domingo, 6 de agosto de 2017

No a la gentrificación de nuestros barrios

A principios de la década de los sesenta, la socióloga marxista Ruth Glass publicó el libro “London: Aspects of Change”, donde utilizó por primera vez el neologismo “gentrificación” (de “gentry”, pequeña nobleza rural), en referencia a esas familias británicas acomodadas que se trasladaron al centro de Londres. Glass observó una profunda transformación en las calles cuando un estrato social más adinerado adquiría propiedades a precio de saldo, elevando el nivel económico del barrio y desplazando a las clases populares hacia la periferia. Se trata de la transformación de un lugar por el abuso de poder de un grupo con recursos superiores (especuladores), que logra expulsar y destruir comunidades locales para una posterior “puesta en valor”, que explica un aumento del “estatus” de la zona con nuevos comercios, negocios y un turismo cada vez más masificado y orientado al consumo; colonizando las propiedades, alterando la cultura, la diversidad, la naturaleza y, en definitiva, la vida de los barrios.
Desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, en el contexto de la presente crisis económica global (donde más de 500.000 familias han perdido sus casas), se ha evidenciado que la política habitacional del Estado español ha servido para que los fondos de inversión buitres y los bancos se apropien de muchas viviendas. Mientras, siguen viviendo en la calle 40.000 personas y hay más de tres millones y medio de casas vacías. A diferencia de otros países de la UE, España cuenta con muy pocas viviendas en régimen de alquiler social, hecho que ha favorecido que se haya generado una situación de difícil acceso a un derecho básico como es el de la vivienda, y en los casos en los que se accede, un alto riesgo de desahucio.
Claramente, la gentrificación afecta a los sectores más castigados de nuestra sociedad, creando «nuevas fronteras» en nuestros barrios. Es revelador ver que donde antes había comercios tradicionales de artesanía ahora se amontonan tiendas de “hipsters” o productos de lujo para un estrato social distinto. Lo que consigue el capitalismo con estos procesos es la elitización social de los barrios tras un ciclo de embestidas intervencionistas intencionadas (subida de las rentas, encarecimiento del suelo, abandono de los servicios, …), desplazando a la población menos adinerada y abriéndole la puerta a los especuladores, que no están conformes con la estructura económica original del barrio, basada en pequeños comercios y empresas familiares, puesto que no les reporta beneficios.
La disputa del territorio urbano y la destrucción creativa de la diversidad cultural
En las megalópolis como Londres, París o Nueva York -consideradas como referencias culturales vanguardistas y creativas- hay barrios que se han convertido en lugares de difícil acceso a la vivienda, salvo para unos pocos. La gentrificación está asesinando la cultura en Nueva York, especialmente la negra. En algunos barrios de Manhattan que en los años sesenta mostraban paisajes desolados, cincuenta años más tarde se construyen los pisos más caros del mundo. Pero este no es un fenómeno exclusivo de Manhattan, son muchos los centros urbanos que han ido cambiando en la misma dirección: desde Southwark en Londres hasta la París del “guetto de los ricos”, pasando por el canal Landwehr de Berlín, que une los distritos de Kreuzberg y Neukölln, por el Silicon Valley en San Francisco, el Raval de Barcelona, Malasaña o Chueca en Madrid, o la Alameda de Hércules en Sevilla. Han ido transformando los viejos y discriminados “guetos” en barrios de moda cada vez más exclusivos. Donde antes podía estar “An Cá Paco”, ahora puede estar “Paco’s Gourmet” o un Starbucks.
Podríamos apreciar seis etapas o fases bien distinguidas, que se conectan dinámicamente entre sí, hasta que los especuladores consiguen culminar el proyecto y apropiarse de territorio.
El punto de partida es el abandono y la degradación del lugar acompañados de un proceso de abaratamiento de la vivienda, que permite el acceso a las personas más pobres y desplazadas económicamente de nuestras sociedades. Los servicios públicos de mantenimiento más básicos no existen o se reducen hasta hacerlos insuficientes. Se crea así la necesidad de una transformación urbana y se justifica un cambio regeneracional. En el proceso la población sólo es visibilizada cuando se opone a estos planes y, en tales casos, es representada mediante estrategias de estigmatización para justificar el desplazamiento, construyendo imaginarios que rechazan la pobreza y crean sesgos identitarios estereotipados que se relacionan con el desorden, la delincuencia, la inseguridad o el crimen. En numerosas ocasiones se recurre al racismo y la xenofobia como modo de violencia y exclusión. Una vez que la degradación está muy avanzada especulan comprando y vendiendo con el único objetivo de obtener beneficios económicos “porque existe una gran demanda”, que previamente han trabajado para la captación de nuevos pobladores que les sea más


