miércoles, 29 de marzo de 2017

Clara Zetkin, la revolucionaria tras el 8 de marzo

“Como persona, como mujer y como esposa, la mujer no tiene la menor posibilidad de desarrollar su individualidad. Para su tarea de mujer y madre sólo le quedan las migajas que la producción capitalista deja caer al suelo”
Clara Zetkin


Clara Zetkin fue una de las precursoras del feminismo y una revolucionaria incansable. Las mujeres y los hombres socialistas de hoy le debemos mucho a su inteligencia y valentía.
Nació bajo el nombre de Clara Eissner en 1857 en un pequeño pueblo de Sajonia (Alemania), hija de un maestro rural. Cursó estudios de magisterio en Leipzig entre los 19 y 21 años, época en la que contactó con estudiantes y emigrantes rusos y se inició en las ideas socialistas. También allí conoció a Ossip Zetkin, un ruso que sería su futura pareja.
En esta época Sajonia era una de las regiones más industriales de Alemania y fue la cuna de organizaciones de trabajador@s como la “Asociación General de Trabajadores de Alemania”, fundada en 1863, y el “Partido Socialista Obrero de Alemania”, en 1875. También fue el lugar donde nacieron movimientos de mujeres; hay que resaltar que la principal industria era la textil, donde trabajaban muchas mujeres que formaban una parte importante de la Federación de Obreros Textiles y participaban en la organización en igualdad con los hombres.
En 1878 empieza su militancia en el Partido Socialdemócrata (SPD) y poco después el régimen imperialista y burgués de Otto von Bismarck prohíbe este partido y sus miembros son perseguidos.  Cla-ra y Ossip Zetkin siguieron militando hasta que en septiembre de 1880 Ossip, junto a otros compañeros, fue arrestado y expulsado de Alemania. Unos meses más tarde, Clara decide exiliarse a Zurich y a París, donde empezó a utilizar por conveniencia el apellido de Zetkin, con el que tuvo dos hijos, aunque nunca contrajo matrimonio con él.
Exilio
A causa de la prohibición de las actividades socialistas en Alemania Clara Zetkin se refugió en Zurich en 1882, una de las ciudades álgidas de la socialdemocracia europea, donde escribió y distribuyó literatura clandestina y también contactó con muchas personas emigradas de diversos países por la persecución a que eran sometidas; allí conoció, entre otras, a Louise Michel y a Jenny Marx.
Entre 1889-1890 hay un gran auge del movimiento obrero que se refleja en la creación de partidos socialistas en distintos países y se crea la Asociación Internacional de Trabajadores, más conocida como la II Internacional, organización fundada en París en 1889 por partidos laboristas y socialistas con el fin de coordinar la actividad internacional de los movimientos obreros. Clara Zetkin tuvo la representación de las socialistas de Berlín y contribuyó en los trabajos preparatorios, así como en la redacción de los informes y documentos fundacionales.
Necesidad de luchar contra el feminismo burgués
En Alemania el movimiento de mujeres trabajadoras se caracterizó por estar integrado dentro del movimiento socialista general y dentro del partido socialdemócrata, que tenía una posición clara frente al orden establecido y donde las cuestiones de las mujeres se tenían muy en cuenta, tanto en el aspecto teórico como práctico. En el Congreso fundacional Clara defiende la necesidad inmediata de abordar la lucha de las mujeres por parte de los partidos socialistas y de ganar a sus filas a las mujeres obreras. Estas posiciones la enfrentaron, por un lado, a las del sufragismo, que al estar integrado mayormente por mujeres acomodadas no tenía un horizonte más lejano que la equiparación de derechos civiles y políticos con los de los hombres de su misma posición y, por otro lado, también encontró resistencias dentro del propio movimiento socialdemócrata.
En 1891 Clara Zetkin funda la revista “La Igualdad”, que durante 25 años fue uno de los canales de expresión más importantes de las mujeres socialistas de su época. Llegó a tener 125 mil suscriptoras y desde 1907 sería el órgano oficial de la Internacional de Mujeres Socialistas.
Su posición sobre la liberación de la mujer también se pone de manifiesto en escritos como “Solo en con la mujer proletaria vencerá el socialismo”, en el que defiende el trabajo de la mujer fuera de la casa, con el que consigue una independencia que, en principio, es una condición para su libertad. También argumenta que la lucha por la liberación de la mujer trabajadora, en contraposición a la de la mujer burguesa, no es una lucha contra el hombre de su propia clase, ya que junto con él la mujer trabajadora lucha contra la sociedad capitalista.
Clara Zetkin tuvo la visión para entender, junto a otras mujeres como la rusa Alexandra Kollontai, lo importante que era impulsar las demandas de justicia e igualdad de las mujeres trabajadoras y propuso instaurar un día en homenaje a las mujeres obreras que habían dado su vida para exigir mejores condiciones laborales.
Las razones de tal propuesta eran evidentes para las mujeres socialistas. En el curso de los años anteriores a 1910, habían tenido lugar numerosas huelgas de obreras y obreros en Estados Unidos y en Europa. En 1908, 40.000 costureras industriales de grandes fábricas estadounidenses se habían declarado en huelga demandando el derecho a unirse a los sindicatos, mejores salarios, una jornada de trabajo menos larga, entrenamiento y el rechazo al trabajo infantil.
Durante el II Encuentro Internacional de Mujeres Socialistas (1910) realizado en Copenhague, al que asistieron más de cien delegadas de 17 países, Clara Zetkin y Kathy Duncker, para reivindicar los derechos de las mujeres y el sufragio femenino, presentaron la propuesta para que el 8 de marzo fuera el Día Internacional de la Mujer trabajadora.
Contra la guerra
En el ambiente prebélico previo a la Primera Guerra Mundial, con los enfrentamientos de Alemania con otros países europeos en Marruecos y en los Balcanes, Clara Zetkin, junto con otros activistas, organizó en Berlín en 1905 una conferencia internacional de mujeres socialistas contra la guerra.
Durante la Primera Guerra Mundial, Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo, junto a otros influyentes miembros del SPD, rechazaron la política pactista del partido con el gobierno, la cual suprimía las huelgas obreras durante el conflicto armado. Así mismo, hizo un llamamiento a las mujeres socialistas para que se opusieran enérgicamente a una guerra que solo beneficiaba a la burguesía machista, clerical y explotadora, y convocó a otra conferencia internacional de mujeres socialistas, la tercera, que tuvo lugar en la ciudad de Berna (Suiza) en marzo de 1915, reuniendo a 70 delegadas de ocho países europeos. En esa conferencia se condenó la guerra imperialista con la consigna "Guerra a la guerra", por lo que fue encarcelada desde el 23 de julio hasta el 12 de octubre de este mismo año, tras lo cual no pudo intervenir activamente en esta lucha.
En septiembre de 1915, mientras Clara y su amiga Rosa Luxemburgo se encontraban en la cárcel, tuvo lugar la Conferencia de Zimmerwald, una importante conferencia de dirigentes socialistas que se oponían a la guerra, en la que ambas mujeres fueron homenajeadas por su implacable lucha.
Clara Zetkin, junto a Rosa Luxemburgo y otr@s socialistas, fue una de las fundadoras de la Liga Espartaquista (1916), un movimiento revolucionario marxista que tuvo mucho protagonismo en la Revolución de 1918.  
En enero de 1919, tras la Revolución de Noviembre en el año anterior, se fundó el Partido Comunista de Alemania (KPD), al que se unió Zetkin, siendo elegida representante en el Reichstag (parlamento alemán) entre 1920 y 1933. Murió en Moscú, exiliada por los nazis a la edad de 76 años.
Lola Segura

