jueves, 27 de octubre de 2016

Hungría 1956: revolución obrera contra el estalinismo




Gracias a la aplastante superioridad del ejército soviético frente a los nazis en la segunda mitad de la Segunda Guerra Mundial, la URSS dominó a partir de 1945 toda Europa del Este. Rápidamente se llevó a cabo un proceso de “sovietización” en los países ocupados, es decir, se nacionalizó la tierra y se impulsó la industria a escala sobrehumana, todo ello controlado por un ejército de funcionarios nacionales y rusos. Estos últimos tenían el control, siendo el embajador soviético el verdadero gobernante del país, solo controlado por el presidente de la URSS. Además, la policía política soviética comenzó a eliminar toda oposición y a controlar todos los centros de trabajo y a la sociedad en general para impedir cualquier obstáculo a los planes que venían de Moscú. Europa del Este se había convertido en el patio trasero de la URSS.

El 5 de marzo de 1953 muere Stalin y la cúpula soviética decide dar un golpe de timón, desvelando la verdadera cara del estalinismo al denunciar la mano dura del sistema y la represión llevada a cabo por el difunto presidente. Esto hace albergar esperanzas a la población de los países dominados por la URSS. En junio de ese mismo año, una manifestación obrera es aplastada en Berlín del Este tras dos días de lucha contra los tanques soviéticos, lo que demostró que aquella apertura no era tal. Tras la masacre de Berlín, Europa del Este comienza a revelarse contra la URSS, de la que ninguno de los países tenía independencia real, siendo solo solares para grandes fábricas que abastecían el mercado ruso. Solo Yugoslavia había conseguido ligeramente salir del bloque soviético y alinearse dentro de los países neutrales.

Además, la Guerra Fría que comenzó en el año 1953, demostraba que los países del Este de Europa debían obediencia militar a la URSS frente a los EE.UU. y la OTAN. El Pacto de Varsovia, creado por la URSS en 1955, fue otro agravio para los países de Europa del Este dominados por ella, dado que obligaba a todos sus ejércitos a ponerse a sus órdenes en su guerra contra los EE.UU.

En este orden de cosas, el 23 de octubre de 1956, los húngaros y húngaras salieron a la calle al grito de libertad y democracia, en apoyo al pueblo polaco, que se había movilizado un día antes. En la capital se manifestaron unas doscientas mil personas. En el resto de ciudades también hubo grandes movilizaciones. Al mismo tiempo, en la radio se podía escuchar la proclama “la clase obrera va a defender la democracia popular usando cualquier medio necesario”. La manifestación en Budapest estuvo protagonizada por l@s estudiantes, que salieron de la universidad, y por los y las obreras de los barrios de la isla Chespel, en el sur, y de Upest, en el norte. Había sido propuesta, durante una de las tantas asambleas realizadas en la universidad, por el grupo llamado “Círculo Petofi”. El gobierno húngaro, tras titubear a la hora de dar o no permiso para la manifestación, lo concedió por presión social. 

El ejército soviético no dudó en salir de los cuarteles y luchar contra l@s manifestantes en plena calle, cuando estos, al mismo tiempo, rodearon la radio estatal pidiendo que se leyera su manifiesto y llegaron a la estatua de Stalin, derribándola y dejando solo los pies de ésta. El ejército del país que se mantuvo neutral y fue la población húngara la que consiguió detener al ejército de la URSS y comenzó a hacer reformas obreras, proclamando que no volverían a entregar el país a los nobles y capitalistas que habían abandonado Hungría al finalizar la Segunda Guerra Mundial, pero que tampoco querían ya soportar el imperialismo soviético.

Al día siguiente, 24 de octubre, comenzó una huelga general, al tiempo que se formaba un nuevo gobierno bajo el auspicio ruso con la persona de Imre Nagy al mando, que había sido destituido el año anterior por intentar reformas desde arriba. De esta forma, se pretendía desde Moscú frenar las protestas. Pero el poder estaba en otro lado, se encontraba en los comités obreros generados durante la huelga general, que se apoderaron del país, organizando una red de comités obreros para cada sector en Hungría. En las empresas, los comités destituyeron a todos los cargos, tomando el poder, subiendo los sueldos y destruyendo las listas negras de l@s obreras que durante años habían reunido las directivas con la ayuda de la policía política a las órdenes de Moscú. Además, la producción sería decidida por la plantilla y no por la dirección. Otra decisión fue la de disminuir el volumen industrial, ya que el modelo existente, copiado del soviético, generaba desigualdad y explotación entre la clase obrera húngara, pues implementaba grandes industrias donde el ser humano no era sino un engranaje más.

Las medidas que el gobierno de Nagy comenzaba a implementar procedían directamente de las reivindicaciones de los comités, y estos exigían la salida de las tropas soviéticas de Hungría, la neutralidad del país y su abandono del Pacto de Varsovia, pero sin volver a antes de 1945, puesto que la clase obrera se había empoderado y ya no iba a volver al capitalismo. También se exigía la formación de un comité revolucionario que llevara a nuevas elecciones y acabara con el antiguo parlamento, para dar luz verde a un nuevo estado. Este comité estaría basado en los comités regionales que, a su vez, estarían conformados por comités de menor nivel, con representantes elegidos individualmente de forma democrática. Todo esto se resumía en que Hungría se gobernaría de abajo a arriba. El 29 de octubre, las tropas soviéticas salieron de la capital húngara. Dos días después, 24 consejos de fábricas se reunieron y declararon que las direcciones de las fábricas serían elegidas democráticamente por el consejo obrero, pasando los anteriores directivos a tener la misma consideración que el resto de la plantilla.

El presidente húngaro contaba con la simpatía de dichos comités, pero no los controlaba. Por su parte, el parlamento del país seguía en manos de la URSS, lo que hacía que en Hungría hubiese dos órganos de poder, con la incógnita que ello generaba. La revolución húngara estaba en un punto que amenazaba tanto al imperio de la URSS como al estatus quo mundial. El 4 de noviembre de 1956, el ejército soviético entró en Budapest y en el resto de ciudades húngaras bajo la llamada Operación Tornado, creando el caos y destruyendo todos los comités. Tras tres días de lucha por todo el país, la URSS dominaba otra vez Hungría y dispuso un gobierno títere, en la persona de Yanos Kadar.

Pero el sacrificio de la clase obrera de Hungría no fue en vano. Los acontecimientos de 1956 tuvieron enormes consecuencias para la izquierda a nivel internacional. Por primera vez resultaba tan patente que lo que los revolucionarios de la “oposición de izquierdas” y los seguidores de Trotsky denunciaban desde los años 20: que lo que se estaba construyendo en la URSS no tenía nada que ver con el socialismo y el poder obrero. Se abrieron brechas dentro de los partidos comunistas, de las que pocos años después surgirían organizaciones revolucionarias que reconectaron con la tradición marxista que ve a la clase obrera y no a los tanques ni a los burócratas como el actor del cambio. El 1968 no habría existido sin el 1956. Por otro lado, la revolución húngara rompió un mito liberal, según el cual los países estalinistas eran un “monolito”, sociedades obedientes (una lógica que se expresa por ejemplo muy claramente en la famosa novela de George Orwell, 1984). El estalinismo creó un capitalismo de estado y, como el capitalismo en general, producía su propia negación: la clase obrera. Llegarían más momentos de enfrentamiento entre esta clase y la burocracia: Checoslovaquia 1968, Polonia 1970, 1976 y otra vez en 1980 hasta los levantamientos finales en 1989-91.

Juan Antonio Gilabert

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