domingo, 12 de noviembre de 2017

Catalunya en la encrucijada. Frente a la represión estatal: solidaridad





El gobierno de Rajoy pretende haber lanzado un “misil certero” al aplicar el artículo 155 en Catalunya para frenar la independencia. Han anulado el autogobierno catalán, han suprimido el govern y han cerrado el parlament, convocando elecciones para el 21 de diciembre. Hasta entonces, Catalunya, por primera vez desde el franquismo pasa bajo el control inmediato de Madrid, con la vicepresidenta de Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría asumiendo los poderes que hasta ahora tenía el president Puigdemont.

La realidad es que están temblando frente a lo que puede producir este desafío. Es reveladora la precipitación para tener las elecciones el 21 de diciembre. Quieren aprovecharse del resultado del shock y deshacerse de la patata caliente. Amenazan con un nuevo 155 si no sale el resultado que piden en las elecciones. No se atreven a tocar sectores que generarían directamente confrontaciones en la calle: no han tocado las Universidades, ni la televisión y radio públicas.

El 155 vino como respuesta a la “independencia unilateral” que declaró el parlament. Pero, el parlament también votó por la independencia bajo la amenaza de votación del art. 155 en el senado español. Ésta es la clave para entender lo que ahora está sucediendo en Catalaunya. El voto por la independencia por parte de la mayoría de los diputados de Junts Pel Sí fue con pesar. La gente en las calles estaba festejando pero ellxs no querían, ni estaban preparadxs, para este choque. Hacía poco, Puigdemont se había ofrecido a ir a elecciones si no se aplicaba el artículo 155. Pero el Estado español quería contrololarlo todo en Catalunya.

La “calle”, la desobediencia en el referéndum del 1O, las huelgas del 3 de octubre y el 8 de noviembre, manifestaciones masivas… estas fueron las fuerzas que empujaron a tiraron a Junts Pel Sí a la votación de la independencia. Puigdemont se mostró incapaz de poner orden en esta dinámica y lo primero que hizo fue irse para Bélgica.

La proclamación de la “independencia” fue completamente simbólica. En realidad siquiera se declaró la independencia. El parlament puso en marcha la ley de transitoriedad (la ley que pondría en marcha la creación de tribunales, hacienda y otras instituciones estatales catalanas), pero sabía que con el 155 no habría nadie para aplicarla. Ni siquiera una arriada simbólica de la bandera española en el palacio de la Generalitat.

Al contrario, por el otro bando, el artículo 155 se está aplicando poco simbólicamente. El primer paso fue el cambio de la dirección de los Mossos que habían molestado al estado central porque no consensuaron en la represión del referéndum. Los ministros de Puigdemont no resistieron ni a la ocupación de sus despachos. La distancia entre las esperanzas de la gente en las calles y la estrategia de las direcciones de Junts Pel Sí, Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Ómnium Cultural se hizo más grande. Mientras se estaba aplicando el 155 y la gente estaba buscando respuestas para defender la República y el gobierno legítimo, Ómnium tuiteaba que la mejor defensa era ir de excursión a los pueblos, a celebrar, a gastar dinero y ayudar la economía catalana. Esta indecisión chocaba con que sindicatos independentistas habían declarado una huelga de 10 días para defender la independencia.

Pero todo esto no está sucediendo en vacío. La semana empezó con lxs trabajadorxs en ayuntamientos y delegaciones de gobierno en asambleas y rodeando sus centros de trabajo, declarando que no van a aceptar la aplicación del 155. Cosas parecidas sucedieron en los medios de comunicación públicos. Las asambleas de los Comités de Defensa de la República (CDR) siguieron sus reuniones y algunas se han convertido en el espacio donde se desarrolla el debate político sobre los próximos pasos del movimiento. Las organizaciones más “moderadas” quieren convertir los CDR en brazos de la campaña electoral hasta el 21 de diciembre.

El estado español no tiene ninguna intención de ir a unas elecciones calmas y democráticas. Els Jordis, y parte del govern, están en la cárcel. La Guardia Civil investiga a los Mossos, tamizando los videos y las conversaciones para empezar una oleada de denuncias tanto contra gente que participó en las manifestaciones y en referéndum como contra oficiales. Los fiscales han presentado denuncias contra el govern y la mesa del parlament por rebelión y sedición. Rajoy quiere quebrar el ánimo, pero la resistencia a la violencia estatal puede transformarse muy rápido en oportunidad para que el movimiento salga a las calles de nuevo y entre en el enfrentamiento del que Puigdemont huyó, como ocurrió en la masiva manifestación del 11 de octubre en Barcelona.

La luz verde que han recibido los fascistas es el otro factor que no deja que las cosas se “normalicen”. En cada manifestación unionista contra la independencia, grupos de ultraderecha nazi atacan a inmigrantes, a casas con la estelada, a medios de comunicación catalanes, etc. En Valencia (influida especialmente por los acontecimientos en Catalunya) se organizó una de las manifestaciones antifascistas más grandes de los últimos años.

La política del Estado español está en ebullición. El Partido Popular compite con Ciudadanos sobre quién es más anticatalán. El PSOE se convirtió en un apéndice de Rajoy, votando a favor del 155, creando más fracturas en el PSC. Y la nueva izquierda reformista de Podemos se ha hecho un lío, insistiendo en la política de “ni 155, ni independencia” que en la práctica significa denunciar la independencia y sus avances democráticos frente a la represión estatal. Pablo Iglesias deslegitimó y destituyó a la dirección de Podem animándolas a irse a ERC o a la CUP.

La gente en Catalunya está buscando el camino para seguir la lucha contra los enemigos de la democracia, pero también contra los supuestos amigos. El bloque de la reacción va desde el palacio real y la Moncloa, a las bandas fascistas, pasando por la dirección de la Unión Europea. Frente a la represión estatal, la gente de Catalunya necesita nuestra solidaridad, sin condiciones, más que nunca.


Nikos Lountos

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