martes, 28 de marzo de 2017

Las mujeres, la chispa que hizo prender la Revolución rusa



Fueron las obreras de Petrogrado en 1917 las que empezaron la revolución. Cuando el 22 de febrero un grupo de obreras se reunió para debatir la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora (era el día siguiente según el antiguo calendario), V. Kaiurov, el líder obrero del distrito de Petrogrado del partido bolchevique, les aconsejó evitar las acciones precipitadas. Comenta él:

Pero, para mi sorpresa e indignación, el 23 de febrero, en una reunión urgente de cinco personas en el pasillo de la fábrica Erikson, nos enteramos por el camarada Nikifor Ilyin de que algunas fábricas textiles estaban en huelga y de que estaban llegando portavoces de las obreras declarando su apoyo a los metalúrgicos. Estaba extremadamente indignado con el comportamiento de los huelguistas, tanto porque habían ignorado totalmente la decisión del comité de distrito del partido, como porque habían salido en huelga a pesar de que la noche anterior se les había suplicado que permaneciesen tranquilos y disciplinados. Con precaución, los bolcheviques se pusieron de acuerdo (en extender la huelga) y detrás vinieron otros obreros -mencheviques y eserros-. Pero, una vez que hay una huelga de masas, uno tiene que llamar a todos a la calle e ir adelante.”