fácil aceptar este nuevo modo de vida. La falta de alquiler asequible favorece la especulación. Con todo esto, encarecen el suelo, la vivienda y los impuestos, aumentando el nivel de vida de la zona, para así lograr la expulsión de los residentes originarios por convenios, por la fuerza o por condiciones económicas ya difíciles de soportar. El lugar se pone de moda, se publicita y se consolida el turismo, la venta y la vivienda. Estas etapas se pueden prolongar en el tiempo y están en tensión continuamente.
La gentrificación en Sevilla: la Alameda, San Luis o La Bachillera
En Sevilla la gentrificación vino tras el asentamiento de las bases del régimen del 78, cuando varios sectores, urbanísticamente degradados y pertenecientes al casco histórico, empiezan a revalorizarse. Esto vino marcado por desalojos y demoliciones en Triana, San Bernardo y Alameda-San Luis. Todos estos lugares tienen algo en común: son de carácter obrero con cierto desarrollo industrial entre el siglo XIX y la primera mitad del XX, y en ellos predomina el alquiler sobre la propiedad.
Su etapa más brusca vino a raíz de la Expo 92, que quiso ser vanguardia de la modernidad europeísta liderada por el PSOE pero que quedó en el abandono.
Hasta principios de los 2000 no arrancaría la resistencia y la organización contra la especulación inmobiliaria en la ciudad y el proceso de gentrificación en la zona con la Plataforma en Defensa de la Casa del Pumarejo como baluarte. La puesta en valor como bien patrimonial, reconocido como Monumento, evita administrativamente posibles tramas especulativas (de momento). Las vecinas y vecinos exigen a la corporación municipal de Espadas, con razón, que rehabilite la casa vecinal.
La Alameda y el entorno residencial contiguo de San Luis son un claro ejemplo de las injusticias que deja a su paso la construcción y reconstrucción de la ciudad capitalista. Quienes conociesen la Alameda en la década de los ochenta, difícilmente la reconocerán hoy. En el caso del mercadillo de El jueves, existe un monopolio del territorio, y las presiones policiales y tensiones que crean crispación y competición entre los vendedores “oficiales” y los “no oficiales” tratan de desplazar a estos últimos al Charco de la Pava -en la periferia de la ciudad-. En este mercadillo, de productos de todo tipo de segunda mano, en el que sus clientes potenciales suelen ser las clases populares, se interviene institucionalmente mediante medidas de control público, y progresivamente se parece cada vez más a un mercadillo “vintage”, que vende objetos destinados a estratos sociales más adinerados que la gente que vive en el barrio.

Respecto a la barriada de la Bachillera, y tal y como señalan en la interesante web de Perifèries Urbanes, “estaba históricamente en la periferia, pero con la Expo quedó en una “nueva área de centralidad”. Los vecin@s eran propietarios de las casas, pero los terrenos pertenecen a la Asociación Sevillana de Caridad (ASC) que pretendía demoler el barrio”. El plan inicial de derribo no se llevó a cabo porque activistas y vecin@s se organizaron conjuntamente para paralizarlo. Hace casi dos décadas consiguieron un proyecto de rehabilitación del barrio organizándose en asambleas y llegaron a encerrarse en la sede de la ASC, a tomar el control de la Asociación y a municipalizarla. Pero desde entonces hay empresas interesadas en comprar las casas de aquellos que lucharon hasta el final: muchos ya se fueron y otros están interesados en venderlas. Aquella zona es carne de especuladores, como quedó patente con el desalojo de la Corrala Utopía.
¿Qué podemos hacer para frenar la gentrificación?
Es importante tener claro que, en última instancia, la construcción de viviendas y la renovación urbana están subordinadas a las grandes empresas y sus intereses son los que determinan en gran medida el destino de la ciudad. El suelo y la vivienda son mercancías en el capitalismo, al igual que otro producto que se compra o se vende. En este sentido, los espacios autogestionados en Madrid están poniendo en evidencia el progresismo de Manuela Carmena, ya que están siendo sometidos a una persecución por parte del gobierno de Ahora Madrid, más amable con los intereses privados y especuladores que con el mantenimiento de estos espacios socio-culturales.
Ante esta situación, nuestro objetivo principal es atacar el proceso gentrificador. La lucha contra los desahucios, contra la privatización de los servicios y contra la pobreza y la precariedad favorece a las clases populares, en la medida en que aumente el grado de conciencia del barrio y la resistencia para proteger a las personas que en él viven, ofreciendo soluciones integrales o la prevención de futuros procesos de gentrificación; como ocurrió en el barrio burgalés de Gamonal, no siempre ganan los mismos.
José María Bravo

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