917.
No hay comentarios:
Publicar un comentario