No fue antes del 25 de febrero cuando los bolcheviques sacaron su primera octavilla llamando a una huelga general -después de que 200 mil obreros ya habían parado de trabajar-.

Fueron las obreras de la industria textil de Petrogrado las que comenzaron una huelga masiva que al final del camino llevó a la abdicación del zar. A la manifestación de la huelga con 90 mil trabajador@s, encabezada por las trabajadoras, se unieron miles de mujeres más que habían estado esperando muchas horas en las colas por el pan. Como recuerda un testigo: “Las obreras, llevadas a la desesperación por la hambruna y la guerra, salieron como un huracán que lo destroza todo en su camino, con la violencia de una fuerza elemental. Esta marcha revolucionaria de obreras, llenas de odio por los siglos de opresión, fue la chispa que empezó el gran incendio de la revolución de febrero, la revolución que iba a quebrantar el zarismo.”

Fueron las obreras en la industria textil las que eligieron delegadas y las mandaron a las fábricas cercanas con llamamientos de apoyo. Así se detonó la revolución. Era, como lo describe Trotsky, “una revolución empezada desde abajo, superando la resistencia de sus propias organizaciones revolucionarias; la iniciativa la tomó por su cuenta la parte más oprimida y pisoteada del proletariado -las mujeres de la industria textil, entre ellas, sin duda, muchas esposas de soldados-.”

Fueron estas mismas mujeres las que tuvieron un papel crítico en debatir con los soldados, convenciéndoles de desobedecer a los oficiales y no abrir fuego: “Van a los cordones más valientemente que los hombres, toman los rifles en las manos, imploran, casi mandan: “Dejad al lado vuestras bayonetas -uníos con nosotras”. Los soldados están emocionados, avergonzados, intercambian miradas ansiosas, vacilan; alguien se decide primero y suben las bayonetas avergonzados por encima de la multitud que está avanzando. La barrera se abre, un “¡Viva!” lleno de alegría y de agradecimiento sacude los aires. Los soldados están rodeados. En todas partes hay debates, quejas, llamamientos -la revolución da un paso más hacia delante-.” (Trotsky en la “Historia de la Revolución Rusa”)

El periódico Pravda, que acababa de republicarse, reconoció su deuda con las mujeres en una editorial después del Día Internacional de la Mujer: “¡Vivan las mujeres! ¡Viva la Internacional!” Las mujeres fueron las primeras que salieron a las calles de Petrogrado en su Día de la Mujer. Las mujeres en Moscú en muchos casos determinaron el ánimo del ejército; fueron a los cuarteles y convencieron a los soldados de pasar al bando de la revolución. ¡Vivan las mujeres!

Pero... el peso de tantos siglos no se deja a un lado fácilmente

Ni siquiera la revolución podía sacar los enormes prejuicios que llevaban generaciones implantados en las mentes de obreros y obreras. El desnivel entre hombres y mujeres, incluso en 1917, se expresaba de varias maneras. Veamos dos ejemplos, uno sobre la igualdad en cobrar; y otro sobre la representación de las mujeres en el soviet, la forma de poder más democrática que ha existido.

Durante la revolución de 1905, las reivindicaciones de salario mínimo, en la mayoría de los casos explícitamente, pedían nóminas más bajas para las mujeres que para los hombres. Incluso en 1917, después de la revolución de febrero, la desigualdad de salarios era algo asumido como aceptable tanto por los obreros como por las obreras.

El primer acuerdo de salario mínimo que se hizo entre una asociación de propietarios de fábricas y el soviet de diputados de obreros y soldados estableció dos salarios mínimos, uno para los hombres, que iban a cobrar cinco rublos al día, y otro para las mujeres, que iban a cobrar cuatro.

El mínimo que se acordó en las fábricas de zapatos en Nevsky el 7 de marzo de 1917 fue de 5 rublos para los hombres y 3 para las mujeres. En la gigantesca fábrica de zapatos Skorokhed en Petrogrado, el salario mínimo se acordó el 13 de marzo a 5 rublos para los hombres y 3,5 para las mujeres. El soviet de Ekaterinoslav decidió el 14 de junio un salario mínimo de 2 rublos para obreras no especializadas y 3 rublos para los hombres.

No es que los bolcheviques no lucharan contra los salarios desiguales. Kollontai, por ejemplo, en un artículo titulado “Una omisión seria”, que se publicó en Pravda el 5 de mayo, criticó el orden del día del congreso de sindicatos que iba a empezar por no incluir nada sobre la igualdad de salario: “Hay una omisión seria en el orden del día de la conferencia. El asunto del pago igual para trabajo igual, que es uno de los asuntos más ardientes para la clase trabajadora en su conjunto y para las obreras en concreto, no tiene espacio para ser debatido. El bajo salario que cobran las mujeres es ahora aún más inaceptable, ya que con la guerra un gran número de mujeres han entrado en el mercado laboral y ahora son ellas las que mantienen a sus familias”.

Solo con la revolución de octubre, el pago igual se estableció por ley.

El segundo aspecto de desnivel entre hombre y mujeres en el proletariado es la extremadamente baja representación de mujeres en los soviets. Una y otra vez, en las elecciones más democráticas en la historia, las obreras votaron a hombres para representarlas.

Así, en la provincia de Moscú, donde las mujeres formaban la mitad del proletariado, de unos 4.743 delegad@s en los soviets el 26-27 de marzo de 1917 había solamente 259 mujeres. En el soviet de Volgorod, de unos ciento cincuenta delegad@s, solo 3 fueron mujeres. En el soviet de Grozny, de 170 delegad@s, 4 eran mujeres. En el soviet de Nizhnigorod, de 135 delegad@s, 3 eran mujeres. En el soviet de Odesa, de casi 900 delegad@s, cerca de 40 eran mujeres. En el soviet de Iaroslav, de 87 delegad@s, 5 eran mujeres.

Las obreras que estaban en la vanguardia de la revolución en febrero de 1917, luego se quedaron más atrás en el escenario de la historia (es por eso por lo que en la Historia de la Revolución Rusa de Trotsky las obreras están presentes solo en los primeros capítulos).

Los bolcheviques hacen un esfuerzo especial para organizar a las mujeres

El hecho de que las mujeres acabaran de incorporarse al movimiento obrero no era excusa para no hacer el esfuerzo de organizarlas. Una de las primeras cosas que hizo Lenin al volver a Petrogrado en abril de 1917 fue escribir una carta al comité central pidiendo su apoyo para el trabajo político entre las mujeres. “Si las mujeres no se lanzan a tomar un papel independiente, no solo en la vida política en general, sino también en los servicios sociales diarios obligatorios para todos, será en vano hablar no solo de socialismo, sino de democracia completa y estable.”

El magnífico papel de las obreras en la revolución de febrero convenció al comité ejecutivo de los bolcheviques de Petrogrado de la necesidad de un esfuerzo especial para organizar a las mujeres. El 10 de marzo, Vera Slutskaia se encargó de hacer campaña entre las proletarias. Tres días después llevó sus recomendaciones a la ejecutiva: crear un departamento de mujeres como parte del comité de Petrogrado y reanimar la publicación de Rabotnitsa (Obrera).

El 15 de marzo, Slutsaia presentó su idea de cómo se debería organizar el departamento de mujeres. Cada comité de distrito del comité de Petrogrado elegiría una representante y la mandaría a trabajar en el departamento. Sus deberes inmediatos serían pasos para republicar Rabotnitsa, recaudar dinero para esto y sacar octavillas “específicamente dirigidas al asunto de la mujer proletaria”.

No se planteó ninguna organización femenina para intervenir separadamente. “El departamento realizará sólo campañas de agitación; las obreras en general se organizarán en las instituciones proletarias políticas y sindicales. No se creará ninguna organización de mujeres por separado. Todo el trabajo se realizará en pleno acuerdo con las decisiones del comité de Petrogrado.”

Departamentos de agitación fueron establecidos a todos los niveles de distritos del partido. Se fundaron también clubs con el objetivo de atraer a la actividad del partido a obreras no afiliadas.

El 10 de mayo, Rabotnitsa se lanzó como una publicación semanal con una circulación de 40-50 mil ejemplares. Sus editoras eran Krupskaya, Elizarova, Kollontai, Samoilova, Nikolaeva, Kudelli y Velichkina. En los números que se publicaron se trataron asuntos como la guerra, la jornada laboral de 8 horas, la participación en las dumas (parlamentos) de los distritos, el trabajo infantil, etc. El primer número tenía una serie de resoluciones que se habían aprobado en varias fábricas, apuntes sobre el movimiento de mujeres en Rusia y el extranjero, saludos a las obreras rusas de obreras de partidos socialistas en Suecia y Finlandia y saludos por parte de los editores de Pravda que expresaban su confianza en que la nueva revista lograría organizar masas de proletarias, de forma que junto a los proletarios “levantarían el templo del socialismo sobre las ruinas del zarismo”.

Una vez los bolcheviques llegaron al poder, la cuestión de la participación de las mujeres no afiliadas obtuvo nuevas dimensiones. Ahora la pregunta era cómo movilizar miles y millones de mujeres para participar en el Estado, en la administración económica, social y estatal. Así nacieron los Zhenotdely (los departamentos de mujeres).

El texto proviene de un artículo de Tony Cliff titulado “Alejandra Kollontai: Marxistas Rus@s y Obreras” publicado en la revista inglesa “International Socialism” en otoño de 1981)

domingo, 26 de marzo de 2017

10 INGOBERNABLES Historias de transgresión y rebeldía




¿Ser mujer y no depilarte la barba? Qué ganas de complicarte la vida. ¿Salir del armario a los 40 años? Qué ganas de complicarte la vida. ¿Poner tu vida en riesgo por defender los derechos de otras personas? Qué ganas de complicarte la vida. ¿No esconder la pluma ni siquiera delante de las monjas de tu residencia de ancianos? Qué ganas de complicarte la vida. ¿Empeñarte en mantener vivo un juego tradicional de mujeres que a nadie le importa? Qué ganas de complicarte la vida. ¿Reconciliarte con tu cuerpo en vez de llevarlo al quirófano para que te lo arreglen? Qué ganas de complicarte la vida. 

Esta es la sinopsis de 10 INGOBERNABLES Historias de transgresión y rebeldía, el libro en el que June Fernández, periodista directora de Pikara Magazine y activista feminista recoge diez historias de gente ingobernable, que ha preferido ser feliz a ser “normal”. Normal, esa palabra que la Real Academia de la Lengua Española define en una de sus acepciones como “Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.”, y que a menudo es usada para desdeñar por contraste a aquello o aquell@s que se salen de lo común: cuántas veces hemos oído que hacer eso o sentir lo otro no es normal, o que éste y aquella son anormales, subnormales o, simplemente, rar@s.

10 ingobernables, 10 historias que entre sí tienen muy poco en común pero que se conectan por un hilo conductor: el feminismo como movimiento social y político que está en la base de todas ellas.

La periodista vasca ha estado recorriendo durante varios años parte de Latinoamérica y el norte del Estado español en busca de las 10 mejores historias para contarle al mundo lo que nadie cuenta y para enseñarnos lo que nadie nos quiere mostrar. Y a través de estos retratos vemos cómo el papel de las mujeres y del colectivo LGTBI no varía tanto de un país a otro en función de si es más o menos “desarrollado” o más o menos democratizado o progresista.

Las ingobernables van desde Irina, una comunista trans con esclerosis múltiple que se lió a tiros en la guerra de Nicaragua, a Doña Sebastiana, una lideresa indígena que utiliza su experiencia para apoyar a otras mujeres a salir del círculo vicioso de la violencia. Y el recorrido pasa por las gallegas Ramonak, con una declaración firme –“si difícil es ser gordo, más difícil es ser gorda”-, Juanito o Juanita, transexual que ha vuelto a ser lo que no es por miedo a la transfobia, o las mujeres de Santo Estevo de Nóvoa, en Galicia, que juegan todos los domingos al a bugalliña (mezcla entre petanca y bolas), un juego tradicional sólo para mujeres. A estas se suman otras 5 historias de transgresión que no os pienso revelar para que queráis devorar esta obra periodística como la he devorado yo.

10 ingobernables nos invita a reflexionar sobre cómo queremos vivir política y socialmente desde una perspectiva claramente feminista y, aunque en pocas ocasiones encontremos esta palabra en las casi 300 páginas que tiene el libro, como dice su autora, es “feminismo en vena”.

“Soy lo que me dijeron que no pensara, que no dijera, no soñara, no me atreviera. Soy lo que me dijeron que no fuera”. Esta frase de la escritora Joumana Haddad, mujer que también ha transgredido muchas normas, bien podría aplicarse a todas y cada una de las protagonistas que nos presenta June Fernández y a las que os invito a conocer.

Emérita Calvo

 

viernes, 24 de marzo de 2017

Catalunya: la independencia como arma de ruptura



Escribo tras saberse la condena a Artur Más por haber permitido una votación simbólica sobre la independencia. Según El País: “El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) ha impuesto a Mas la pena de dos años de inhabilitación para ejercer cargos públicos por organizar la consulta independentista del 9 de noviembre de 2014 pese a que había sido prohibida por el Tribunal Constitucional. El expresident ‘pervirtió los principios democráticos’ junto a dos cargos de su Gobierno, también condenadas: la vicepresidenta Joana Ortega y la consejera de Enseñanza Irene Rigau.”
Es la muestra más reciente de negación por parte del Estado español hacia el derecho del pueblo de Catalunya a decidir su futuro. Y no nos engañemos, el “Tribunal Superior de Justicia de Cataluña” forma parte del Estado español; ni siquiera es capaz de dictar su sentencia en catalán.
Es una razón más (y ya había muchas) para que la izquierda española se replantee su visión sobre la cuestión nacional catalana.
Entre la neutralidad y la hostilidad
Es bien sabido que el PSOE, como partido del establishment, defiende la “unidad de España”. Pero incluso en Izquierda Unida (IU) y más allá no hay claridad acerca de la cuestión nacional. En tiempos de ETA, IU se sumaba una vez tras otra a manifestaciones donde se “condenaba la violencia” y se “defendían las vías democráticas”… codo con codo con el PP de Aznar. En realidad, se sumaba al coro de oposición al derecho a decidir del pueblo vasco.
El movimiento por la autodeterminación de Catalunya es no violento y aun así la respuesta de la izquierda es tibia e incluso hostil. Alberto Garzón dijo en 2015: “No estoy a favor de la independencia de Catalunya porque tengo más en común con un trabajador catalán que con un especulador de Marbella, mi tierra”. Cierto, pero una trabajadora de Madrid tiene más en común con una trabajadora francesa o marroquí que con ningún empresario y no se ve que Garzón abogue por eliminar las fronteras del Estado español.
En este tema, como en tantos otros, la dirección de Podemos es bastante parecida a la de IU. A finales de 2014, leíamos que “Iglesias ha ofrecido abrir un proceso constituyente ‘para discutir con todos de todo’ aunque ha insistido en que él no quiere que Cataluña se independice.” Añadía: “Eso sí, a mí no me veréis darme un abrazo ni con Rajoy ni con Mas”. Fue una nada velada referencia a la salutación entre David Fernández y Artur Mas al final del día en el que dos millones largos de personas en Catalunya habían desafiado a los tribunales, participando en la votación del 9N. Incluso Iglesias reconoció su error y pidió disculpas un mes después.
La pregunta de si se apoya o no el derecho de Catalunya a la independencia es muy sencilla. Responder diciendo que “deberíamos poder decidir sobre todo” es evadirla. Es como negarse a defender el derecho al aborto porque “las mujeres deberían poder decidir sobre todo”.
Y las advertencias acerca del papel nefasto de la burguesía catalana —a menudo dirigidas hacia la CUP, el espacio amplio de la izquierda anticapitalista e independentista— son innecesarias. La izquierda radical y los movimientos sociales de Catalunya llevamos años luchando contra la clase dirigente catalana y no dejaremos de hacerlo ahora. La cuestión es otra: ¿qué significa en este momento la lucha por la independencia? ¿A quién beneficia —o mejor dicho, a quién le podría beneficiar—  la independencia de Catalunya?
La independencia como ruptura
Es bien sabido que la Convergència i Unió de Jordi Pujol gobernó Catalunya durante más de dos décadas y no tuvo ningún interés en promover la independencia, más allá de algún discurso acalorado en las Diadas. Lo que cambió la situación fue el bloqueo por parte de las autoridades españolas, y del PP y del PSOE, ante el intento de ampliar un poco el autogobierno catalán mediante una reforma del estatuto autonómico; un intento impulsado, paradójicamente, por el govern tripartit del PSC, Iniciativa-EUiA y ERC. Incluso la versión “cepillada” del estatuto que volvió de Madrid, que luego se aprobó en referéndum fue, posteriormente, parcialmente suspendida por el Tribunal Constitucional.
Ante el bloqueo de Madrid, la independencia pasó de ser la demanda de una pequeña minoría, como lo había sido durante años, a ser masiva (no sabemos si efectivamente es mayoritaria… porque no nos dejan hacer un referéndum). Fue este cambio en la calle lo que arrastró a la mayoría de Convergència a apostar por la independencia, lo que le costó una grave fractura interna y la ruptura con Unió. Esto —junto, no lo olvidemos, a los escándalos de corrupción— lo llevó a cambiar su nombre oficial a “PedeCat” (aunque todo el mundo sigue llamándolos “Convergència”).
La amplitud del movimiento supone que la independencia significa cosas muy diferentes para diferentes sectores. La dirección de “PedeCat” —tensionada entre sus bases pequeñoburguesas, sedientas de independencia, y la gran burguesía que no quiere cambio alguno— opta por defender una independencia que no cambie casi nada. De ahí las afirmaciones de Artur Mas de que una Catalunya independiente sería leal a la OTAN, ignorando así una de las pocas veces que el país pudo decidir y votó en contra de la misma en el referéndum de 1986.
Pero la gran mayoría de la población de Catalunya es de clase trabajadora y cuando se le pregunta el país que quiere incluye mejores servicios sociales, más democracia, más justicia social…
El reto para la izquierda es saber conectar el cambio nacional con los cambios sociales que lo podrían, y deberían, acompañar. Es decir, que la independencia no debería ser un simple cambio de bandera sobre un sistema inmutable, sino un proceso constituyente en toda regla; una oportunidad para construir un país realmente nuevo.
Romper con el régimen del 78
Hace bastantes años que se habla de una nueva transición, o mejor, de un proceso constituyente, tanto en Catalunya como en el resto el Estado español.
El problema es que está en vía muerta. Hubo algunos intentos de IU de reinventarse como algo nuevo. Luego irrumpió el movimiento 15M con mucha promesa, pero en general no se logró convertir el entusiasmo en un motor de cambio real. (Es otro debate, pero se podría decir brevemente que la clave del breve éxito de Tahrir en Egipto en 2011 —contagiar el espíritu de las plazas a la clase trabajadora, provocando una ola de huelgas y la caída del dictador— casi ni se planteó en el movimiento 15M). Como sabemos, los y las impulsoras de Podemos se presentaron como herederas del 15M, pero su “asalto a los cielos” electoral tampoco da muestras de cambio real.
En contraste, con todas sus contradicciones, el movimiento en Catalunya por el derecho a decidir, y en principio por la independencia, tiene el potencial de romper el Estado español en lo que es ahora mismo su eslabón más débil.
Para la izquierda radical en Catalunya, esto exige mucha inteligencia política. Debe saber conectar con este deseo de independencia sin dejarse chantajear por las exigencias de “lealtad” y “unidad” por parte de la derecha neoliberal catalanista. A pesar de las críticas que se le podrían hacer, en general la CUP cumple esta función bastante bien. En cambio, el espacio de los Comunes dice priorizar la cuestión social por encima de la nacional, pero en la práctica aboga por obedecer las leyes y la Constitución españolas. Y tengamos claro que si ambas prohíben el cambio nacional, lo harían aún más ante un cambio social.
Por otro lado, la izquierda española tiene una gran responsabilidad. Debe abandonar su neutralidad —u hostilidad— y defender abiertamente el cambio.
Si Catalunya logra su independencia y empieza a construir un nuevo país, con nuevas propuestas —hay, por ejemplo, un consenso bastante amplio en Catalunya en contra de tener un ejército— abrirá el camino para lo que quede del Estado español.
Por tanto, la izquierda española no debe recibir las demandas de independencia con recelos o sospechas. Al contrario, cada persona de izquierdas o de los movimientos sociales del conjunto del Estado debe ser un activo a favor del derecho a decidir de Catalunya, y contra todas las medidas represivas que ya están en marcha y que irán en aumento.
Si nuestros enemigos logran ahogar esta demanda democrática de Catalunya, tendrán más fuerzas para reprimir todas las otras demandas democráticas y sociales que existen en cualquier territorio. En cambio, la victoria de Catalunya, frente a todo lo rancio del Estado español, sería una victoria para el progreso en Madrid, Sevilla, Zaragoza…

David Karvala, militante de Marx21.net